Uruguay, bajo el gobierno neoliberal de la Coalición Multicolor, se va alineando a las directrices de la Casa Blanca. El canciller, Francisco Bustillo, se reunió con el secretario de Estado estadounidense Mike Pompeo para acercar a ambos países económicamente, pero también sabemos que esas reuniones implican determinados condicionamientos que nunca se revelan a la prensa.
El nuevo gobierno uruguayo ha votado en contra de que Cuba ingrese al consejo de Derechos Humanos en la ONU. La ministra de Economía, Azucena Arbeleche, manifestó que quiere mejorar la imagen del país con el Fondo Monetario Internacional.
“Los pobres se están haciendo más pobres y se espera que cerca de 90 millones de personas caigan en situación de extrema pobreza este año”, dijo Gita Gopinath, jefa económica del Fondo Monetario Interncional (FMI). América Latina y el Caribe será la región más afectada por la crisis sanitaria, dado que en muchos países se proyectan profundas recesiones.
Para 2021, el organismo modificó ligeramente sus previsiones, el crecimiento en la región será de un 3,6%. En el caso de Uruguay, el FMI prevé una caída mayor del PIB este año. Se estima que alcance el 4,5%. El gobierno, sin embargo, prevé una caída menor, 3.5%.
Esto no son solo las cifras, son familias enteras sin empleo, jóvenes que abandonan sus estudios, jubilados viviendo los últimos años de su vida en condiciones precarias, otra generación más, relegada. El descontento social toma distintas expresiones a lo largo y ancho del globo y Uruguay no es la excepción.
En quince años de gobierno del centroizquierdista Frente Amplio, las políticas redistributivas no llegaron a toda la población y las periferias de las ciudades se separaban por muros invisibles de los centros urbanos.
La derecha y la ultraderecha supieron captar ese descontento ante políticas de una izquierda muy enfocada en la ficción de la clase media. Las reacciones son varias y allí surgen los indignados del sistema, tanto por izquierda como por derecha. Cansados de ser los postergados de siempre a lo largo de la historia.
El eje regional se ha corrido hacia la derecha y Uruguay se puso a tono. Y, detrás de la incorrección política los gobernantes plantean ataques sistemáticos a minorías calificadas como enemigos internos, culpables de todos los males de la nación.
El relato
“En el Frente Amplio, la mitad claramente no es demócrata.” declaró a Montevideo Portal el dos veces presidente (del Partido Colorado), Julio María Sanguinetti. Esta frase no es aislada ni ingenua. Forma parte de la construcción del relato que cierta parte de la izquierda está fuera de los márgenes democráticos. Que por culpa de la guerrilla aquí hubo dictadura, pero nada dicen del Plan Cóndor. Los ánimos revisionistas están a la orden del día.
La impronta oficialista va por dos carriles. El puramente económico con su plan de ajuste, donde incluso hay medidas sumamente impopulares y mezquinas como la conformación de una comisión de revisión del boleto estudiantil.
Y el otro carril es el que pretende afianzar la subjetividad neoliberal en la que todos fuimos criados y correrla hacia márgenes más individualistas, más conservadores y más autoritarios de lo habitual. Potenciando así la polarización política de la que la derecha denuncia como un mal a la convivencia entre conciudadanos, pero que la riega todos los días.
En esta semana se encontraron tres carteles fuera de instituciones de secundaria de una organización de ultraderecha que se disolvió en el año 1974, la Juventud Uruguaya de a Pie (JUP). La misma se caracterizó por sus prácticas violentas, donde golpeaba liceales que identificaban de izquierdas, donde incluso llegaron a asesinar a un estudiante. Los carteles estaban escritos con una prédica anticomunista, con lenguaje post segunda guerra mundial.
En esta comarca llamada Uruguay, que no gravita a nivel económico ni poblacional, entre dos potencias como son Argentina y Brasil, igual suceden cosas. Las corrientes históricas conservadoras, ruralistas y militares de ultraderecha hoy convergen en el gobierno y marchan al compás del ritmo continental.
El Frente Amplio impávido y enfrascado en su reorganización interna con cambio de conducción el año siguiente, insiste con una retórica de “diálogo”, “respeto”, “tender puentes”, mientras el oficialismo le devuelve su pacifismo institucional con expropiaciones (que el Frente Amplio no se animó a hacer mientras era gobierno), con represión, ajuste y haciendo lo que se conoce como “la del tero”, un ave que canta en un lado, pero tiene los huevos en otro.
La deuda pública galopa a ritmos vertiginosos. La auditoría nunca estuvo en los programas del Frente Amplio y ahora la derecha se monta sobre el acumulado que dejó la socialdemocracia. Récord histórico de presos, 12.921. Otra deuda no saldada.
El punitivismo aprieta con las dos manos
El gobierno derechista ha sido muy hábil en marcar la agenda, poner el foco en problemas mínimos y por detrás contrabandear su proyecto de expoliación a la clase trabajadora y ocultar los problemas estructurales. Como dice el refrán, para esconder un elefante la mejor manera es desatar una estampida de elefantes.