Jorge Capelán
Cuando verdaderamente son los pueblos los que se levantan, se nota a la legua. Cuando las protestas no las organizan los poderosos, los manifestantes no parecen soldados ni delincuentes. No tienen morteros ni armas hechizas, ni bombas de contacto, mucho menos pistolas, escopetas y fusiles de guerra como sí las tenían los golpistas de aquí en Nicaragua. Curiosamente en esos casos, lo más violento que se ve son piedras, a lo sumo algún cóctel molotov y por lo general los que ponen los muertos y los heridos son los manifestantes, no los policías.
En las protestas de Chile, en las de Honduras o en las de Catalunya ni un solo policía resultó muerto… En esos casos los manifestantes tampoco torturaron gente, ni la desnudaron, la pintaron, ni la amarraron a postes, ni la secuestraron, mucho menos le prendieron fuego a otras personas como pasó aquí en Nicaragua. Aquí, durante el fallido intento de golpe del año pasado, murieron 22 policías y uno de cada cinco heridos, 401 en total, fueron policías.
Tras las protestas de las últimas semanas en varios países, ¿Dónde está Michelle Bachelet? ¿Dónde está la CIDH? ¿Dónde está la Unión Europea? Están del lado de los Gobiernos, condenando «la violencia» de los manifestantes.
Aquí en Nicaragua, el diario golpista La Prensa vive tratando de construir un ejército represivo de la Policía Nacional, pero resultan patéticos sus intentos al compararla con cualquier otra policía del mundo, en especial aquellas de los países que se dicen más «democráticamente» neoliberales: Tanquetas, carros lanza agua, gas lacrimógeno en cantidades industriales, balas de goma, cachiporras de todos los tamaños y formas, incluso de titanio que pueden causar graves fracturas de huesos, y cuando todo eso no basta, pues se saca al Ejército a la calle con armamento de guerra. Cuando eso lo hace un Gobierno neoliberal, ningún organismo internacional dice «esta boca es mía».
El silencio de doña Michelle Bachelet, con unas tardías condenas a la «retórica incendiaria» y «un llamado a todas las partes a dialogar» (¿Cómo, si la protesta no es conducida por ninguna organización política ni tiene una dirigencia visible?) no son más que pura hipocresía. Porque las protestas en Chile son contra el neoliberalismo y un represivo sistema político hecho a la medida de Augusto Pinochet, un sistema que ella no supo (o probablemente no quiso) cambiar cuando fue presidenta.
Dice Michelle Bachelet que está «preocupada» por la violencia del ejército contra los manifestantes, pero no la condena. 10 muertos van ya en Chile mientras que el presidente de su país, Sebastián Piñera, asegura que está en guerra contra un «enemigo poderoso». ¿Qué más retórica incendiaria quiere que esa?
Por cierto, Sebastián Piñera es uno de los financieros más ricos de Chile y su hermano José fue uno de los «Chicago Boys» que implementaron las reformas neoliberales de Pinochet en el país, entre otras cosas diseñando el sistema privado de pensiones contra el que el pueblo se rebela hoy en día. Lo que se pueda decir sobre las actuales protestas en Chile en el fondo vale igual para las de las últimas semanas en Ecuador, Honduras, Colombia, Catalunya, Francia, el Líbano, Irak y hasta Corea del Sur: Un sistema corrupto dominado por un capital financiero depredador del ser humano y del medio ambiente.
Los europeos y los estadounidenses están muy preocupados dejando de comer carne de vaca para no contribuir al recalentamiento global, y tienen razón, ya que las ventosidades de los vacunos producen la mayor cantidad de metano, uno de los peores gases de efecto invernadero, pero en el fondo deberían de entender que el problema más grave, causante de todos los demás problemas, es un sistema que tiene por hábito comer carne humana para poder reproducirse. ¡Debería haber un movimiento contra el consumo de carne humana!
Los países ricos, que concentran el 90% de la riqueza mundial con apenas el 10% de la población, en el año 2014 tenían un promedio de emisiones de más de 10 toneladas métricas de dióxido de carbono per cápita. En América del Norte, las emisiones eran de 16.4 toneladas métricas. Los países de bajos ingresos, por otro lado, tenían un promedio de apenas 3.5 toneladas. Nicaragua bajo los Gobiernos sandinistas logró entrar en 2016 al grupo de los países de ingreso medio, con unos 2.000 dólares de PIB per cápita. Sin embargo, y gracias a las políticas sandinistas, tiene emisiones muy bajas, apenas 0.8 toneladas de CO2 por persona, según el Banco Mundial.
Estos bajos niveles de emisiones de Nicaragua, a pesar de un mayor desarrollo económico y de un aumento del ingreso per cápita, están vinculados, por ejemplo, al cambio de la matriz energética del país, que ha pasado de solo tener un 20% de generación de energía limpia en 2006 al 56.37% hoy en día con la esperanza de en poco tiempo llegar al 70% gracias a varios nuevos proyectos de energías renovables que están en marcha. Todo esto a pesar de que la cobertura de energía eléctrica en el país ha pasado del 50% a una meta de 97% al finalizar este año.
Los países que como Nicaragua impulsan este tipo de políticas son catalogados como «dictaduras» por organismos internacionales dominados por Occidente. Contra estos países se impulsan políticas desestabilizadoras de todo tipo, así como «revoluciones de colores» financiadas por ONG especialmente diseñadas a tal efecto. Cuando estos países buscan defenderse de esos ataques son catalogados como «dictaduras», sus Gobiernos son condenados por supuestamente violar los derechos humanos y los mercenarios que hacen el trabajo sucio sobre el terreno son catalogados como «activistas por la democracia».
Al mismo tiempo, cuando los Gobiernos proimperialistas que defienden la dictadura de las finanzas globales reprimen a los pueblos que se sublevan, se dice que «defienden la democracia». Esa es la hipocresía de nuestro tiempo.