Víctor Báez Mosquiera
* No hace mucho, los gobiernos de India y Sudáfrica pidieron a la Organización Mundial de Comercio (OMC) que se suspendieran temporalmente las patentes que están vinculadas al coronavirus, de manera de poder producir los remedios con mayor democracia y hacer que las vacunas se conviertan en un bien de la humanidad. La Unión Europa se puso de acuerdo con los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña para oponerse a ese pedido, argumentando que ello desincentivaría la inversión y la innovación.
En su discurso ante el Foro Económico Mundial, el Secretario General de Naciones Unidas, Antonio Guterres, pintó un panorama mundial que, desde luego, no es prometedor. ¿Cuáles son las causas de la falta de transparencia en el combate a la pandemia? ¿Por qué se ha globalizado la asimetría?
Guterres habló de la fragilidad del planeta, dada por el COVID-19, por la pérdida de empleo, por el empobrecimiento y el problema climático. Se refirió también a la posibilidad de una gran fractura geopolítica en dos sectores liderados por las dos potencias, con dos monedas diferentes y dejó entrever el aumento de la brecha Norte-Sur.
En mi opinión, pintó un panorama que en muchos aspectos la humanidad vivía hace más de 70 años, porque el gran logro del neoliberalismo fue hacer retroceder al mundo a inmediatamente después de la segunda guerra mundial, con un multilateralismo cada vez más débil en el que los Objetivos de Desarrollo Sostenible no parecen ser parte de la agenda internacional.
El “nacionalismo de la vacuna”
Así llaman algunos ahora al comportamiento de los gobiernos de los países desarrollados, sean de derechas o de centro, que se disputan las vacunas por diversos medios, creyendo que al suministrarlas a sus respectivas poblaciones se aseguran el futuro, mientras las naciones pobres quedan libradas a su suerte. Es el “sálvese quien pueda” de los necios, porque el mismo Secretario General de Naciones Unidas dice que “el COVID-19 en cualquier lugar significa COVID-19 en todas partes”, por las mutaciones que se van registrando y porque el virus tiene más resistencia.
La competencia entre compradores se da también por los precios. Algunas publicaciones afirman que hay países de la Unión Europea que pagan entre 14 y 18 dólares por cada dosis, mientras Estados Unidos paga 19 e Israel 62.
Desde que la OMS declaró la pandemia el 11 de marzo de 2020, lo único que se ha globalizado es la descoordinación, la cual es a ojos vistas adrede, porque sigue enriqueciendo más a los más ricos, a las grandes multinacionales, especialmente a las farmacéuticas, aunque Guterres diga que “la vacuna para todos y todas es la vía más rápida para reabrir la economía global”.
No hace mucho, los gobiernos de India y Sudáfrica pidieron a la Organización Mundial de Comercio (OMC) que se suspendieran temporalmente las patentes que están vinculadas al coronavirus, de manera de poder producir los remedios con mayor democracia y hacer que las vacunas se conviertan en un bien de la humanidad. La Unión Europa se puso de acuerdo con los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña para oponerse a ese pedido, argumentando que ello desincentivaría la inversión y la innovación.
La piratería de las grandes farmacéuticas
Varios medios de comunicación del viejo continente reconocen que la Unión Europea ha defendido siempre a la industria farmacéutica, así que lo que narro más arriba no ha sido un caso excepcional. Pero las farmacéuticas Pfizer y AstraZeneca han devuelto este último favor que les hizo la UE anunciando el retraso y la reducción de las entregas de vacunas, lo cual no agradó nada a los gobiernos europeos, varios de los cuales las han apoyado con adelantos multimillonarios y compromisos de compra de más de 1.300 millones de dosis.
Líderes europeos como Ursula von der Leyen y Josep Borrel están diciendo que se necesita transparencia sobre el destino de las vacunas, especialmente cuando las farmacéuticas no cumplen con las entregas prometidas a la Unión.
Entretanto, otras publicaciones dicen que Pfizer prevé facturar 12.000 millones de euros con la vacuna, tan solo en 2021. Las farmacéuticas conservan el derecho exclusivo de vender sus productos por 10 o 20 años, según sea el caso, lo cual nos da una idea de las ganancias que obtendrán.
Si la opacidad del destino de las vacunas es un problema para la ciudadanía de la Unión Europea, la exigencia de confidencialidad en los acuerdos de gobiernos latinoamericanos con las farmacéuticas es alarmante por las pretensiones que tienen las productoras de vacunas. Las quejas son filtradas a la prensa o son diplomáticamente deslizadas por altos funcionarios gubernamentales.
Así, en Argentina, Pfizer habría exigido como garantía “una nueva ley con bienes inembargables que incluía glaciares y permisos de pesca”. No se supone que la inclusión de glaciares sea por activismo contra el cambio climático, sino porque el agua ha comenzado a cotizar en Wall Street.
La ministra de Relaciones Exteriores de Perú no pudo dar detalles “por la cláusula de confidencialidad” pero admitió en una entrevista que, el 23 de noviembre, que el gobierno peruano recibió el proyecto de contrato de la empresa Pfizer, el cual no pudo firmarse en la fecha prefijada por lo que planteaba su contenido.
El presidente uruguayo, Luis Lacalle Pou, apareció declarando en la prensa que la información de los contratos con las farmacéuticas no será entregada a la ciudadanía, porque “había que optar entre tener un contrato de confidencialidad o no tener vacunas”. A su vez, el Ministro de Salud brasileño dijo que las “clausulas leoninas y abusivas que fueron establecidas por el laboratorio Pfizer crean una barrera a la negociación y compra”.
En Colombia, organizaciones sindicales y de la sociedad civil en general combaten desde hace tiempo la negativa del gobierno de Iván Duque de entregar información sobre el contrato.
Varias conclusiones se pueden sacar de las situaciones aquí narradas.
La primera de ellas es que la imposición de confidencialidad no es solamente propicia para los apetitos leoninos de los laboratorios, sino que es también la mejor oportunidad para que algunos gobiernos corruptos se amparen en ella para seguir delinquiendo. La segunda es que no hay razones para creer que exigencias similares de estas empresas no se hayan extendido a otros países de América Latina, África y Asia, en perjuicio del Sur global.
La tercera, inevitable, es que mientras el Secretario General de Naciones Unidas dice que el mundo necesita un multilateralismo fuerte, las grandes empresas tratan al orbe como si fuera su patio trasero, precisamente por la falta de reglas internacionales claras que pongan freno a su codicia.