Pablo Jofre Leal
Las diferentes administraciones de Estados Unidos, sin excepción, siempre han aplicado una política de intervención en los asuntos internos de Venezuela.
George W. Bush, Barack Obama, Donald Trump o Joe Biden, cualquiera sea el nombre de los presidentes estadounidenses que han centrado su política exterior para Latinoamérica, han tenido como conducta el agredir a la Revolución Bolivariana, fijando sus garras en tratar de destruirla y con ello lograr el control, principalmente de sus reservas de hidrocarburos y otras riquezas minerales del país sudamericano.
Las administraciones estadounidenses en las últimas dos décadas, sin excepción, con su intromisión en los asuntos internos de Venezuela, han usado diversas herramientas de presión: políticas, diplomáticas, económicas, mediáticas, uso de mercenarios, acciones propias de la guerra híbrida todo ello bajo el marco de una política de máxima presión para destruir el proceso chavista, bajo el eufemismo de manipulador de implementar también en Venezuela la estrategia de las “revoluciones de colores”.
Un proceso desestabilizador que ha contado con el apoyo servil de la secretaría general de la Organización de Estados Americanos (OEA) presidida por el cuestionado político uruguayo Luís Almagro, la complicidad de países europeos (Francia, el Reino Unido, Holanda, España) que ambicionan el petróleo venezolano y de cancillerías latinoamericanas (Chile, Brasil, Colombia, Ecuador, Uruguay).
Todos obedecen el mandato de Washington comportándose como aquellos yanaconas al servicio del poder imperial, apoyando una política hostil contra un país hermano y así deteriorar drástica y dramáticamente el nivel de vida de la población venezolana y generar con ello, una reacción adversa de la sociedad contra el Gobierno.
En esa política de enfrentamiento, en que se utiliza a gobiernos aliados de Washington también han servido a esos propósitos, golpistas venezolanos, que no han dudado en traicionar a su país sometiéndola a los objetivos de destrucción digitados desde Washington. Una política que ha tenido una expresión tan surrealista como traicionera, el día que un político de segunda línea, se autoproclamó presidente en una plaza caraqueña en febrero del año 2019.
Tal fue el caso del político derechista Juan Guaidó, designado por el gobierno del expresidente Donald Trump y la vieja guardia derechista venezolana para “liderar” una oposición decidida a derrocar al Gobierno presidido por Nicolás Maduro, con todas las armas que proporciona la estrategia del Golpe Suave.
En estos casi tres años de un gobierno tan fantasioso como aliado del golpismo, surgido desde las oficinas de la Casa Blanca y el edificio vecino de la OEA en la ciudad de Washington, Guaidó y su círculo han recibido ilegalmente 30 mil millones de fondos pertenecientes al Estado venezolano, para llevar a cabo las maniobras políticas de desestabilización, pero también para su enriquecimiento personal.
En una operación de rapiña y expolio, sin que los organismos internacionales y gobiernos que se llenan la boca respecto a la democracia y el respeto a las leyes internacionales, testigos de la manera del cómo se ha esquilmado a Venezuela, pero sin emitir palabra alguna de condena:
Robo de fondos de la compañía estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA) y, el saqueo de las reservas de oro depositadas en bancos europeos. El control de la empresa Monómeros a manos del Gobierno colombiano, tras permanecer en manos del ficticio gabinete de Guaidó desde agosto del año 2019, apropiándose de cientos de millones de dólares pertenecientes al Estado venezolano.
Guaidó, de la mano de su padre putativo, primero Trump y hoy Joe Biden trata de mantenerse a flote como el líder de una oposición venezolana dividida, que tendrá su primera prueba de fuego en las elecciones regionales del próximo 21 de noviembre, frente a un Chavismo que cuenta con elementos de mejora económica en el país gracias al precio del petróleo, que se espera no sea una maldición, sino que un aliciente a mantener las líneas de diversificación de la matriz productiva, que amplíe el abanico de productos generados en la propia Venezuela.
Mientras existe diálogo entre la oposición y el Gobierno, Guaidó sigue manteniendo su conducta golpista, con menos intensidad que al inicio de su autoproclamación, donde ha cesado su discurso del llamado al “cese de la usurpación” pero sigue con su tarea de tratar de derrocar al Gobierno de Maduro, violando la constitución venezolana, y sin tener propuestas concretas para resolver las situaciones que complican al país en múltiples campos.
Un Guaidó que cuenta con el apoyo de Washington y su afán destructivo, porque es un títere obediente a los hilos con que se le maneja y seguirá recibiendo el apoyo de su padre putativo. Esto será así, mientras cumpla de manera clara e incuestionable las instrucciones que emanen del cuartel general de la oposición al Gobierno de Maduro.