Carta de un argentino a Nicaragua

Guillermo Eduardo Pilía | Escritor y docente

* «Y los Estado Unidos con la aprobación de las naciones de Europa —y quizás de algunas de América…—, ocuparán el territorio nicaragüense, territorio que les conviene, tanto por la vecindad de Panamá, como porque entra en la posibilidad de realizar el otro paso interoceánico por Nicaragua. Y la soberanía nicaragüense será un recuerdo en la historia de las repúblicas americanas». Rubén Darío

Querida Nicaragua, “tan violentamente dulce”:

La vida no siempre nos da lo que queremos en el momento deseado. Yo hubiera querido conocerte a principios de los ochenta, cuando algunos de mis compañeros de las juventudes políticas viajaban para la cosecha del café. No pude, tenía un trabajo burocrático que no me lo permitía y con el que vivía y me pagaba los estudios. Más tarde tampoco, porque me vi cada vez más envuelto en la militancia política de mi país —era el tiempo de la recuperación de la democracia— y además tenía que recibirme y cumplir con algunos otros mandatos sociales. Entre tanto escribía, y en parte escribía para poder viajar. Hoy viajo para poder escribir, como dijo alguna vez Caparrós. Es lo que ahora estoy haciendo.

Cuando en noviembre de 2019 mi amigo Humberto Avilés me preguntó si me interesaba participar del XVIII Simposio Internacional Rubén Darío, le pedí 48 horas para contestarle, pero lo hice mucho antes de que se cumplieran. Vos, Nicaragua, eras una asignatura pendiente en mi vida, y si bien entre aquel joven y este adulto de hoy hay casi cuarenta años de distancia, algunas cosas no cambiaron demasiado. Gané peso, canas y sobrada experiencia, viví con entusiasmo muchos procesos políticos y de varios me desilusioné. Pero nunca perdí mi espíritu revolucionario ni le fui infiel a mi vocación de escritor. Yo sabía que vos, la Nicaragua de 2019, no eras la misma que la de 1979, cómo podías serlo, pero tenía la intuición de que, como en mi vida, algo conservabas más o menos inalterable.

Cuando empecé a comentar en mi país que viajaría en enero de 2020 a tu territorio me encontré con reacciones diversas. La mayoría de los argentinos conocen poco de la realidad centroamericana. Algunos viajan por turismo —que para mí es una de las peores formas de viajar— a Panamá o Costa Rica, de donde no creo que puedan hacerse una idea muy acertada de lo que pasa en la región. Muchos creen que entre la Revolución Sandinista y hoy no ocurrió casi nada. Sí, todavía sobrevive en la Argentina esa visión romántica, que tal vez no sea la mejor, pero tampoco es la peor. También debo decirte que algunos se alarmaron y que hasta me advirtieron que corría peligro mi vida si te visitaba. La realidad me demostraría que no era así. Mi agente de viajes, cuando fui a sacar mi vuelo, me miró con extrañeza. “Managua es un destino exótico”, creo que me dijo.

Estas páginas que borroneo intentan explicar, sobre todo a quienes no han tenido ocasión de estar en tu tierra, Nicaragua, a quienes asistan, por ejemplo, en 2021 al segundo Festival Internacional de las Artes, qué es lo que van a encontrar. Sos un país que pasó por una revolución. Y de las revoluciones, para bien o para mal, no se sale indemne. En mi Argentina, las dictaduras cayeron por presiones políticas o por su propia ineptitud. Lo más parecido a una revolución fue el peronismo, que en todo caso fue una revolución pacífica. Tu Revolución Sandinista creo que aún perdura, aunque en cuarenta años interrumpidos ha tenido que experimentar mutaciones.

