La crisis mundial de la verdad

Sergio Rodríguez Gelfenstein

Tal vez sea un lugar común decir que ante la evidente incapacidad de los gobiernos de Ucrania y de la OTAN para obtener éxitos en el terreno bélico, el esfuerzo principal de la guerra se ha comenzado a librar cada vez más en los medios de comunicación en los que todavía Estados Unidos y Occidente conservan gran ventaja, dado el control que mantienen sobre el aparato cultural mediático que fija las pautas respecto de la verdad y la mentira, de lo que es y no es, de lo que ocurre y no ocurre.

Era “natural” que estos instrumentos recurrieran al avasallamiento informativo para construir falsas “verdades”, pero también era normal que se apelara al fingimiento y la sutileza en el lenguaje, intentando guardar una compostura que sustentara su manido discurso de la “libertad de prensa”, la “igualdad de derechos de los ciudadanos ante la ley”, el “respeto a la integridad física y moral de los ciudadanos”, la “inocencia de las personas antes de que se demuestre lo contrario” y otras patrañas que se han construido a través de los siglos para sostener el esquema de dominación imperante.

La guerra en Ucrania ha echado por la borda todas esas engañifas. Ahora se acude impúdicamente a la mentira, incluso por encima de impedimentos legales que el propio sistema del capital ha creado para garantizar su control de la sociedad.

Lo grave del asunto es que tal situación ha hecho carne en la propia Organización de Naciones Unidas (ONU), que se ha asumido como parte interesada en el conflicto europeo, lo cual es natural si se considera que el secretario general proviene de un país miembro de la OTAN y que como primer ministro de su país, secundó todas las acciones terroristas de dicha organización.

En todo el conflicto en Ucrania, la ONU ha tenido protagonismo solo en tres ocasiones: primero para intentar salvar a los nazis que se ocultaban en la fábrica Azov en Mariupol, que han sido las únicas personas sujeto de la preocupación del máximo organismo mundial. En segundo lugar, para “mediar” a fin de que la producción de cereal de Ucrania pudiera ser exportada; y ahora, para expresar su preocupación por los ataques contra la Central nuclear de Zaporizhia en el sur de Ucrania.

En el primer caso, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, incluso viajó a Moscú y a Kiev para preocuparse por la vida de los nazis que en ese momento, usando a civiles como escudos, ocupaban la planta y que, dado el curso de los acontecimientos, era previsible –como así ocurrió- que serían capturados y juzgados como criminales.

Nada ha dicho Guterres ni mucho menos la despreciable Michelle Bachelet, de los ataques de las fuerzas armadas ucranianas en contra de la población civil causando innumerables bajas, entre ellos niños y ancianos. Estas “operaciones militares” contra escuelas, hospitales y centro culturales son transformadas por las transnacionales de la desinformación en “contraataques y contraofensivas” inexistentes en el campo de batalla.

Con respecto a las dificultades para exportar los cereales ucranianos, el argumento era que Rusia estaba impidiendo la llegada de los barcos que debían cargar dicho producto y que eso amenazaba con “una hambruna mundial, sobre todo en los países más pobres del planeta”.

Ocultaban que los puertos del Mar Negro fueron minados por Ucrania para evitar el acercamiento de navíos rusos y que las bombas flotantes constituían un verdadero peligro para barcos y tripulaciones.

El colmo de la falacia mediática y la hipocresía institucional se ha puesto en evidencia cuando de los siete primeros barcos que han salido cargados de cereal desde Ucrania, solo uno se ha dirigido a los “países más pobres del planeta”.

Los otros han recalado en puertos europeos u otros del Mediterráneo para que los “países más ricos del planeta” puedan incrementar y garantizar sus reservas.

Pero el tercer caso ha superado toda racionalidad. La planta nuclear de Zaporizhia (la más grande de Europa) fue ocupada por las tropas rusas el 4 de marzo estando desde ese momento bajo control de Moscú. A riesgo de producir un accidente nuclear de indecibles proporciones, las fuerzas armadas ucranianas han estado bombardeando las cercanías de la planta y culpando a Rusia de tales eventos.

¿A quién se le puede ocurrir que Rusia ataque un lugar donde están sus propias tropas?, además, siendo que este, es un objetivo de extrema fragilidad para la seguridad de la región y del mundo. La prensa mundial ha informado que “Ucrania y Rusia han vertido acusaciones mutuas de estar atacando la Central de Zaporizhia”. Ante esta situación, Rusia convocó al Consejo de Seguridad de la ONU, ¡que no hizo absolutamente nada!

