Almagro mutis

Richard Canán

Que desfachatez la del sumiso Almagro. Los olores de las bombas lacrimógenas y el humo de las barricadas por las protestas en Washington D.C. llegan raudamente hasta su putrefacta oficina. Pero como de costumbre, se hace el ciego, sordo y mudo cuando graves situaciones de violación de los Derechos Humanos ocurren al interior del imperio norteamericano o de alguno de los países lacayos del Cartel de Lima. Todos gozan de su magnánima protección.

En el despacho de este Judas latinoamericano se huele también el tufillo del miedo, el olor del siervo cagado, porque cualquier pronunciamiento negativo de Almagro o de la OEA desataría los iracundos fuegos de su amo, el iracundo Donald Trump. Por eso el olímpico silencio, ejercitando las artes del mutis, viendo para otro lado e ignorando las infaustas causas de las protestas.

Hay una evidente inmoralidad en los silencios de Almagro, en su parálisis extrema. Haciendo silencio frente a los atroces crímenes cometidos bajo la lógica del oprobioso racismo. Un despreciable metarrelato de violencia racial alimentado durante décadas por la élite norteamericana y ejecutado impunemente por grupos neofascistas, en este caso, enquistados en las fuerzas policiales.

Su verbo y sus métodos de actuación (llenos de odio, deshumanización y excesos en el uso de la fuerza), están claramente inspirados en los supremacistas blancos. Los mismos que apoyan fervientemente la virulenta verborrea racista de Donald Trump.

Si la violencia policial ocurriese en cualquier otro país, como por ejemplo Venezuela, Almagro se hubiese rasgado las vestiduras totalmente indignado y habría exigido de manera inmediata la condena política, el bloqueo naval, la invasión militar y hasta la excomunión de los miembros del gobierno.

Pero no, el perro faldero Almagro, desde el 25 de mayo ha actuado con vergonzosa complicidad, al omitir cobardemente mencionar el crimen de odio cometido en contra del afrodescendiente norteamericano George Floyd, así como las activas e imparables protestas en las principales ciudades de Estados Unidos.

Desde sus profusas y siempre altaneras cuentas en las Redes Sociales no ha salido ni un solo comentario, ni una línea, todo es silencio cómplice, un mutis miserable y ruin que expresa su baja calaña y su macabra intencionalidad de proteger y encubrir políticamente a su amo Trump.

La autocensura impuesta por Almagro deja expuesto que su agenda institucional ha sido sustituida por una agenda de confrontación y choque en contra de los países que no obedecen las líneas de sumisión a las doctrinas del imperio norteamericano. En esa lista de odio están prioritariamente Venezuela, Cuba y Nicaragua. Omnipresentes en todas las pesadillas y jadeos de Almagro.

Lo peor es que su fanatismo neoconservador, como representante de la extrema derecha continental, ha lanzado a toda la Organización de Estados Americanos (OEA) por el abismo del sectarismo y la parcialización política.

El espíritu mancillado de la organización bajo la impronta de Almagro dejó de propiciar «un orden de paz y de justicia, fomentar su solidaridad, robustecer su colaboración y defender su soberanía, su integridad territorial y su independencia». Nada de esto es posible bajo la nefasta gobernanza del lacayo Almagro.

Sus acciones se han convertido en una persecución sectaria y discriminatoria en contra de Venezuela y de omisión frente a los recurrentes crímenes en Colombia (sicariato contra líderes sociales y narcotráfico), Brasil (negligencia frente al Covid-19 y persecución judicial) o Chile (brutalidad policial). Ni con el pétalo de una rosa le ha dado Almagro a sus fascistoides aliados.

En su obcecada y enajenada cruzada de exterminio en contra del gobierno de Venezuela (erigido como juez de la Santa Inquisición), Almagro decapitó el arte de la diplomacia, acabando con su único y exclusivo rol de facilitador en las relaciones de los países del Continente.

En sus acciones no hay nada de velar por el bienestar de los pueblos, garantizar la democracia (allí sigue campante la espuria dictadora boliviana, enquistada en el poder por el falso informe electoral preparado falazmente por la OEA), o luchar por los excluidos, marginados y asesinados, como los cientos de casos de ajusticiamiento policial, similares a los de George Floyd.

Como su agenda es Venezuela, nada de condolerse por el asesinato de Floyd, ni condenar la represión policial en las protestas que están en plena efervescencia en Estados Unidos.

No faltaba más. Almagro solo tiene tiempo para aparecer en foros junto a la agente neofascista María Corina Machado, declarando sin tapujo alguno que «Yo reconozco al Gobierno de Juan Guaidó», como si él pudiera poner y quitar a su antojo a los presidentes de los países miembros de la organización (pronto dirá que quiere derrocar al director de la Organización Panamericana de la Salud, por ejemplo).

Además, reconoce miserablemente que es proclive a las violatorias políticas de bloqueo comercial y financiero implementadas por Estados Unidos con la finalidad de «rodear al régimen» y así «obligarlo a que se rindan». Nos salió golpista confeso el obseso secretario Almagro.

Con lo jalabolas que es el pitiyanqui Almagro, de seguro pedirá ante la Corte Penal Internacional el juicio inmediato en contra de todas las organizaciones de derechos civiles que protegen a los ciudadanos afrodescendientes, al movimiento Antifa, a las Code Pink y a cualquier otra organización que le huela a ñangara. Los acusará de terrorismo doméstico, siguiendo el discurso de su amo Trump. Los lacayos nunca guardan la compostura.

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