Pero encuentro una mística de base que se mantiene. En eso también creo que se parece a nuestro peronismo. De las revoluciones no brotan, generalmente, democracias burguesas. Hay un concepto de democracia muy europeo, muy liberal, que poco tiene que ver con la realidad latinoamericana. Cuando aparece un gobierno así, siempre a salto de mata de estigmatizar como autoritarios a los demás, es porque tiene por detrás a los Estados Unidos, una de las peores democracias que se pueden exhibir.

En los medios de comunicación a los que tuve acceso mientras estuve en vos, frecuentemente escuché referirse a quienes hoy te gobiernan como “la dictadura”. Una extraña dictadura que permite que la oposición la llame “dictadura”. Desde ya que no puedo erigirme en juez de la realidad nicaragüense, bien lo sabés, ni quiero faltarles el respeto a aquellos que se oponen al gobierno de Daniel Ortega, entre los cuales hay algunas figuras muy queridas por los argentinos. Pero he vivido varias dictaduras en mi país, y también vi de cerca la dictadura chilena y ahora la esperpéntica dictadura boliviana.

En mi país desparecieron treinta mil personas en seis años. No cuento a los que murieron en combate, ni a los torturados que lograron salvarse, sino sólo a los que desaparecieron. El mismo mecanismo perverso lo hizo aplicar Estados Unidos y la CIA en Uruguay, en Chile, en Perú. Esas verdaderas dictaduras fueron vistas con beneplácito por algunas democracias europeas. El mismo Papa polaco que no hizo nada para evitar el asesinato de Monseñor Romero no tuvo reparos en bendecir a todos esos “gobernantes” anticomunistas. Ya sabés, también, lo útil que le fue al Reino Unido un dictador como Pinochet. Después de tanta sangre latinoamericana derramada, creo que todos deberíamos ser más cautos cuando ponemos el rótulo de “dictadura”.

En lo personal, no vi nada en vos que me recordara una dictadura. Vi presencia policial en tus calles y también zonas controladas por cuestiones estratégicas. En León caminé a altas horas de la noche sin inconvenientes. En Granada vi contingentes de turistas alemanes y franceses visitando los edificios patrimoniales sin pensar que “corrían peligro sus vidas”. Conversé con muchos escritores e intelectuales y muy pocos me hablaron contra quienes te gobiernan. Sí percibí críticas puntuales sobre determinados temas, pero eso ocurre en todas partes. Se me podrá decir que eso se debe a que la mayoría de los escritores somos de izquierda.

Sí, es verdad, creo que resulta bastante feo ser escritor y de derecha. A veces los hay de extrema izquierda, que por lo general funcionan como de derecha. Pero me tomé el trabajo de no hablar sólo con escritores. Estuve en la Comisión de la Verdad, Justicia y Paz, me traje a la Argentina varios informes sobre lo que te sucedió en 2018. Di varias entrevistas para la radio y la televisión y nadie me puso pautas de lo que podía decir o debía callar. En mi país, los medios hegemónicos suelen hacerlo. Y se consideran en extremo democráticos.

Quienes me conocen, querida Nicaragua, pueden pensar que lo que escribo está condicionado por mi ideología. Aclaro, para los que no me conocen, que no soy marxista, que siempre fui un socialcristiano de izquierda y que mis ideas las encontré encarnadas en el peronismo. Te confieso que me gustan los gobiernos mal llamados populistas, las revoluciones de los “de abajo” y las ideas sociales del Papa Francisco. No soy un “bárbaro”, soy católico practicante, latinista, académico y se me conoce como escritor. Por eso ahora querría dar otra opinión de lo que he vivido mientras fui tu huésped, una opinión.

Nicaragua, precisamente como escritor, ya que fue la literatura la que me permitió viajar hasta vos. Si mis colegas argentinos tuvieran la modestia de preguntarme cómo sos —de hecho la mayoría no la tiene—, yo les diría que sos un país con un pueblo que posee como héroe nacional a un poeta, y que a partir de allí saquen todas las conclusiones. Con esto no quiero menoscabar a los militares de nuestra emancipación y a otros próceres, pero tener como héroe a un poeta es algo fuera de lo común. Me recuerda al protagonista de las Memorias de Adriano, que deja todo dispuesto para que Marco Aurelio llegue un día a emperador, porque su sueño era que Roma fuese gobernada por un filósofo.

