De la farsa a la tragedia, teatro de lo absurdo en Zaporizhia

O. Karpovich y M. Troyanski* │ Prensa Latina

La situación en torno a la central nuclear de Zaporizhia comienza a parecerse gradualmente al clásico teatro del absurdo. Como se sabe, esta instalación crítica ha estado bajo el control del ejército ruso durante muchos meses, lo que garantiza su funcionamiento ininterrumpido.

Además, los especialistas ucranianos mantienen el funcionamiento de la central nuclear. En el contexto de la crisis que se desarrolla, la instalación opera en un régimen de transparencia sin precedentes y, por ejemplo, lleva tiempo esperando la visita de una delegación del OIEA encabezada por el director general del organismo, Rafael Grossi.

Mantener el status quo también debería ser beneficioso para Kiev, para lo cual la existencia de una especie de zona de seguridad alrededor de la central nuclear de Zaporizhia, podría convertirse en una garantía a fin de proporcionar energía a los ciudadanos de su país y prevenir una catástrofe de gran escala, que podría golpear, en primer lugar, a los propios ucranianos.

Sin embargo, en la práctica, como siempre sucede con el régimen de Vladimir Zelensky, sucede otra cosa.

La central nuclear está siendo bombardeada diariamente por la parte ucraniana, aumentando cada vez más la amenaza del «escenario de Chernóbil». Ucrania hace todo lo posible para evitar la normalización de la situación y, con la ayuda de burócratas simpatizantes en la Secretaría de la ONU, interrumpe repetidamente la visita de Grossi, con vistas a la cual Rusia preparó todas las condiciones.

Tanto en el marco de la guerra de la información como en el curso de las discusiones, digamos, en una reunión del Consejo de Seguridad de la ONU, se lanzó al debate una tesis que contradice el sentido común, de que las Fuerzas Armadas rusas supuestamente realizan bombardeos desde sus propias posiciones en esa instalación peligrosa en extremo.

Paralelamente, Kiev y sus curadores tratan de confundir aún más a la opinión pública al presentar versiones mutuamente excluyentes del desarrollo de los eventos; por una parte, periodistas alimentados por la basura informativa ucraniana sugirieron en The Wall Street Journal que Rusia estaba lista para cambiar los flujos de energía generados por la central nuclear de Zaporizhia a los territorios liberados del régimen de Kiev y Crimea. No se presentó ninguna evidencia de esta suposición.

Por otro lado, con una frecuencia aterradora, comienzan declaraciones de funcionarios de los países de la OTAN -primero Polonia, luego Reino Unido- de que los acontecimientos en torno a la central nuclear de Zaporizhia pueden resultar el casus belli que a la alianza ha estado faltando para estar directamente involucrada en el conflicto.

Cabe recordar que funcionarios estadounidenses, a través de filtraciones en los medios, plantean que permitirían la intervención directa de Washington en caso de «uso de armas de destrucción masiva» en Ucrania, y el mito generado por los tecnólogos políticos occidentales sobre el inminente ataque de Rusia a la central nuclear puede ser interpretado por los partidarios de la escalada en este sentido.

Queda claro qué intereses están detrás de la creciente tensión en torno a la central nuclear y quién presiona a Kiev para que se intensifique. Hay demasiados intereses en la salida del conflicto a un nuevo nivel.

Este es el “colectivo Joe Biden”, para el que, como señalan acertadamente muchos analistas estadounidenses, una crisis de política exterior a gran escala sigue siendo la última oportunidad a fin de reunir a la nación en torno a su partido demócrata en vísperas de las elecciones al Congreso y evitar una derrota aplastante.

Y los «halcones» británicos promueven activamente a la aún poco conocida Liz Truss a la primera ministra -después de todo, dura, al borde de nublar la mente, fue su retórica contra el Kremlin, de inicio una de las pocas cartas de triunfo en la lucha por el codiciado puesto.

Igualmente, los mismos líderes polacos, que entraron en otro conflicto con la dirección de la Unión Europea, una vez más intentan desviar la atención de los liberales de Bruselas sobre las violaciones de derechos humanos en su país mediante el uso de la tarjeta ucraniana.

¿Todos estos políticos entienden que millones de europeos y, en el futuro, los habitantes de todo el planeta, quienes se acercan al borde de un conflicto nuclear global a un ritmo increíblemente rápido, resultan ser rehenes de sus juegos?

Es difícil responder. La degradación y una especie de ucranización del nivel gerencial e intelectual de las élites occidentales alcanzan un nivel aterrador y son capaces de traer los resultados más trágicos.

Es obvio que mucha gente en la coalición antirrusa quiere convertir la situación en la central nuclear de Zaporizhia en una analogía del «disparo en Sarajevo». Sus esperanzas son ilusorias. Rusia, como ha dicho en reiteradas ocasiones el presidente Vladimir Putin, está preparada para cualquier escenario, incluido el más pesimista.

Sólo cabe desear fortaleza a los defensores de la central nuclear, que, arriesgando sus propias vidas, alejan cada día imperceptiblemente al mundo del umbral de convulsiones irreversibles y dramáticas.

*Vicerrectores de la Academia Diplomática del Ministerio de Relaciones Exteriores de Rusia. Colaboradores de Prensa Latina.

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