Bolivia retrocede 20 años

Stephen Sefton

* “Al igual que en Nicaragua y Venezuela, los activistas de derecha y sus delincuentes asalariados atacaron, quemaron y saquearon casas de funcionarios del gobierno e invadieron oficinas gubernamentales, así como secuestraron y abusaron de numerosos partidarios del gobierno, ya sea buscándolos directamente o deteniéndolos en controles de carretera”.

Los medios de comunicación occidentales están retratando el golpe en Bolivia como resultado de las legítimas protestas populares contra un fraude electoral. Basan sus reportajes en otro informe falso e ilegal de una misión de la Organización de Estados Americanos.

El informe violó abiertamente los términos acordados con la autoridad electoral boliviana sobre el programa para la auditoría de los resultados de las recientes elecciones nacionales y fue clave para acelerar el impacto mediático del ataque dirigido por los fascistas contra el gobierno legítimo de Bolivia. Lo que los medios de comunicación occidentales han encubierto deliberadamente es el puro odio y la extrema violencia de la ofensiva fascista de Bolivia, idéntica al odio que impulsa la agresión de la derecha apoyada por Estados Unidos en Nicaragua y Venezuela.

Al igual que en Nicaragua y Venezuela, los activistas de derecha y sus delincuentes asalariados atacaron, quemaron y saquearon casas de funcionarios del gobierno e invadieron oficinas gubernamentales, así como secuestraron y abusaron de numerosos partidarios del gobierno, ya sea buscándolos directamente o deteniéndolos en controles de carretera.

El golpe boliviano también tiene elementos del golpe de 2009 en Honduras, con la policía en contra de su gobierno y los líderes del golpe cerrando los medios de comunicación pro-gobierno. Como de costumbre, poco o nada de este brutal ataque a la democracia aparece en los medios de comunicación corporativos o alternativos occidentales.

La condición final que garantizó el éxito del golpe fue la decisión de la jefatura de las fuerzas armadas de no garantizar el orden público sino «sugerir» la dimisión del presidente Evo Morales. Cuando Evo Morales y su vicepresidente Álvaro García renunciaron el domingo 10 de noviembre, dejaron claro que lo hicieron para evitar la pérdida de vidas en un momento en que la policía estaba abiertamente del lado de los militantes de derecha y los delincuentes que atacaban a partidarios del gobierno. Su renuncia satisfizo las demandas de los líderes de derecha, el ex presidente Carlos Mesa y Luis Fernando Camacho.

Para Carlos Mesa, la renuncia de Morales es una dulce venganza por su propia renuncia como presidente en 2005 como resultado de las protestas a nivel nacional encabezadas por Evo Morales, quien posteriormente ganó las elecciones presidenciales de 2005. Mesa es la figura de turno al frente de otras líderes políticas mediocres de la derecha local, sus aliados fascistas y también de sus patrones del gobierno de Estados Unidos.

Por su parte, Camacho es un dirigente político regional abiertamente racista, un empresario y abogado tributario de una de las familias más ricas del departamento boliviano de Santa Cruz, que contiene casi un tercio del territorio nacional.

En contraste con las legítimas protestas pacíficas en Ecuador y Chile y en otras partes de la región contra décadas de políticas de austeridad neoliberal que atacan a los trabajadores, estudiantes, pensionistas y minorías, el golpe de Estado en Bolivia busca instalar un gobierno que implemente precisamente esas políticas.

Aún no está claro en qué medida se logrará ese objetivo. Al igual que con las recientes ofensivas de cambio de régimen respaldadas por Estados Unidos en Nicaragua y Venezuela, la ofensiva en Bolivia implementó un ataque de choque blitzkreig cuyo efecto de guerra psicológica probablemente desaparecerá en las próximas semanas, mucho antes de que se puedan celebrar nuevas elecciones.

Al igual que en Nicaragua y Venezuela, la mayoría empobrecida de la gente de base puede darse cuenta de que la ofensiva de la derecha no está dirigida tanto a Evo Morales como a ellos, a su sustento, a su bienestar y a su propia identidad, por ejemplo, como pueblos indígenas o como mujeres. Ahora mismo, un gobierno interino basado en la autoridad conferida a la legislatura del país debe convocar elecciones dentro de tres meses. Dado que el partido MAS de Evo Morales es la mayor fuerza política del país, la forma en que se desarrollará el nuevo proceso electoral dista mucho de ser clara.

Pero el patrón de los acontecimientos es claro a partir de los precedentes en Nicaragua y Venezuela. Para Evo Morales y el MAS y sus aliados políticos, el desafío ahora es permanecer unidos, resistir y reagruparse. Para la oposición de derecha liderada por los fascistas, su dilema es cómo mantener el ímpetu cuando no pueden seguir encubriendo sus tácticas con la falsa coartada de la protesta legítima ni mantener niveles extorsivos de intimidación y violencia sin alienar a la opinión pública, a la que hasta ahora han engañado con una guerra psicológica mendaz. Ambas partes se enfrentan a un problema fundamental de gobernabilidad en una sociedad polarizada que es poco probable que las elecciones resuelvan.

A nivel regional, el golpe confirma el nefasto papel de la OEA como una herramienta al servicio de la cínica hipocresía de los gobiernos imperialistas occidentales liderados por Estados Unidos. El gobierno de México y el nuevo gobierno en Argentina, que asumirá a principios de diciembre, desempeñarán un papel importante al influir en el contexto regional a favor de algo que se aproxima a un resultado más democrático.

Los acontecimientos de este fin de semana son sólo el comienzo de un intrincado conflicto político para el gobierno de Estados Unidos y sus aliados regionales, que hacen campaña en base al miedo, el odio y el engaño sistemático. En el corto plazo, como en Honduras, la derecha en Bolivia tratará de utilizar a la represión policial para asegurar que mantenga su ventaja.

A mediano y largo plazo, cualquier ventaja que la derecha fascista pueda obtener en las nuevas elecciones en Bolivia será inherentemente insostenible, dada la historia de levantamientos populares en Bolivia. Para las élites occidentales y los gobiernos que las encabezan, su objetivo es sabotear proyectos políticos exitosos inspirados en el socialismo y crear obstáculos para la integración regional e impedir un compromiso más profundo con China.

Un gobierno de derecha en Bolivia privatizará la riqueza recién desarrollada a favor del pueblo Boliviano, promoverá la agenda climática de Occidente, de la cual Evo Morales fue un crítico muy efectivo, y muy probablemente bloqueará el ferrocarril transcontinental de China a través de Bolivia desde Perú hasta Brasil.

El plan de las élites occidentales para Bolivia, como para toda la región, es degradar al país de la misma manera que han degradado a Haití y Honduras. Con la persecución judicial al estilo abusivo de “lawfare” y la represión policial y con la OEA supervisando el proceso electoral, Estados Unidos y la UE y sus aliados de la derecha regional seguramente ganarán el voto presidencial en las nuevas elecciones.

Pero de la misma manera que las élites de derecha organizaron su golpe de estado para destituir a Evo Morales este fin de semana, los acontecimientos de 2000-2005 demostraron que la mayoría boliviana también es capaz de organizarse, salvo que en su caso será un verdadero levantamiento popular como los que convulsionan la región en otros lugares. Al igual que Ecuador, con el golpe del fin de semana pasada, Bolivia ha retrocedido veinte años.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *