Nicaragua y la variedad de solidaridad neocolonial

Stephen Sefton

Al igual que en 2018, Nicaragua vuelve a ser objeto del tipo de una masiva cobertura informativa internacional de mala fe y del tipo de manipulación psicológica que se ha asociado más recientemente con las ofensivas de Estados Unidos y sus gobiernos aliados contra Bolivia, Cuba, Irán, Siria y Venezuela.

En el caso de Nicaragua, la actual ofensiva tiene como objetivo influir en las elecciones del país previstas para el próximo 7 de noviembre. Actualmente, todas las encuestas de opinión indican que, en caso de que el presidente Daniel Ortega se presente de nuevo a las elecciones, él y su partido FSLN ganarán fácilmente con más del 60% de apoyo frente a alrededor del 20% de la oposición de la oposición de derecha en el país.

La campaña internacional contra el gobierno sandinista de Nicaragua tiene la clara intención de propiciar medidas económicas coercitivas punitivas por parte de los gobiernos de Estados Unidos y la Unión Europea, con el fin de influir en la opinión de los votantes en esas elecciones de noviembre contra el presidente Ortega y el FSLN. En este momento, la principal acusación falsa es que «Ortega» ha encarcelado injustamente a más de veinte líderes de la oposición, entre ellos varios candidatos presidenciales.

Todos los intentos de Estados Unidos por derrocar a los gobiernos que se resisten a los dictados de Estados Unidos y sus aliados dependen de este tipo de gran mentira. La gran mentira estándar es que los gobiernos en la mira imperial son dictaduras impopulares y represivas. Invariablemente, la verdad es muy diferente, sino todo lo contrario.

Por ejemplo, en 2009, la gran mentira en la preparación del golpe de Estado contra el entonces presidente hondureño Manuel Zelaya, fue que el referéndum propuesto de la Cuarta Urna pretendía asegurarle la reelección para imponer una dictadura. En el caso de Nicaragua, la gran mentira actual es que «Ortega» está deteniendo a los líderes de la oposición para evitar que lo derroten en las elecciones del próximo noviembre.

Estas grandes mentiras sólo florecen en una cultura esencialmente fascista de gobiernos dominados por las grandes corporaciones, en la que la información veraz es sistemáticamente suprimida y sustituida por falsas creencias.

Las falsas creencias o presuposiciones típicas de Occidente son, por ejemplo, que Estados Unidos y sus aliados son una fuerza que promueve el bien en el mundo, que la cultura occidental es moralmente superior a las demás y que el capitalismo promueve resultados económicos y sociales óptimos.

Estas ridículas falsas creencias son principios fundamentales de la vida intelectual occidental y del discurso de las principales figuras públicas de prestigio. Hacen posible el tipo de guerra psicológica que se desata repetidamente contra los gobiernos que se oponen a los deseos de las élites corporativas occidentales y los gobiernos que ellas controlan.

Un componente importante de la guerra psicológica occidental que moldea la dimensión moral de cualquier ofensiva de desinformación, es la solidaridad de clase neocolonial con los peones imperialistas del país objetivo de la agresión imperial. Esta solidaridad neocolonial opera en variedades reaccionarias y progresistas, ambas variedades principales reclamando el monopolio occidental de la libertad, la democracia y la defensa de los derechos humanos.

Ambas coinciden esencialmente en que los gobiernos que se resisten a las exigencias occidentales merecen ser cambiados de una u otra manera. La variedad reaccionaria, que prevalece sobre todo entre las clases empresariales y financieras y los profesionales afines, insiste en abandonar el derecho internacional en favor de una intervención basada en las normas dictadas por Occidente.

La variedad progresista, que prevalece sobre todo entre las organizaciones sin fines de lucro, los académicos y otros profesionales de orientación social, está de acuerdo, pero es más cautelosa en cuanto a los medios de intervención utilizados, exigiendo coartadas para satisfacer las susceptibilidades relacionadas con sus preocupaciones humanitarias y de derechos humanos.

La variedad de la derecha neocolonial suele ser partidaria de una agresiva solidaridad, abierta o encubierta, con la rebelión armada de la oposición al gobierno en cuestión, mientras que la variedad progresista es partidaria de las medidas coercitivas del llamado «poder inteligente», que dan prioridad a la solidaridad neocolonial con alguna u otra versión de la sociedad civil o los movimientos populares opositores al gobierno que se requiere cambiar.

Nicaragua experimentó la primera versión derechista de la solidaridad neocolonial durante la guerra de la Contra de los años 80, cuando el presidente Reagan declaró, con más verdad de la que él mismo se imaginaba, que la campaña de narcoterrorismo dirigida por la CIA era «el equivalente moral de los Padres Fundadores».

