Richard Canán
Volvieron las tumultuosas puestas en escena de la extrema derecha violenta venezolana. Su noción de democracia se basa ahora en blandir un pesado y filoso garrote con las palabras calle y más calle, escritos como un nuevo karma de posesión diabólica.
La prueba más palpable es que se mantienen en la línea del uso de la violencia callejera como forma de acción política. Todo gira invariablemente en torno al show mediático, dirigido a mantener el apoyo financiero de sus desplumados protectores extranjeros. Esto terminará como el fraude del siglo y Guaidó saldrá retratado para la historia como el jeque estafador que engañó a medio planeta.
Con la violencia y las salidas de fuerza tropiezan siempre con un mismo problema: la tumultocracia no existe como mecanismo legal para acceder a la toma del poder político en nuestra Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. Por eso, intentar burdamente, una y otra vez, asaltar el Palacio de Miraflores, no es más que una bufonada de Guaidó y compañía para seguir manipulando a sus ilusos seguidores.
La agenda de violencia quieren meterla ahora utilizando a gremios y trabajadores de las instituciones públicas. Pero se les ve la costura, porque no tienen liderazgo ni fuerza alguna en estos sectores. A duras penas los acompañan sus mismos subordinados afines a Voluntad Popular, Primero Justicia y demás partidos del ponzoñoso G4.
La minoritaria y espuria Asamblea Nacional dirigida por el mamarracho Guaidó, despacha sin vergüenza alguna desde templetes, tiovivos, centros comerciales y cabarets adornados alegremente para cada ocasión.
En el último de estos bacanales, luego del rotundo fracaso de la escuálida marcha del 10 de marzo, sus diputados virtuales (siempre hacen quórum con ayuda celestial), aprobaron un despreciable Acuerdo titulado Pliego Nacional de Conflicto, cuya lectura no deja de sorprender por parecer un inoportuno panfleto electoral, que omite todo el contexto económico y político de nuestra sociedad.
Nuevamente están de espaldas a la realidad del país. Para nada mencionan las consecuencias del bloqueo económico y financiero o las amenazas de agresiones militares expresadas por sus patrones de la Casa Blanca. Nada de eso tocan allí, solo se centran afanosamente en mencionar la vía electoral como mecanismo expreso para entronizar a perpetuidad al “ungido” Guaidó.
Con desfachatez los apátridas acusan a los bloqueados (las víctimas de sus acciones apátridas) de ser responsables de la crisis y las dificultades “institucionales” para poder satisfacer las necesidades más elementales de la población.
No reconocen para nada que el bloqueo de las cuentas corresponsales del país impiden ejecutar las más elementales operaciones de compra venta de productos esenciales. Y que este bloqueo fue implorado y solicitado a toda la banca mundial, de su puño y letra, por el apátrida mayor Julio Borges.
En el precitado panfleto electoral, Guaidó repite el jadeo de su roñosa alucinación perpetua, que se haga una “elección presidencial libre, justa y verificable” a su exclusiva medida. Con las precisas condiciones y en el momento que él dictamine.
Repitiendo las vacuas promesas incumplidas por el eterno presidente Adeco, Henry Ramos Allup en su coronación del año 2016, Guaidó también señala con añoranza que anhela “el rescate del resto de los poderes públicos”, es decir, quiere arrasar con todos los poderes para montar en cada institución a su “equipo” de máxima confianza, principalmente los del Cucutazo. La lista ya está full.
Guaidó como siempre está desubicado y sus acciones y estrategias son una loa al desastre. Más en este momento donde el país debe estar unido en la imprescindible tarea de contener el avance del Coronavirus.
Pero los politiqueros mafiosos tienen su metabolismo podrido, ellos solo sacan cuentas de los réditos políticos que obtendrán de cada crisis. Son apátridas y representan a cabalidad todas las miserias e inmoralidades de la política. Guaidó y Julio Borges son una verdadera vergüenza para la raza humana.