Marco Colussi
El capitalismo, como sistema socio-económico y político, se basa en la explotación del trabajo de las grandes mayorías. Nació con las manos manchadas de sangre (la única manera de generar riqueza es con el trabajo… de los otros), y sigue ese mismo camino. En realidad, no puede seguir otro derrotero: no hay capitalismo “bueno”.
El Estado benefactor, los planteos socialdemócratas, son posibles solo en algunos escasos lugares (Europa Occidental, por ejemplo, y en particular los países nórdicos); pero ellos presuponen una gran acumulación de riqueza posible de “chorrearse” hacia abajo, la cual se consigue solo con la super explotación de alguien (para el caso, el Tercer Mundo, África, Latinoamérica, zonas de Asia). El capitalismo lleva en sus entrañas la explotación del trabajador; esa es su esencia.
Durante años, sin embargo, se entronizó el “trabajo duro” como vía para la generación de riqueza, como el símbolo por antonomasia del capitalismo. Los primeros cuáqueros que, procedentes de Gran Bretaña, desembarcaron en las colonias norteamericanas, con su esfuerzo (y matando indígenas) construyeron la principal potencia capitalista. En tal sentido, el trabajo fecundo y el ahorro fueron los baluartes del orden capitalista. Pero actualmente eso cambió. Hoy día los “negocios sucios” pasaron a ser la fuerza principal que dinamiza al sistema en su conjunto.
La especulación financiera, el negocio de las armas (principal industria a nivel global), el tráfico de drogas ilícitas, el lavado de capitales “negros”, el crimen organizado en su conjunto, la guerra, no son una nota marginal en el capitalismo actual: ¡son su esencia, su savia vital, su núcleo fundamental! El capitalismo ha pasado a ser, lisa y llanamente, una mafia, un orden delincuencial debidamente legalizado. La corrupción sistemática ya no es una enfermedad del sistema, un cuerpo extraño que lo ataca: es su dinámica cotidiana, lo que constituye y define su forma actual.
El capitalismo contemporáneo, manejado por megacapitales de alcance planetario, se asemeja más a una estructura mafiosa, corrupta y delincuencial que al espíritu empresarial que lo puso en marcha hace ya algunos siglos. La “aventura” de invertir y buscar hacer prosperar el negocio, sabiendo que ello puede suceder pero que no está asegurado de antemano –el riesgo ocupaba un lugar– se cambió hoy día por un esquema donde la ganancia fácil es la norma.
Para ello, este nuevo diseño corrupto se asegura su “éxito” con prácticas más de orden criminal que empresarial. La ganancia se garantiza al precio que sea, y si es por medio de la fuerza bruta, no importa: el fin justifica los medios. La proclamada “libre competencia” (la “mano invisible” del mercado) quedó en la historia. El mundo pasó a ser el campo de acción de bandas delincuenciales… ¡legales!, con poderes omnímodos que se dan el lujo de hablar de democracia y libertad.
Como ejemplo: en los últimos 35 años el negocio de las drogas ilícitas dentro del territorio estadounidense creció de un promedio de 17 a 400 toneladas anuales: 2.353 por ciento. Junto a ello, el negocio de las armas, fabricadas por las principales potencias mundiales encabezadas por Estados Unidos, produce igualmente ganancias fabulosas, siempre manejadas con criterios criminales, mafiosos.
Por lo pronto, el negocio militar (que ocasiona dos muertes por minuto a escala planetaria) no se parece a ningún otro. Por su relación con la seguridad nacional de cada país, funciona en un ambiente de alto secretismo nadie ejerce control sobre él. Y en general los gobiernos no siempre están dispuestos o son capaces de controlar las ventas de armas de forma responsable. Es decir: el negocio de las armas no es transparente, se maneja como asunto mafioso. Por no ser de conocimiento público, no está sujeto a ninguna fiscalización, vendiéndose tanto en el mercado legal como en el negro.
El capitalismo actual se basa fundamentalmente en el sistema financiero internacional. Esos mega-capitales, que no tienen patria, que responden sólo a la lógica del dinero fácil y rápido, se mueven en un espacio de extraterritorialidad ajeno a leyes nacionales, a superintendencias bancarias, a convenios internacionales. Ese espacio no controlado (igual que el del negocio de las armas o de las drogas ilegales) –y que impone en muy buena medida la marcha del mundo– es el de los llamados paraísos fiscales y la banca offshore.
Ahora ya no se trata de competir, de seguir respetuosamente las leyes de mercado. Ahora la avidez por la ganancia inmediata es el nuevo norte. Todo se vale. Igual que un criminal, el dinero fácil es el único objetivo: la guerra, el crimen, la droga, la especulación financiera, el robo descarado…, todo eso reemplazó al espíritu emprendedor y laborioso de algunos siglos atrás.
Hoy como ayer, estamos ante los mismos problemas: el sistema beneficia a muy pocos a costa de las mayorías. La diferencia es que en la actualidad toda esta delincuencial corrupción se ha disfrazado de legal. En otros términos: estamos en las manos de unos cuantos delincuentes peligrosos, llenos de poder y dispuestos a cualquier cosa para seguir manteniendo sus privilegios. Y cuando decimos “cualquier cosa”, queremos decir exactamente eso: cualquier proceder criminal, transgresor, enfermizamente psicópata, se vale para mantener los privilegios.
En esa lógica pueden apuntarse las más increíbles y monstruosas acciones: inventar guerras, atacar población civil, trucar atentados terroristas, generar y usar armas bacteriológicas, endeudar artificialmente en forma inmisericorde a países para luego cobrarse las deudas, desarrollar armas secretas que ni la más espeluznante película de terror puede concebir… Todo ello empalidece totalmente el proceder de las bandas delincuenciales de la mafia, quienes quedan como tiernos niños de pecho ante tanta malicia.
El capitalismo, cada vez más, es esa serpiente viperina que expolia a la gente y a la naturaleza, sin poder ofrecer salidas reales a los grandes problemas globales. Pero nos alienta saber que la historia no ha terminado, y tal como dijo el español Xabier Gorostiaga “los que seguimos teniendo esperanzas no somos estúpidos”.