Todos los pueblos ostentan sus poetas nacionales. El nuestro es José Hernández. Pero José Hernández se diluyó en su obra, y el 10 de noviembre más que a su figura se recuerdan las tradiciones que él supo transmitir. No es lo que sucedió con tu Rubén Darío.

La celebración de su aniversario en León fue algo que nunca vi. Poetas, pero también funcionarios, la mayoría de tu Asamblea Nacional, el Ejército, y por sobre todo tu pueblo, tu pueblo sin distinciones de clase, de raza, de edad. Asistí a esos actos con un escritor británico, Adam Feinstein —la literatura puede hacer olvidar temporariamente tanto una guerra como un gol con la mano—, al que le dije: “En Argentina, es impensable que se haga todo este despliegue por José Hernández, ni por Borges ni por ningún poeta”. Y Adam me contestó: “Ni en el Reino Unido por Shakespeare”.

Poco después Adam presentó sus traducciones de Darío al inglés en tu Managua y a cada uno de los asistentes nos regalaron un libro. Las dictaduras no suelen publicar libros ni regalarlos a la gente. Prefieren quemarlos. En mi país quemaron libros tras los golpes militares de 1955, 1966, 1976. El último gobierno neoliberal dejó que se pudrieran en los depósitos.

A propósito de Adam, querida y dulce Nicaragua, quiero resaltar que no fui el único extranjero —horrible palabra— que asumió los “riesgos” de viajar hacia vos, que también lo hicieron dos compatriotas mías, varios mexicanos y salvadoreños y una impresionante delegación de Honduras. Más allá de tu Darío, la presentación en Granada del libro Color de luz de tu hijo y mi amigo Humberto Avilés, fue también para mí inusual.

En Argentina, las presentaciones de libros de poesía suelen ser de una pobreza franciscana. Por lo general sólo van otros poetas, y con que vayan treinta ya se considera un éxito. En esta presentación, en cambio, no sólo fueron poetas —muchos desplazándose desde Managua—, sino que asistió el mismo Ministro de Cultura, empresarios, diplomáticos, funcionarios de áreas totalmente apartadas de lo literario, artistas de otras ramas y hasta militares. Y es que en vos, Nicaragua, la poesía parece ser convocante, parece estar incorporada como una seña de identidad en todo tu pueblo.

Dentro de tus fronteras se respeta a los poetas, más allá de cualquier idea, por el hecho mismo de ser poetas. Lo experimenté en el Palacio de la Cultura, en la Universidad Nacional Autónoma, en el Instituto Nicaragüense de Cultura Hispánica, en todos los lugares en donde estuve, en los que fui respetuosamente escuchado. En pocos lugares me he sentido tan bien recibido, salvo en España, en Colombia o en Chile, como en vos, Nicaragua, y ahora comprendo por qué te amó tanto mi compatriota Julio Cortázar.

Mi proyecto es poder regresar a verte a principios de 2021. Espero que en ese segundo viaje pueda ver tu sociedad más reconciliada, con sus matices políticos, pero encaminada hacia un destino común. José Hernández decía que cuando los hermanos pelean desunidos, son devorados por los de afuera. Y sabemos bien quiénes son en Latinoamérica “los de afuera”, “los libertadores extranjeros” a los que también temía mi compatriota Juan Bautista Alberdi. Dios quiera que nunca se cumpla el vaticinio amargo de tu hijo Rubén Darío que puse como epígrafe de esta carta y que tu soberanía no sea jamás un recuerdo en la historia de las repúblicas americanas.

Un fuerte abrazo desde este Sur, patria de Sandino y de Rubén.

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