Stephen Sefton*
Un número cada vez mayor de personas está de acuerdo en que la información de todo tipo en los países de América del Norte, Europa y sus aliados del Pacífico, se despliega abrumadoramente para servir a los intereses de las oligarquías corporativos occidentales y las clases políticas que las representan.
Todo tipo de difusión de información, incluidos los medios de comunicación y las ONG, las revistas académicas y científicas, así como las instituciones internacionales, prácticamente se han integrado por completo en la ofensiva de guerra psicológica global de larga data de las clases dominantes de Occidente.
En casa, trabajan sin descanso para controlar las percepciones y el comportamiento de las poblaciones de sus países. En el extranjero, buscan constantemente manipular la opinión internacional en contra de países como Rusia y China, gobiernos de Siria a Venezuela, movimientos políticos como Hezbolá e incluso individuos, como Julian Assange, que se resisten a ellos.
El propósito principal de este vasto aparato de guerra psicológica es crear falsas creencias que con el tiempo se endurecen para devenir en falsos recuerdos. El proceso consolida el control de la clase dominante a nivel nacional, al mismo tiempo que facilita sus presentes y futuros crímenes de agresión en ultramar.
Las poblaciones en Occidente están deliberadamente mal informadas y engañadas por medio de tergiversaciones plausibles, distorsión flagrante, omisión sistemática y descaradas mentiras.
Categorías de información como el periodismo, la investigación académica y científica, los reportes de ONG o los informes de instituciones internacionales han sido deformadas, distorsionadas y devaluadas por su abuso para promover los intereses nacionales y globales de las oligarquías occidentales.
Desde mucho antes de las relaciones públicas y la psicología del siglo XX, la forma fundamental de manipular la conciencia de las masas, desde la Santa Inquisición hasta la entronización de la Ciencia, ha sido fomentar la sumisión a la autoridad.
El experimento de Milgram es un ejemplo notorio, aunque, en un aspecto, en sí mismo es motivo de optimismo. Otras técnicas más insidiosas buscan cómo sembrar mensajes de la clase dominante entre fuentes aparentemente contrarias a las oligarquías.
El concentrado control corporativo de los recursos de información y de comunicación ha hecho posible el constante refuerzo universal mutuo entre todas las variedades de modos de comunicación y medios de información.
Al igual que los magos, los gobiernos y las corporaciones occidentales entienden muy bien que para suprimir la resistencia es imperativo hacer desaparecer la información contraria por todos los medios posibles, incluida la censura, la distracción masiva y la sobrecarga sensorial.
Un corolario aparentemente poco notado de esta perversión sistemática de la información, la investigación y el reportaje de buena fe ha sido el colapso de la racionalidad. En la vida pública occidental, ahora está efectivamente prohibido comparar y contrastar versiones rivales de eventos, las cuales contradicen la falsa sabiduría común propagada por los medios de información aprobados por los gobiernos y corporaciones occidentales.
Así que la discusión política e intelectual en América del Norte y Europa se ha vuelto cada vez más narcisista, interesada y, en última instancia, irracional. Esto se aplica también a los medios supuestamente progresistas o incluso radicales, que en su cobertura de los asuntos internacionales todavía comparten los supuestos, esencialmente neocoloniales, de la superioridad occidental.
En los últimos quince años, o quizás un poco más, un número creciente de escritores y reporteros independientes han tratado de desmentir la información falsa difundida por las redes de medios de información corporativas y gubernamentales, todas bien coordinadas, muy concentradas y que se refuerzan mutuamente.
Este desarrollo ha resaltado notablemente la relación entre información y clase. Más claramente que nunca, la producción y distribución de información se ha convertido en un vasto teatro de operaciones de propaganda controlado por una clase gerencial intelectual multinacional con imperativos compartidos.
Sus miembros promueven y hacen cumplir un monopolio de clase de acceso a los medios de información para los productores de información y, de manera similar, un monopolio correspondiente de los medios de distribución y consumo de la información, tanto convencionales como ostensiblemente alternativos.
Toda producción y distribución de información implica uno u otro modo de reportaje los cuales, como cualquier otra actividad humana, pueden ser buenos o malos. La información en general siempre ha sido un campo de batalla entre intereses y racionalidades en competencia.
Pero, aun así, los componentes fundamentales de un informe competente generalmente se han considerado incluir, entre otras cosas, grabar relatos de primera mano de los acontecimientos, explicar claramente las fuentes de esos relatos, presentar datos y pruebas documentales confiables.
