Alberto Rodríguez García
Y entonces llegó Biden. El justiciero, el bonachón, ese señor de la guerra que apoyó destruir a Yugoslavia, invadir Irak y bombardear Libia, ahora reconvertido en una especie de ser de luz venido al mundo para repartir paz, sonrisas y cosas bonitas. O al menos eso nos quiere hacer creer la propaganda demócrata; una propaganda destinada a un público con una mentalidad tan infantil, un nivel intelectual tan paupérrimo, que Barrio Sésamo les parecería una reunión de ingenieros planificando viajar a Marte.
La propaganda es tan patética que, aun tras bombardear en Siria a las fuerzas que combaten al Estado Islámico (en pleno auge del Estado Islámico en la zona, por cierto), presenta al presidente más senil del momento como una especie de héroe que retrasó el bombardeo porque en el primer intento le dijeron que había una mujer y dos niños, obviando, eso sí, que si un día normal hay una mujer y dos niños (asumiendo que este guion digno de un film bélico de Clint Eastwood es cierto, lo cual dudo), es que no es una posición militar ajena a los civiles. Un bombardeo justificado en base a pruebas menos sólidas que las de las armas de destrucción masiva en Irak. Pero es que claro, los de Biden son bombardeos con perspectiva de género; y es que debe de sonar muy progresista eso de que hay carta blanca para matar indiscriminadamente a los hombres. Aunque esos hombres también sean hermanos, maridos e hijos. Aunque la muerte de esos hombres también destruya familias. Tal vez, si Rahi Salam Zayed se hubiese identificado como mujer, fluidgender o cualquiera de las tonterías que promueven los lobbistas belicosos que se esconden tras Biden, este no habría muerto, no habría sido asesinado en un atentado más que se suma a la lista.
Y aunque no haya pasado ni un mes, en el caso de Biden hay que hablar de bombardeos en plural; porque aunque el de Siria haya sido el más sonoro, Biden se ha estrenado en su primer mes con bombardeos en tres países: Irak, Somalia y Siria. Es curioso que en Irak y Somalia sí han atacado a terroristas de al-Qaeda y el Estado Islámico para proteger sus intereses, mientras que en Siria, debilitan las posiciones defensivas del gobierno sirio y aliados contra los yihadistas. Porque esos son los intereses del gobierno más progresista del mundo. Y sí, es cierto que la política de Biden –aunque cada día cuesta más saber si es de Joe o Kamala– no es nada fuera de lo normal entre los inquilinos de la Casa Blanca, pero el hombre que supuestamente iba a acabar con las políticas agresivas de Donald Trump, ha bombardeado un país soberano ignorando lo que tuviese que decir el Consejo de Seguridad de la ONU e incluso el Congreso de su propio país. Ha bombardeado Siria incluso en menos tiempo que Donald Trump. ‘America is back’ dijo Biden, y vaya que si ha vuelto el sheriff del mundo, tanto que vuelve a destruir naciones y asesinar personas, pero con tantos complejos que no lo hacen en nombre de los intereses propios –siendo justos a la verdad y los hechos–, sino en nombre de una insoportable superioridad moral.
Ah, pero no olvidemos lo hipócrita que es la superioridad moral de la Casa Blanca. Porque mientras rompen la camisa al grito de ¡derechos humanos! al hablar de Siria o Irán, Bahrein parece no existir. A pesar de la agresividad contra Rusia por el caso Navalny, evitan tomar medidas fuertes para sancionar al príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohamed bin Salman, aun cuando informes de la CIA aseguran que es el responsable intelectual del asesinato y descuartizamiento del periodista opositor Jamal Khashoggi. Claro, introducen a Hezbollah –el partido más votado del Líbano– en la lista de grupos terroristas, mientras compadrean constantemente con la secta de culto religioso MEK; terroristas que han atentado contra Irán e incluso conspiraron con Saddam Hussein para facilitar la invasión de la República Islámica. Y esto es algo que muy seguramente, no va a cambiar tampoco con Biden.
Pero es que la agresión de Biden contra Siria, que es el precedente de más agresiones contra Oriente Próximo, más allá de ser una política lógica de acuerdo al proceder histórico de los EE.UU. y del reconocido sionismo del bonachón de Joe, ni siquiera es una política justa para con los ciudadanos estadounidenses, que pagan con su dinero y sus vidas el aventurismo de unos halcones a los que les apasiona la guerra, pero a distancia. En un único bombardeo en Siria, en una posición remota del país, EE.UU. invirtió más de 150.000 dólares. Esto, mientras Joe Biden rechazaba el sueldo mínimo de 15 dólares para los obreros estadounidenses, poco después de una catástrofe climática en Texas en las que muchos ciudadanos no han podido siquiera pagar la calefacción. Porque a razón de los hechos, tanto Joe Biden como todos los últimos presidentes de EE.UU., sus gabinetes y su élite, han demostrado que prefieren invertir el dinero en matar a miles de kilómetros de casa antes que en mejorar la calidad de vida de sus propios ciudadanos.
Porque el capital es limitado, así que hay que decidir entre cuidar a Lockheed Martin o al trabajador del cinturón de óxido. Así es como funciona la maquinaria imperialista de un país que a pesar de arrasar Oriente Próximo, desde su llegada en 2003 no ha logrado establecerse en ningún país conquistado, invadido o atacado, porque en ninguno los quieren, y a pocos los invitan. Tal vez, conociendo las políticas para con sus propios ciudadanos, la paranoia tan extrema de tener que militarizar la capital para una ceremonia de toma de posesión del presidente, ni los discursos, ni los corazones ni toda la propaganda demócrata puede hacer amigable al país más agresivo del momento.
@AlRodriguezGar