Posteriormente, desde que el partido sandinista FSLN volvió al gobierno en 2007, Nicaragua ha sufrido principalmente la versión progresista de la solidaridad neocolonial del «poder inteligente» desarrollada bajo el presidente Obama. Esa política, de apoyo a la oposición antisandinista de Nicaragua, se intensificó bajo el presidente Trump y continúa sin cambios ahora bajo Biden.

Evidentemente, estas variedades de solidaridad neocolonial se alimentan de sus respectivas lealtades de clase y susceptibilidades ideológicas. En 2018, una masiva campaña de desinformación encubrió la extrema violencia de la oposición nicaragüense y su deliberada campaña de destrucción.

Como señaló Harold Pinter en relación con la guerra de la Contra de los años 1980s, aún mientras se producía la violencia opositora de 2018, los asesinatos, la extorsión, los incendios provocados, la tortura, se hacía ver que no ocurría nada. Ahora, cuando las autoridades nicaragüenses han actuado para evitar que se repita aquel fallido intento golpista de 2018, se está llevando a cabo un furibundo asalto de guerra psicológica para ocultar la colusión traicionera de la oposición golpista con los gobiernos de Estados Unidos y de los países de la UE.

En lo que respecta a la opinión progresista y de izquierdas en general, los militantes extranjeros que apoyan a la oposición exsandinista de Nicaragua han sido durante mucho tiempo entre los más importantes protagonistas que encubren la colaboración antidemocrática de los exsandinistas con la intervención imperialista occidental. Incluso antes de las elecciones de 2006, las autoridades estadounidenses habían cooptado a los exsandinistas como colaboradores.

Pero cuando Daniel Ortega y el FSLN ganaron esas elecciones, y luego manejaban exitosamente la crisis de 2008-2009 y después triunfaron en las elecciones de 2011, el apoyo del gobierno de EE.UU. a la oposición política en Nicaragua pasó a promover los esfuerzos para un cambio de régimen.

Dentro de Nicaragua, los exsandinistas, desprovistos de apoyo popular, abusaron de sus redes sin fines de lucro para camuflar sus actividades de oposición política al gobierno y encubrir la acumulación de los recursos necesarios para montar el intento de golpe de Estado de 2018.

Ese sistemático subterfugio abusivo ha sido eliminado y ahora sus protagonistas han tenido que rendir cuentas. Así que ahora los partidarios extranjeros de los exsandinistas opositores al gobierno camuflan su defensa militante, agresiva y políticamente impulsada bajo falsas preocupaciones por los derechos humanos. En 2018, lo hicieron para encubrir la extrema violencia de los exsandinistas durante el fallido intento de golpe de Estado.

Ahora, falsamente alegan abusos de los derechos humanos para encubrir la criminalidad traicionera de los exsandinistas colaboradores de EEUU. La falsa manipulación de la propaganda de los derechos humanos hace posible que, en Norte América y Europa y otras partes también, los defensores de la variedad progresista de la solidaridad neocolonial trabajen en paralelo con sus homólogos de la derecha.

Incluso muchas figuras supuestamente de izquierdas han escrito artículos o han firmado declaraciones en apoyo a los exsandinistas colaboradores del gobierno yanqui y a los aliados de la derecha de ellos. Lo hacen por tres razones principales.

En primer lugar, muchas figuras supuestamente de izquierda que ahora atacan a las autoridades nicaragüenses por defender la independencia y la soberanía de Nicaragua, tienen algún grado de amistad con los exsandinistas ahora siendo investigados, por lo que los defienden por razones esencialmente personales.

En segundo lugar, es probable que muchos supuestos izquierdistas que apoyan a los exsandinistas colaboradores del gobierno de Estados Unidos, hayan sido engañados por la masiva guerra psicológica contra Nicaragua sin molestarse en pensar dos veces y cuestionarla. Una tercera razón principal para ese tipo de solidaridad neocolonial de parte de personas que deberían saber mejor, es que temen tener problemas con sus redes de apoyo y simplemente están señalando lo virtuosos que son para evitar ser cuestionadas.

En cualquier caso, la actual situación política en Nicaragua, al igual que el fallido intento de golpe de Estado de 2018, define categóricamente dónde están las lealtades de cada uno. Las personas genuinamente comprometidas con los principios de la independencia soberana y la autodeterminación de los pueblos, reconocen que las autoridades nicaragüenses están aplicando las leyes y el código penal del país para defenderlo de la intervención estadounidense que pretende derrocar al gobierno legítimo.

En cambio, las personas que creen las falsas acusaciones de violación de los derechos humanos o las afirmaciones de que los actuales procesos de investigación están motivados por consideraciones electorales, están participando en el tipo de solidaridad neocolonial que se despliega regularmente para justificar otra operación más de cambio de régimen imperialista.

 

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