Luis Gonzalo Segura
A pesar de los grandes esfuerzos realizados, lo cierto es que, al menos hasta el día de hoy, Ucrania (y Zelenski) ha fracasado en América Latina. Hace solo tres días, el canciller ucraniano, Dmytro Kuleba, afirmaba que «los países de América Latina deberían de tomar la postura de Guatemala», en referencia al insólito apoyo del gobierno de Alejandro Giammattei a Kiev.
Una petición que, por sí misma, demuestra que 15 meses después del comienzo de las hostilidades en Ucrania, América Latina ha dado la espalda a Ucrania. Y, por ende, a EE.UU., Europa y la OTAN. Porque el fracaso de Ucrania en América Latina es el fracaso de todo Occidente y la señal de una inequívoca pérdida de influencia en la región y en la mayoría del planeta. Pero ¿por qué?
Crónica de un fracaso anunciado
Debemos señalar, antes de responder a la anterior pregunta, que la crónica de las relaciones entre Ucrania y América Latina solo se puede catalogar como fracaso. No fue hasta el 17 de agosto del año pasado, seis meses después del comienzo del conflicto, cuando Zelenski se dirigió a América Latina. Y ni siquiera fue en un gran foro o reunión internacional, un parlamento nacional o una reunión bilateral, sino en el salón de actos de una universidad. Una teleconferencia en la Pontificia Universidad Católica de Chile que nadie sabe muy bien quién escuchó. Porque ni el presidente chileno, Gabriel Boric, ni la ministra de relaciones exteriores del país, Antonia Urrejola (invitados por Zelenski), ni ninguna otra personalidad chilena asistieron. Alegaron estar demasiado ocupados para escuchar a Zelenski. Es decir, problemas de agenda.
«No mantengan comercio con Rusia», llegó a pedir el presidente ucraniano a una América Latina que no se presentó. Que en realidad nunca se ha presentado. Hace solo tres semanas el episodio se repitió en México. Una videollamada entre Zelenski y unos diputados de la cámara baja mexicana, pertenecientes al ‘Grupo de amistad México-Ucrania’, derivó en el mismo ridículo: Zelenski pidiendo la unidad latinoamericana contra Rusia, sin que estuviera presente ni el presidente ni autoridad gubernamental ni personalidad relevante del país en cuestión.
Sin embargo, lo más preocupante es que nos encontramos ante un diálogo de sordos. No me chilles que no te veo. Porque tanto Andrés Manuel López Obrador, como Luiz Inácio Lula Da Silva, han realizado propuestas de paz que, en Occidente, son consideradas casi como una ofensa. Y es que Occidente no busca la paz, sino la rendición. La diferencia es más que considerable, por lo que las propuestas latinoamericanas no han sido escuchadas. Como América Latina no escucha a Ucrania ni a Occidente. De hecho, López Obrador propuso un comité de diálogo que incluyera al primer ministro indio, Narenda Modi, el papa Francisco y el secretario de la ONU, Antonio Guterres, y criticó que EE.UU. no haya ayudado lo suficiente a Centroamérica a resolver el problema migratorio.
Puede que América Latina ceda en última instancia, pero estos casi 18 meses demuestran que no será por voluntad propia.
¿Por qué ha fracasado Ucrania [y Zelenski] en América Latina?
En lo relatado hasta ahora se evidencia la falta de apoyo de América Latina, junto a África y el resto del planeta, a Occidente en su confrontación con Rusia. No obstante, América Latina se ha negado a secundar las sanciones internacionales a Rusia. De hecho, las sanciones occidentales a Rusia solo han sido secundadas por Occidente y algún amigote. Ni América Latina ni el resto del planeta han secundado tales medidas, entre otras cuestiones porque han sido abandonadas a su suerte mientras lleva siglos padeciendo terribles expolios. América Latina es la región más violenta y desigual del planeta y África, la más pobre. Y no es por casualidad ni por desgracia. ¿Qué responsabilidad tiene Occidente en estas realidades incuestionables?
No parece que el sistema impuesto por la hegemonía occidental sea el más justo. Y no parece que América Latina, ni el resto del planeta, tengan muchas ganas de perpetuar el abuso.
Este salvaje expolio ha provocado que, tanto China como Rusia, hayan penetrado con fuerza en la región, en realidad en la mayoría del planeta, y EE.UU., junto al resto de Occidente, hayan perdido influencia en América Latina y en el resto del planeta. «China extiende su influencia en el Caribe», The New York Times, 2020; «Los tres pilares de la expansión china en América Latina y el Caribe», BBC, 2021; «Joe Biden enfrentará la creciente influencia china en América Latina», El País, 2020… Y si hiciéramos el mismo ejercicio con Rusia, los titulares serían muy similares. Lo cierto es que China es, desde 2018, el mayor socio comercial de América Latina si no se tiene en cuenta a México. Y cuenta, junto con Rusia, con una ventaja. Una gran ventaja.
China (y Rusia) no ha dejado las entrañas latinoamericanas vacías con la conquista, como hicieron los españoles y el resto de europeos, mientras exterminaron a las poblaciones indígenas y violaron, maltrataron, sometieron o esclavizaron a sus descendientes. Tan extrema fue la situación que tuvieron que importar africanos para que sustituyeran a los oprimidos que no sobrevivieron. Y China no convirtió América Latina en su jardín el siglo pasado gracias a dictadores que asesinaron presidentes, electrocutaron disidentes y arrojaron al mar a opositores.
Y es que Occidente no es lo que dice ser. Por ejemplo, mientras Zelenski asevera en público que su objetivo es defender a Ucrania de Rusia, lo cierto es que documentos del Pentágono demuestran que sus planes son bastante más ambiciosos: atacar Rusia. Y si miramos un poco más atrás, Ucrania ha sido uno de los mayores exportadores de armas durante décadas, en especial a los conflictos más sangrientos del planeta. Ningún país vendió más armas al Sahel entre 2008 y 2014 que Ucrania, país que, entre 2014 y 2018, después de estallar el conflicto en su territorio, se situó como duodécimo país exportador de armas del mundo. No les gusta la guerra en su país, pero en otros países parece que no les desagrada mucho.
Por lo tanto, es, como mínimo, bastante cuestionable que Ucrania solicite a América Latina que no comercie con Rusia, por lo dañino que eso puede ser para los ucranianos, cuando Ucrania se ha llenado los bolsillos con la muerte en África. Pero no solo se trata del pasado de Ucrania, EE.UU. o Europa, sino también del presente. No es por nostalgia que todo el planeta, salvo casos aislados, se oponga a Occidente, ni tampoco se debe a desprecios supremacistas como el que protagonizó Borrell (que comparó a Occidente con un jardín y al resto del mundo con una jungla), sino por la avaricia: un 1 % de la población controla el 50 % de los recursos y un 10 %, el 75 % con Occidente como región más privilegiada del planeta. No parece que el sistema impuesto por la hegemonía occidental sea el más justo. Y no parece que América Latina, ni el resto del planeta, tengan muchas ganas de perpetuar el abuso.