Alicia Castro*
El 6 de octubre, en el 45 periodo de sesiones del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, se trató mucho más que la situación de Venezuela. Están en juego dos imperativos más amplios y muy serios: advertir los riesgos que corre la democracia en América Latina y definir el grado de independencia que queremos para nuestra Región.
Se pusieron en consideración dos Resoluciones. Ambas se ocupan extensamente de la situación de los Derechos Humanos en Venezuela.
Pero las diferencias son sustantivas.
La Resolución L.55. que votó, entre otros países, México junto a Venezuela, pone de relevancia el diálogo constructivo y fomenta la cooperación a fin de reforzar la capacidad de Venezuela de «cumplir las obligaciones que le incumben en materia de derechos humanos”; “expresa preocupación por las noticias relativas a presuntas restricciones al espacio cívico y democrático, incluidas las denuncias de supuestos casos de detención arbitraria, intimidación y difamación de manifestantes, periodistas y defensores de los derechos humanos”.
Celebra la visita de la Alta Comisionada Michelle Bachelet a la República Bolivariana de Venezuela que tuvo lugar en junio de 2019, y los compromisos acordados para mejorar la situación de los derechos humanos en el país; exhorta al Gobierno de la República Bolivariana de Venezuela a que aplique las recomendaciones recogidas en los informes de la Alta Comisionada presentados al Consejo de Derechos Humanos y finalmente «pide a la Alta Comisionada que siga colaborando con la República Bolivariana de Venezuela para hacer frente a la situación de los derechos humanos en el país y prestar apoyo sustantivo en forma de asistencia técnica y fomento de la capacidad».
Argentina no votó esa Resolución. Votó, en cambio, por la Resolución L 43, junto al grupo de países europeos que desconocen al gobierno constitucional de Nicolas Maduro y reconocen a Juan Guaidó, otorgando legitimidad a quien nunca se postuló como Presidente y se autoproclamó en una plaza.
Esto sienta un precedente escandaloso, que se repitió en Bolivia con la proclamación de Jeanine Añez: la fabricación de Presidentes sin un voto. Para evitar la desaparición de la democracia en Argentina y en nuestra Región, es imprescindible asegurar que los Presidentes surjan del voto popular expresado en las urnas.
En esta Resolución los estados firmantes se inmiscuyen en asuntos internos de la política venezolana. Reflexionemos: ¿Algún país de América Latina pretendería, acaso, establecer condiciones para regular en detalle las elecciones en el parlamento alemán o el sistema para elegir al gobierno de España, que determinara fechas y modalidades de todo el proceso electoral?
¿Algún país de nuestro continente reclamaría injerencia en el proceso de elecciones en Francia o en el Reino Unido, juzgó su oportunidad de formar gobierno o formuló críticas y sanciones a la accidentada votación del Brexit? Sin embargo, en las Resolución 43 sobre Venezuela, los Estados firmantes se arrogan facultades de injerencia directa para tutelar las cuestiones internas de la política venezolana.
Lo considero inadmisible. La igualdad jurídica de los Estados es base de la construcción de un mundo multipolar de Naciones iguales y soberanas.
La lucha contra el colonialismo es un imperativo ético. Argentina votó esa Resolución junto a los países del Grupo de Lima. Con el gobierno de Piñera en Chile, de Bolsonaro en Brasil, de Lenin Moreno en Ecuador, de la golpista Añez en Bolivia.
Estos adalides de los derechos humanos, además de condenar enérgicamente a Venezuela, en consonancia con las expresiones de la oposición, resolvieron prorrogar por dos años el mandato de una llamada «Misión Internacional Independiente” que fue constituida por tres personas designadas por el Grupo de Lima, sin ninguna representación conferida por el Derecho Internacional, que se limitó a recibir desde Panamá informes por mail de la oposición venezolana, y dar por válidas denuncias que nunca fueron constatadas.
Introdujeron en la Resolución, además, la posibilidad de implementar nuevas medidas, que puedan involucrar a la Corte Internacional de Justicia.
Para mayor muestra de cinismo, expresaron su preocupación por el tratamiento de la pandemia Covid-19 en Venezuela que, con 30 millones de habitantes, tiene —según datos de la OMS— 80.000 contagiados de Covid-19 y un total de 653 muertos, lo cual muestra un mejor desempeño, seguimiento y cuidado de la salud pública que los países que apoyan la Resolución 43, incluido el nuestro.
Es especialmente doloroso que Argentina haya votado junto al Reino Unido contra Venezuela, país hermano que ha defendido históricamente y con singular empeño nuestros derechos soberanos en Malvinas, reclamado los recursos naturales apropiados por el usurpador y denunciado en todos los foros multilaterales la existencia de una base militar en el Atlántico Sur. Recordemos también que Gran Bretaña ha conculcado ilegalmente el oro que pertenece a Venezuela.