Al contrario, evitó aprobar la solicitud del director de la Organización Internacional de la Energía Atómica (OIEA), el argentino Mariano Grossi, quien, a pesar de ser un peón de Estados Unidos, instó a Ucrania y Rusia a permitir el despliegue de sus expertos en Zaporizhia, para que pudieran inspeccionar el material nuclear de la planta. El propio Grossi reconoció que la planta estaba ocupada por Rusia. La propia ONU negó toda posibilidad al cumplimiento de tal misión.

Para la ONU y para los medios de comunicación, una comisión de estas características verificaría varias cosas que harían patente su mentira. En primer lugar, para llegar a Zaporizhia tendrían que hacerlo a través de Moscú, única manera de arribar al lugar, lo cual demostraría el control de Rusia sobre la planta.

El segundo aspecto es que se comprobaría que los ataques con bombas y misiles contra la empresa provienen de las fuerzas armadas ucranianas, confirmando que es este país y la OTAN las que están poniendo en peligro a Ucrania, a Europa y a toda la humanidad, resquebrajando el discurso oficial en este sentido.

En otro plano de la desinformación, se habla de la “invaluable” ayuda de Occidente a Ucrania como instrumento de soporte de la economía y la guerra de ese país conducido por un gobierno neonazi. Se “informa” que Ucrania está ganando la guerra. Veamos.

Hasta el 15 de agosto, Ucrania había perdido 267 aviones de combate, 148 helicópteros, 1.736 vehículos aéreos no tripulados (drones), 365 sistemas de misiles tierra-aire, 4.297 tanques y otros vehículos blindados de combate, tres mil 295 cañones de artillería de campaña y morteros, cuatro mil 858 vehículos motorizados militares especiales, lo cual a precio de mercado arroja un total aproximado de 181.017.380.000 dólares (más de 181 mil millones de dólares).

Eso, sin contar que el gobierno ucraniano solicitó 7 mil millones de dólares mensuales primero y 5 mil después, para gastos de funcionamiento del Estado (54.000 millones de euros para este año, según el canciller federal alemán Olaf Scholz).

Habría que agregar los daños a la infraestructura: carretera, puentes, centrales eléctricas y otras, además de la incapacidad del gobierno para hacer funcionar el aparato productivo del país, sobre todo cuando la mayor y más poderosa zona industrial, las tierras más fértiles para la producción de alimentos y las principales zonas mineras se encuentran en el Donbass, es decir en los territorios ocupados por Rusia.

Mientras tanto, la “ayuda” (que no es tal, sino créditos y préstamos) de Occidente, hasta el 23 de julio ascendía a 48 mil millones de dólares por parte de Estados Unidos, de eso, solo 8.2 mil millones son de carácter militar. Por su parte, la Comisión Europea aprobó un paquete de 9.000 millones de euros, aunque no se han puesto de acuerdo en cómo financiarlo. En julio solo enviaron mil millones. A esto habría que agregar que Reino Unido, Canadá y Japón han prometido 1.000 millones adicionales.

Es válido decir que el FMI estimó en 143 mil millones de dólares el déficit en la balanza de pagos de Ucrania y que hasta el 22 de julio, el gobierno de ese país informó que había recibido solo 12,7 mil millones de dólares. ¿Qué significan estas cantidades al lado de los más de 181 mil millones perdidos solo en material militar?: minucias, propinas, caridad para que los ucranianos se signan muriendo por ellos, ayudados por los medios que lo han transformado en “decisiva ayuda de Occidente a Ucrania”.

En este contexto, a quién se le puede ocurrir decir que Ucrania está ganando la guerra, cuando además ha perdido 161,500 km² de territorio, una superficie mayor que la de Inglaterra y muy cercana a la de Vietnam del Sur que Estados Unidos nunca pudo ocupar en 20 años de guerra y al 20% del territorio afgano, que Estados Unidos controló también en 20 años, países de los que tuvo que huir tras ser expulsado por sus pueblos.

Pero estas innegables verdades, son también ocultadas y falsificadas por la canalla mediática, cómplices en una guerra motivada en la expansión insaciable del capital, que incluso –como en el siglo pasado- recurre al nazismo y al fascismo para la búsqueda de sus objetivos.

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