Frei Betto
Hoy, de los más de siete mil millones de habitantes del planeta, más de 600 millones viven en América Latina. Según la Oxfam, la pandemia debe aumentar el número de pobres en nuestro continente, pasando de 162 millones a 216 millones, o sea, existirán otros 54 millones más de personas con una renta diaria inferior a 5.5 dólares. Actualmente sobreviven en la extrema pobreza 67,5 millones. Número que podrá llegar a 90,8 millones.
Con certeza, la pandemia afectará el comercio internacional, especialmente la navegación mercante. La caída de la producción en China ya afecta directamente a Brasil, México, Chile y Perú. ¿Cómo evitar el hacinamiento propio de un navío que pasa días enteros en alta mar? Las infecciones en cruceros marítimos fueron muy comunes.
Por lo tanto, es muy probable que el transporte de alimentos de un país a otro sufra una considerable reducción, ya sea porque el exportador deba reservar sus cosechas para la población local, ya sea porque el importador vea disminuido el flujo de envío de cargas, y por eso, si consigue comprar, deberá pagar precios exorbitantes. En resumen, esto significa aumento del hambre en el mundo.
Según la Oxfam, la pandemia podría arrojar más de 500 millones de personas a la pobreza, si es que los gobiernos no establecen con urgencia sistemas de renta mínima y de protección social. El número de personas que viven diariamente con menos de 5.5 dólares aumentaría en 547 millones más en el mundo.
En 2019, mientras la economía global creció un promedio de 2,5 %, el PIB de América Latina osciló apenas un 0,1 %, permaneciendo virtualmente paralizado. La Cepal prevé una caída del 1,8 % este año.
Datos del Banco Mundial, divulgados en los primeros días de abril, revelan que, en Brasil, el total de personas en extrema pobreza saltó de 9,250 millones en 2017 a 9,300 millones en 2018. La renta mensual de estas familias no superaba en 2019 los 150 reales.
El aumento de la miseria en Brasil se debe a la combinación entre baja escolaridad y pocas oportunidades laborales. La tasa de desempleo entre los extremadamente pobres es de un 24 %. O sea, una de cada cuatro personas de este grupo que busca trabajo no lo consigue. Hoy, más de 12 millones de brasileños están sin trabajo.
Esto aumenta la tasa de desaliento de este grupo. Es lo que demuestra la cola de espera de un millón de personas para ingresar en el Programa Bolsa Familia, que ya hoy atiende a 14 millones de familias, cerca de 60 millones de personas lo que comprueba el fracaso de las políticas públicas para superar la crisis económica que afecta al Brasil en los últimos años.
Entre 2014 y 2018, la población que sobrevivía en condición de miseria en Brasil aumentó un 67 %. De los países del continente, solamente hubo empeoramiento en este indicador en Argentina, Ecuador y Honduras, además de Brasil. En cambio, en países como Uruguay, Perú y Colombia, la extrema pobreza fue reducida. En México, el número de personas sobreviviendo en la miseria retrocedió de 4,6 millones (2014) a 2,2 millones (2018).
En 2017, 19 millones de brasileños tenían una renta personal mensual de 3,20 dólares. En 2018, este contingente aumentó a 19,2 millones. Sin embargo, la faja de los que tienen 5,50 dólares diarios para vivir tuvo un retroceso: de 42,3 millones en 2017, descendió a 41,7 millones en 2018.
Esto demuestra que, como sucede siempre, la crisis afectó principalmente a los más pobres.
Por otro lado, la clase media dio señales de recuperación. Las familias que viven con menos de 5,50 dólares por día viven, por lo general, en las ciudades y el 80 % tienen empleo. La mayoría es autónoma y sin «carteira de trabalho» firmada, mientras un 25 % trabaja en el sector formal y cuenta con beneficios, como salario, familia y abono salarial (similar asignación salarial por hijo/a).
La población pobre, que depende más de la renta informal, será la más perjudicada por el aislamiento social impuesto por la pandemia, salvo que las medidas anunciadas por el Gobierno, como la ampliación de la Bolsa Familia y la renta básica de los más pobres, realmente funcione.
La esperanza es que la pandemia, que no hace distinción de clase, enseñe que el Estado sí tiene un papel preponderante para asegurar a los más pobres y vulnerables una amplia y eficiente red de protección social. Menos ajuste fiscal y más justicia social.