La democracia está en riesgo en nuestro continente; lo hemos analizado recientemente en un diálogo compartido dentro de la cumbre mundial de la Internacional Progresista, con los candidatos a Presidente del Estado Plurinacional de Bolivia, Luis Arce; el candidato a presidente del Ecuador, Andrés Arauz y Gustavo Petro de Colombia.
Advertimos los peligros que corre la democracia en nuestra Región, donde prolifera el lawfare —la manipulación del sistema judicial— como herramienta para proscribir a los dirigentes políticos progresistas que impulsaron beneficios para las grandes mayorías y un mejor reparto de la renta, reduciendo la desigualdad y achicando la abominable brecha entre ricos y pobres.
Es el caso de Lula en Brasil, de Evo Morales en Bolivia —donde la OEA desconoció los resultados electorales y propició un golpe de Estado—, del Ecuador donde se condenó a Rafael Correa en un juicio amañado. Es el modelo de persecución que se intenta contra Cristina Fernández de Kirchner en Argentina.
Los medios de comunicación comerciales y las redes sociales, con la repetición sistemática de mentiras y ejércitos de bots y trolls, juegan un papel central en la demonización de los líderes y procesos populares y en la desestabilización de la democracia.
Nadie ha estado más expuesto al linchamiento mediático que el gobierno de Venezuela. Es bien conocido cómo las Agencias Gubernamentales de los Estados Unidos orquestan las etapas para lograr sus objetivos de regime change —con mentiras han justificado sus invasiones militares en Iraq, la destrucción de Libia— y sus pretensiones de injerencia directa en la política latinoamericana.
Quienes toman decisiones en materia de Relaciones Exteriores tienen la obligación de considerar el complejo escenario geopolítico, analizando los antecedentes y midiendo las repercusiones de sus actos. Todos los elementos están a disposición.
En uno de los documentos filtrados por Edward Snowden que reveló la Lista de Objetivos y Prioridades Estratégicas 2007 de la Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos (NSA), hay una lista de seis países como «objetivos permanentes» China, Corea del Norte, Irak, Irán, Rusia y un país de América Latina: Venezuela.
Donde se ordena el destino de respectivas misiones se puede leer: F-» Mission: Venezuela- «Establecer responsables políticos para impedir que Venezuela alcance un liderazgo regional y aplique políticas que afecten negativamente los objetivos globales de US. Evitar que crezca la influencia y liderazgo de Venezuela en áreas política, ideológica, energética».
Está a la vista que se trata del petróleo. Y si alguien eligiera ignorar por completo las evidencias y los riesgos, los altos funcionarios del gobierno de Estados Unidos se encargan de aclararlo llanamente: Quieren derrocar al gobierno elegido por el voto popular, están dispuestos a intervenir militarmente y —frankly speaking— el petróleo venezolano les queda más a mano que el de Medio Oriente.
Las intervenciones militares de los Estados Unidos son precedidas por una serie de acciones: el planificado desgaste del gobierno —nadie está sometido a un linchamiento mediático más tenaz que Venezuela—, imponen bloqueos para crear desabastecimiento y generar descontento social, secuestro de divisas, violencia organizada; instalación de un gobierno paralelo.
En medio del caos provocado, justifican la intervención militar. Esta matriz —que se desplegó en Libia— está en marcha en Venezuela. Nadie puede ignorar hoy que Venezuela está bajo asedio, sometida a un bloqueo criminal que priva al pueblo de medicinas, alimentos, insumos esenciales. Desde el golpe de Estado perpetrado contra Hugo Chávez en abril 2002, no han cesado los intentos de golpe, magnicidio, sabotaje, desabastecimiento, acciones de violencia organizada.
La mayoría de los partidos de la oposición no presentan candidatos a elecciones para no convalidar el triunfo del voto popular y avanzar con la desestabilización. En este escenario de gran fragilidad, contribuir a erosionar a Venezuela es irresponsable. Es el paso que favorece un golpe.
Estamos en un momento crítico de la historia de la humanidad, con una confluencia de crisis de extraordinaria gravedad, crisis económica, crisis social, sanitaria, crisis política, emergencia medioambiental. No se pueden tomar decisiones sin medir las consecuencias. Argentina podría haber optado, eventualmente, por abstenerse en ambas mociones. Prefirió dar, en cambio, un voto condenatorio a Venezuela.