Igualmente, ofrecer la procedencia de esas fuentes, reconocer sus propias lealtades y sesgos, a la vez que se considera versiones rivales de los hechos en cuestión, hacer que el informe sea accesible y someter francamente todo este material a un escrutinio libre y abierto.
Ciertamente es discutible el momento preciso en que el manejo de la información en nuestros tiempos comenzó su categórico colapso en la actual ofensiva de guerra psicológica brutal e implacable de las oligarquías de Norte América y Europa contra sus propios pueblos y el mundo mayoritario.
Sin embargo, el número cada vez mayor de fuentes de reportaje independientes señala que ese colapso es un fenómeno real y también ayuda a revelar su naturaleza de clase, sus matices de clase y su irracionalidad. Los feroces esfuerzos que actualmente desarrollan los oligarcas gobernantes de Occidente para reprimir y censurar la información independiente confirman el abandono total de la racionalidad por parte de las sociedades occidentales y sus líderes.
Un criterio principal para evaluar la racionalidad en un individuo o una sociedad es precisamente su capacidad y confianza en sí mismo para defender su razón contra argumentos y versiones rivales.
Los intentos de censura absoluta, igual que los muchos otros tipos de represión intelectual y cultural arbitraria desplegada, representan un fracaso del poder de razonar de manera efectiva, de promover el consenso o acomodar la disidencia legítima.
Este colapso de la razón y su consiguiente deformación de la confianza en sí mismo en la desestimación y exclusión de la crítica legítima, son evidentes en la práctica rutinaria de reportaje y las políticas editoriales de los gerentes que controlan, tanto el teatro de propaganda que la mayoría de la gente todavía llama periodismo, como también la producción académica y científica.
Son evidentes también entre las directivas y el personal de organizaciones no gubernamentales influyentes, entre el personal de las instituciones internacionales y entre la clase gerencial que controla la producción artística y cultural.
Dada la intensa concentración de poder político y económico entre los oligarcas occidentales que han conspirado con éxito para controlar todos estos sectores, la unanimidad general resultante de los presupuestos y prejuicios entre sus respectivas clases gerenciales intelectuales y culturales subalternas es tan de esperar, como su completa falta de disposición de rendir cuentas de manera transparente.
Cualquiera que desafíe o contradiga abiertamente la sabiduría recibida es marginado y condenado al ostracismo, en lo que es una guerra de clases verdaderamente auténtica librada por las y los oligarcas norteamericanos y europeos contra sus propios pueblos y las poblaciones del mundo mayoritario.
En respuesta, como fenómeno de clase, la proliferación de medios de información independientes refleja no solo la subyacente indignación popular genuina por ser engañados permanentemente, sino también un amplio y profundo desafío a nivel de base correspondientemente auténtico y resistente al status quo.
La opinión liberal o socialdemócrata convencional mide la autenticidad de las fuentes de información independientes según los criterios de independencia financiera y/o editorial. Pero un presupuesto empobrecido no es ninguna garantía de la integridad, mientras, por otro lado, un medio de información genuinamente independiente puede o no estar ideológicamente alineado con un movimiento político o gobierno extranjero.
En las condiciones contemporáneas, un criterio más auténtico para medir la independencia de una fuente de información es su grado de legítima defensa de los gobiernos y los pueblos que son víctimas de los crímenes de las élites gobernantes occidentales.
Los reportajes verdaderamente independientes adoptan esta posición y, al mismo tiempo, utilizan las normas convencionales de reportaje para cubrir temas y eventos que los medios convencionales y alternativos occidentales ofuscan u ocultan.
Hacerlo, necesariamente dota a los medios de información verdaderamente independientes, sin importar sus lealtades políticas, de características de clase por la naturaleza misma de su disposición a exponer contradicciones y desmentir las falsedades en la cobertura de los acontecimientos por los medios de información capitalistas corporativos y sus aliados alternativos.
Paradójicamente o no, la solidaridad de clase con las víctimas de los crímenes imperialistas se convierte en el criterio principal de la independencia de los reportajes, tanto en términos de qué se informa como de cómo se informa. Actualmente, eso significa ser solidario con los pueblos del mundo que defienden sus derechos básicos contra la interminable agresión de la clase dominante occidental.
* Este texto fue producido por Stephen Sefton con investigación de Lauren Smith y comentarios de otros.