Jorge Elbaum
El último 26 de enero se llevaron a cabo elecciones parlamentarias en Perú, y un partido neo-pentecostal –¬la Misión Israelita del Nuevo Pacto Universal (AEMIMPU)– , logró 16 de los 130 escaños del parlamento, constituyéndose en la segunda fuerza más votada y una de las primeras minorías del fragmentado legislativo unicameral.
Para presentarse como partido político, la secta neo-pentecostal tuvo que adecuarse a la legislación constitucional e inscribió el Frente Popular Agrícola del Perú (FREPAP), cuya plataforma se opone tanto a las denominadas doctrinas de género como a las organizaciones laicistas y populares.
En forma paralela, el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, designó el último 5 de febrero al pastor Ricardo Lopes Dias como titular de Fundación Nacional del Indio (FUNAI), institución responsable del vínculo con 114 etnias que, se calcula, viven sin contacto con el resto de la ciudadanía.
El funcionario nombrado es un conocido integrante del grupo evangélico estadounidense Misión de Nuevas Tribus de Brasil (MNTB), cuya función prioritaria es colonizar a los pueblos originarios, despojándolos de su cultura e integrándolos a lo que denominan “la civilización de dios”.
Los movimientos neo-pentecostales se originaron en Estados Unidos en el marco de grupos evangelistas conservadores, como forma de oposición a las demandas de mayor autonomía para las mujeres e igualdad de derechos para personas LGBTI que se empezaron a difundir a partir de los años ’60.
En términos económicos, se han consolidado como los difusores de las Teologías de la Prosperidad, doctrina que justifica el enriquecimiento inequitativo y llega a calificar a la pobreza como un castigo divino.
La secta fundadora del Frente Popular Agrícola del Perú y la Misión de Nuevas Tribus de Brasil son movimientos derivados de la tradición evangelista neo-pentecostal nacida en Estados Unidos luego de la Segunda Guerra Mundial. Sus máximos referentes fueron denominados televangelistas o líderes de las iglesias electrónicas, y sus postulados coincidieron con la ofensiva macartista sufrida a nivel doméstico por los sectores progresistas de ese país.
Su expansión hacia América Latina tuvo como objetivo fundamental la cooptación de sectores populares y pueblos originarios, como forma de detener el avance de las Comunidades Eclesiales de Base sustentadas sobre una Teología de la Liberación que buscaba empoderar política y culturalmente a los grupos más vulnerados.
A principios del siglo XXI, los grupos neo-pentecostales se sumaron a los movimientos en defensa de los valores de la familia tradicional, oponiéndose a toda forma de planificación familiar, interrupción voluntaria del embarazo y matrimonio igualitario. Desde esa plataforma, se organizaron en partidos políticos generando coaliciones con los sectores más conservadores de la iglesia católica, comprometidos en la misma agenda anti-derechos.
La particularidad organizativa de los neo-pentecostales, nacidos al influjo de la Guerra Fría, es su organización territorial y la población objeto de su ministerio. A diferencia del protestantismo histórico, su despliegue geográfico prioriza a los sectores más empobrecidos y marginales con el objeto de brindar esperanzas mesiánicas capaces de reemplazar las redes sociales establecidas por las corrientes ligadas a los sacerdotes católicos en opción por los pobres y los movimientos políticos opositores al neoliberalismo.
Respecto a su distribución en el territorio, las iglesias neo-pentecostales de cariz milenarista se distribuyen de forma reticular en barriadas populares, contando con importantes medios de comunicación. Su financiamiento es dual: reciben aportes internacionales de fundaciones ligadas mayoritariamente al Partido Republicano, y en forma simultánea obtienen cuantiosos recursos del diezmo aportado por cientos de miles de adherentes humildes cuya dependencia afectiva los lleva a sentirse feligreses en perpetua deuda.
Según Zygmunt Bauman, estos nuevos colectivos religiosos compiten por sumar devotos enmarcados en una lógica de mercado según la cual toda trascendencia y religiosidad se dispone a ser comprada y vendida como un producto de mercado. El título de muchos de los libros editados por los conglomerados neo-pentecostales evidencia la impronta comercial que rige estructuralmente a estas corrientes: Vendiendo la Iglesia, de Philip Kenneson y J. Street, o Marketing para las Congregaciones, de Nicholas Shawchuck, son dos ejemplos sintomáticos de esta concepción.
La precarización y el desempleo característicos del neoliberalismo destruyen redes territoriales y gremiales. Además ponen en cuestión las históricas adscripciones políticas dejando en la orfandad de pertenencias (esperanzas y articulaciones) a amplios sectores populares.
En Argentina, nuevos actores colectivos, entre ellos los movimientos de trabajadores desocupados, han logrado canalizar las necesidades de participación de quienes son lanzados a la marginalidad por el modelo financiarizado y de esa manera han brindado contención y perspectiva colectiva. Por el contrario, en gran parte de Latinoamérica la disolución de las identidades clásicas ha dado lugar a un crecimiento de sectas que ofrecen la recuperación de un paraíso perdido.
Los grupos neo-pentecostales brindan oportunidades de formación de sacerdotes menos rígidas que las propuestas por las congregaciones tradicionales y, en forma paralela, dedican gran parte de su tarea a la creación de redes de apoyo dentro de comunidades marginadas.
Desde esta plataforma, se presentan con mayor capacidad para articularse con el discurso de los sectores conservadores de clase media y alta. Además, la cohesión ideológica que logran generar con la periodicidad de sus asambleas sumada a la confianza que deviene de la fe compartida, los convierte en potenciales articuladores de instancias político-partidarias con una base fidelizada y acrítica, sustentada en valores pretendidamente sagrados.
Las reglamentaciones sobre los partidos políticos y las regulaciones sobre la garantía de la libertad de cultos varían en los diferentes países de América Latina. Pero una democracia plena no puede desentenderse de las manipulaciones de la fe llevadas a cabo en directa violación de la soberanía.
Financiar partidos políticos desde el exterior, con el objeto de desmembrar el tejido social y desarticular las identidades nacionales en el marco de programas funcionales a los centros de poder internacional, no es un tema insignificante. Uno de los ejes básicos de la construcción del sentido común –desde el que se dan gran parte de las disputas comunicacionales— se sustenta en la religiosidad y en las instituciones que le sirven de plataforma.
Considerar su práctica, únicamente, como parte de la esfera privada de la vida, es concederles a quienes hacen política desde el púlpito un instrumento demasiado eficaz y peligroso. Lo que sucede en Perú, Brasil, Centroamérica y el Caribe mañana puede golpear la puerta del resto de América Latina, un domingo a la mañana, para difundir la palabra del dios (dinero).