Es preciso darle inteligibilidad a la política internacional, porque aun cuando no lo advirtamos, de ella dependerá nuestro futuro. No es una ciencia oculta, y el ciudadano y ciudadana de a pie, así como tiene que poder entender de economía para que no lo joroben, merece saber que, en diplomacia, de poco valen las expresiones verbales de repudio al bloqueo y declaraciones de amistad si se acompaña con el voto a quienes promueven el bloqueo, aplican severas sanciones y llaman a la intervención militar, poniendo en riesgo a nuestro continente. Estas Resoluciones definen las relaciones políticas entre los Estados en forma vinculante.
En general, es imposible estar bien con Dios y con el diablo. En diplomacia es un objetivo de imposible cumplimiento y un juego engañoso. La Resolución tomada en Ginebra representa un giro inesperado de nuestra política exterior por tres razones.
El Presidente Fernández se había expresado a favor del fortalecimiento del bloque regional; había augurado una alianza estratégica con México elegido como socio regional; nuestra Cancillería había intentado matizar la incomprensible permanencia de Argentina en el Grupo de Lima, asegurando que no votaría junto a este nucleamiento, creado por los gobiernos de derecha de la Región —Macri entre ellos— con el explícito objetivo de desintegrar el bloque regional, debilitar la UNASUR y contribuir a derrocar al gobierno de Venezuela, en acuerdo con las aspiraciones de los Estados Unidos.
Sabemos que en un Frente no todos compartimos las mismas opiniones, y también cuánto importa que esta diversidad sea tomada en cuenta. Sé que hay entre los dirigentes quienes han denostado a la revolución bolivariana —sin conocerla ni haber pisado nunca suelo venezolano— y hasta alguno que celebró públicamente la llegada del irregular Guaidó.
Pero confiamos en que, en nuestro gobierno, Argentina estaría guiada por los principios rectores de No Intervencionismo en los asuntos internos de otro Estado y respeto por la Libre Determinación de los Pueblos. La Argentina ha hecho escuela sobre estos valores, la doctrina Calvo, la doctrina Drago.
Muchas personas se preguntan por las razones de esta votación, descartado, como está, que tenga vinculación con alguna secreta «condicionalidad» del FMI. Una línea de respuesta fue expresada por un periodista que puso en Twitter: «Argentina votó con los espacios de (AL) y Unión Europea (UE) donde trabaja el tema Venezuela. Y no votó con Irán, Turquía y Siria, que proponían otra Resolución.
¿Se imaginan el tratamiento mediático votando la otra propuesta?!», preguntó. Faltó decir que los países de América Latina a los que se refiere distan, en muchos casos, de estar comprometidos con la democracia. Lo preocupante, más bien, es que Argentina haya despreciado esta oportunidad de votar junto a México, mostrando en los hechos la voluntad de establecer una alianza estratégica capaz de consensuar objetivos, acciones y votación conjuntos.
Somos conscientes del papel que juegan los medios de comunicación comerciales, el «periodismo de guerra» que puede alcanzar ribetes desestabilizadores. Es incongruente denunciar la permanente manipulación y hostigamiento de los medios y actuar, al mismo tiempo, respondiendo a las demandas que estos mismos generan.
Sería oportuno, entonces, recordar aquella sabia advertencia de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner en ocasión de la asunción, cuando recomendó al Presidente que se preocupara por escuchar a los argentinos «y no tanto a la tapa de los diarios».
A veces la posición de la dignidad es profundamente solitaria —me advirtió un amigo— y estuve dispuesta a correr el riesgo cuando presenté mi renuncia como embajadora designada en Rusia, expresando mi profunda disidencia. Sin embargo, he sido sorprendida y conmovida por cientos de mensajes de adhesión que recibo de militantes de todas las edades, de todas las épocas, de todas latitudes.
Creo ver aquí la necesidad de muchos de ser escuchados; de un sujeto político activo que forjó un frente electoral con lucha y resistencia y quiere estar presente en las decisiones de gobierno; que siente que no está hablando, o no está siendo atentamente escuchado. Un frente nacional y popular que tuvo como medio ganar las elecciones, pero tiene como fin progresar aportando la suma de sus valores, de sus propuestas y objetivos.
Nuestro frente tiene voluntad de Patria Grande. Entendimos que es preciso retomar el legado de nuestros libertadores, San Martín y Bolívar, aprendimos que la unión es la clave para lograr soberanía política, independencia económica, justicia social.
En ese camino, logramos derrotar al ALCA, y los pueblos de nuestra América celebramos con inmensa alegría ese triunfo que Néstor Kirchner, Hugo Chávez y Lula da Silva protagonizaron como los «tres mosqueteros», asestando con decisión y coraje una victoria estratégica al imperialismo.
Es la vigencia de nuestros sueños, que no se rinden.
En la clara noción de que la historia la escriben los pueblos.
* Exmbajadora de Argentina en Venezuela y Rusia.