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* Denunció a su esposo tras la última paliza recibida y, poco después, descubrió algo inesperado que cambió su vida.
El 7 de enero de 1540, en la ciudad de León (Nicaragua), una mujer asustada y nerviosa se presentaba ante el gobernador Rodrigo de Contreras en busca de justicia y, sobre todo, de protección. Su vida corría peligro.
Catalina de Ribadeneyra había aguantado vejaciones, golpes y amenazas durante demasiado tiempo. La última agresión, ocurrida la víspera, había colmado su paciencia y resignación cristiana, venciendo sus miedos para denunciar a su esposo.
Pedía que se la pusiera a salvo tras declarar entre sollozos que Juan Talavera…
“… a querido matarla muchas bezes echando mano a la espada e a un puñal para ello e ayer la quiso ahogar con sus propias manos e lo hiziera si no la guardara Nuestro Señor Díos; pidió a su merced la saque de su poder e la ponga en poder e depósito de persona honrada casada para que esté salba e segura quel dicho su marido no la mate”.
El gobernador escuchó a la temblorosa mujer, trató de serenarla y la conminó a que aportara testigos que corroboraran dicha acusación.
Ella presentó los testimonios de cuatro criados (una negra, dos indias y un indio) además de un tal Cristóbal García. Los dos más relevantes fueron los de la negra Guiomar y el indio ladino Juan Callente, pues ambos habían presenciado los malos tratos padecidos por su señora y también la última agresión.
Guiomar la describió muy gráficamente y con numerosos detalles, lo que dio gran verosimilitud a su testimonio:
“… el dicho Juan de Talavera dio de cozes a la dicha Catalina de Ribadeneyra e le apretó con las manos la garganta e la ahogava e la metió los dedos en la boca para la ahogar e la dicha Catalina de Ribadeneyra se defendía e se fue a una cámara de su casa donde estava su madre enferma…”.
Juan Callente, por su parte, coincidió con Guiomar. Además, incidió en lo recurrente de dichas golpizas…
“… a visto muchas vezes quel dicho Juan Talavera a dado de puñadas e bofetones e remesones a la dicha Catalina de Ribadeneyra, su mujer e a echado mano a la espada e a un puñal para la matar e que dize que la a de matar cada día…”.
El gobernador, escuchados todos los testimonios, decidió protegerla en casa de un matrimonio. Una medida de precaución, para evitar males mayores.
El 20 de enero el marido acusado declaró que sólo había querido asustarla, prometiendo “hacer vida maridable con ella e que no la heriría ni la mataría ni que daría mala vida… so pena de dos mil pesos de oro”. Aportaba tres fiadores que asegurarían el pago en caso de incumplir su promesa.
Otro compromiso público le fue requerido. En la iglesia del Monasterio de Nuestra Señora de la Merced, Juan Talavera juró ante fray Diego de Alcaraz y las autoridades que sería buen marido y cumpliría lo pactado.
Catalina tuvo que regresar junto a su esposo. Pero, cuatro meses después, se presentaba de nuevo ante el alcalde para comunicar algo totalmente inesperado…
“… ella hera casada primeramente en Sebilla con Francisco de Spínola, escribano de Sebilla que bive en calle de Escobas, hijo de Juan de Spínola e que se vino a estas partes e se casó después con el dicho Juan Talavera e que agora ella que se quiere yr a bivir e permanecer con el dicho Francisco de Spínola, su primer marido, por ser él bivo e no quiere estar en pecado e no puede ser casada con el dicho Juan Talavera …”.
La misma mujer que había denunciado a su esposo maltratador poco antes, confesaba que era bígama y presentaba dos testigos que daban fe de su primer matrimonio. Aclaró que se había casado con Talavera porque supo por buenas fuentes que su primer esposo había fallecido. Al conocer ahora que estaba vivo hacía pública su situación y pedía regresar a Sevilla.
Dos días después Juan Talavera declaraba haberse casado con Catalina porque pensaba que era soltera pero, visto su testimonio, pedía que fuera mandada a vivir con su primer esposo y que sufriera condena por ser casada dos veces, un escarmiento para dar ejemplo…
“… Anda engañando al mundo como a mi me engañó… pido y requiero a vuestra merced una e dos e tres vezes e más por quanto derecho debo que proceda contra ella por todas las vías e penas cebiles e criminales que el derecho manda…e la echen e destierren de la tierra con mucha brebedad en el primer navío que de puerto saliere, presa e a buen recaudo…”
Ella replicó que no había obrado intencionadamente y ninguna afrenta le había causado.
El 30 de junio, Luis de Guevara dictó sentencia. Catalina viajaría a Sevilla para hacer vida maridable con Francisco de Spínola y sin sufrir mayor condena. Nuestra protagonista debió sentirse muy aliviada. Que Spínola estuviera vivo vino a salvarla de una convivencia difícil y peligrosa en Nicaragua con su segundo esposo. El 14 de julio se comunicaba a Catalina su próximo embarque en el navío “Todos los Santos”.
Fuente: tuotrodiario.com