Una renovada Academia Sueca concede el jueves los galardones correspondientes al galardón aplazado de 2018 y del 2019, tras el escándalo de acoso sexual y filtraciones que la sacudió
El ritual será el de siempre. El día 10 —un jueves de octubre, como marca la tradición—, los miembros de la Academia Sueca se reunirán a las 11.30 en el edificio de la antigua Bolsa de Estocolmo, sede de la institución, para elegir los Premios Nobel de Literatura de 2018, cuya entrega se aplazó el año pasado en medio de una grave crisis de la Academia, y 2019. Pero más allá de aspectos formales, un cambio significativo distingue esta edición de las que se han sucedido desde 1901. Esta vez, el comité que se encarga de la preselección de los candidatos (cuatro académicos en esta ocasión) se ha ampliado para acoger a cinco especialistas externos (dos escritores y tres críticos literarios) que han tenido voz y voto en el proceso.
Sangre nueva, como la de las críticas literarias Rebecka Kärde, de 27 años, y Mikaela Blomqvist, de 31 años, para colaborar en la ardua tarea de seleccionar a los autores susceptibles de recibir el galardón. La Academia aceptó esta pérdida de protagonismo forzada por la Fundación Nobel, administradora de los fondos que dejó Alfred Nobel para financiar los premios que llevan su nombre. Su actual presidente, Lars Heikensten, justificó la medida que se anunció en noviembre pasado argumentando que elegir miembros externos para ese cometido hasta ahora reservado a la Academia era una forma de “distanciarse claramente de los sucesos del año anterior”.
Heikensten se refería al escándalo sexual y de presuntas filtraciones que sacudió los cimientos de la prestigiosa institución, fundada en 1786, pilar de la cultura sueca gracias a su riquísimo patrimonio (400 millones de euros), a raíz de la publicación en noviembre de 2017, en el diario sueco de mayor tirada, Dagens Nyheter, de un reportaje en el que 18 mujeres acusaban de abusos y acoso sexual a Jean-Claude Arnault, marido de la académica Katarina Frostenson, y él mismo muy próximo a la Academia. Contra Arnault, ciudadano francés de 72 años, toda una celebridad en los ambientes culturales de Estocolmo, poseedor de alguna de las más altas distinciones suecas, se habían formulado ya denuncias anónimas una década antes, en otro diario sueco, sin que la Academia se viera cuestionada por ello. Pero a finales de 2017 la situación era totalmente diferente. “Esta vez eran 18 mujeres las denunciantes, y no dos como en aquella ocasión. Es cierto además que el #MeToo había cambiado considerablemente la percepción de estos hechos”, reconoce Björn Wiman, responsable de Cultura de Dagens Nyheter, que publicó la historia.
Sara Danius, entonces secretaria permanente de la Academia, se tomó el asunto muy en serio. Admitió públicamente que otras personas de la institución se habían quejado de la conducta de Arnault, y ordenó una investigación interna. Una decisión que abrió un verdadero cisma en la casa. Una mayoría de académicos, encabezados por Horace Engdahl, uno de los más influyentes, rechazó esta medida, colocándose del lado de Frostenson y su marido. Danius fue apartada del cargo, lo que provocó algunas protestas en la calle y una cascada de dimisiones.
Conflicto de intereses
Durante un tiempo, la Academia intentó funcionar con normalidad, con solo diez de sus 18 miembros y en pleno huracán mediático. Pero el intento acabó en fracaso. La investigación interna concluyó que Frostenson había incurrido en conflicto de intereses al ser copropietaria con su marido de Forum, una especie de club cultural muy influyente en Estocolmo, generosamente financiado por la institución. Y hubo de abandonar ante las acusaciones de haber filtrado información reservada sobre los Nobel a su cónyuge.
Un año después de la tormenta, Arnault cumple una condena de dos años y medio por dos delitos de violación (la mayoría de los hechos denunciados habían prescrito o no pudieron substanciarse) en un penal destinado a convictos por delitos sexuales. Frostenson ha publicado un combativo libro en el que rechaza las acusaciones de que han sido objeto su marido y ella. Horace Engdahl, que en declaraciones al suplemento literario del Times en octubre pasado acusó al #MeToo de haber instaurado el terror como en los tiempos de la Francia revolucionaria, ha publicado un libro también. El folletín de la Academia ha dado pie a otro relato periodístico del caso, al que se sumará, en breve, el que redacta la periodista que destapó el escándalo, Matilda Gustavsson. Prueba de que la crisis no ha sido olvidada, y del peso que sobrecarga la elección de los dos nuevos Nobel. ¿Qué se puede esperar de la decisión de los académicos que se anunciará el próximo jueves?
Poca expectación local
“En Suecia la expectación sobre los premios es inferior a la de otros años. En parte, porque la Academia ha perdido un poco su aura”, dice Björn Wiman, en conversación telefónica desde Estocolmo. “Pero también porque el premio ha perdido algo de la magia que tenía al ser totalmente impredecible. Este año no lo es, porque no creo que la elección vaya en contra de las expectativas del público. El pronóstico es más fácil. Pensamos que lo más probable es que los premios recaigan en alguna joven y conocida narradora. Los miembros de la Academia son muy conscientes de que se les están juzgando por esta decisión”.
Lisa Irenius, responsable de Cultura del diario de la competencia, Svenska Dagbladet, que siguió también muy de cerca el escándalo, coincide con esta opinión. “Creo que es casi seguro que por lo menos uno de los dos premios recaiga en una mujer, y muy posiblemente, los dos”, explica por correo electrónico. “Oficialmente, solo se tienen en cuenta los méritos literarios, pero después de las críticas recibidas por la Academia de ser una institución dominada por hombres [doce del total de 18 académicos], y no haber reaccionado con la debida rapidez a las acusaciones de acoso sexual que se formularon el año pasado, será difícil no premiar a una mujer, aparte de que hay muchísimas mujeres con un nivel literario muy alto”.
Wiman considera un error dar dos premios en lugar de dejar desierto el de 2018, “para que quede constancia de la crisis histórica que sufrió la Academia”. Y, pese a los muchos cambios operados, y a los siete nuevos miembros, desconfía de la institución. “Los nuevos académicos han sido honestos en sus decisiones y en su gestión. Pero mucha gente es consciente de que en la Academia se siguen sentando los mismos. Y siguen pensando lo mismo. Y en un mundo como el nuestro, tan polarizado, la literatura y los Nobel tienen un papel importante que cumplir, apoyando una línea correcta de progreso e igualdad. Y no estoy seguro de que la Academia, dominada por hombres que son el típico macho, sea hoy la organización idónea para otorgar los premios”.