Atilio Borón │ Cronicón
Sería prematuro hablar de “un nuevo orden mundial”. Esta nueva realidad policéntrica muestra que estamos en presencia de una dualidad de órdenes mundiales en pugna. Es importante evitar trazar paralelismos audaces entre los BRICS y su oposición a la alianza occidental, con el viejo bipolarismo que colocó a los Estados Unidos y sus aliados occidentales en confrontación con el campo soviético.
En los últimos años se decía, cada vez con mayor frecuencia, que estaba en marcha un proceso de rápida multiplicación de nuevos centros de poder internacional, cuyo resultado final sería la cristalización de un tablero internacional mucho más complejo y equilibrado que el existente.
Pero, se insistía, era todavía un proceso en marcha y erizado de obstáculos porque el imperio estadounidense había movilizado sus enormes recursos económicos, financieros, militares y geopolíticos para abortar esta transformación. Por esta razón, nadie osaba predecir cuánto duraría esta transición geopolítica mundial, pero se suponía que llevaría años.
Sin embargo, al término de la cumbre de los BRICS celebrada en Johannesburgo el pasado 24 de agosto, la cuestión quedó súbitamente resuelta. Hoy podemos decir que esa fecha marca el nacimiento de una nueva era en la historia del sistema internacional. En otras palabras, la transición geopolítica superó un hito decisivo, un punto de no retorno, y la era del unipolarismo estadounidense y su dictadura mundial ha llegado a su fin.
Ya no se trata de un proceso en curso que sólo avanza pari passu con el lento pero inevitable declive del poder mundial de EE.UU. sino de la rápida maduración de tendencias que se aceleraron considerablemente en los últimos años, hasta consolidar esta nueva arquitectura del poder internacional que ha llegado para quedarse.
La pandemia de la Covid-19 y los laboriosos reajustes subsiguientes de la economía capitalista: sus exacerbadas tendencias hacia una creciente concentración de la riqueza y la renta, su desenfrenada depredación de los bienes comunes con sus catastróficas consecuencias sobre el clima, y su incontrolable financiación parasitaria del sistema, junto con las traumáticas consecuencias de la guerra de Ucrania, fueron los factores que precipitaron la repentina culminación de esta transición.
Observando el escenario internacional, el analista brasileño José Luís Fiori concluyó que, con la incorporación de seis nuevos países a los BRICS, se produjo «una verdadera ‘explosión sistémica’ en el orden internacional» construido por Occidente a lo largo de los últimos tres siglos.
No muy distinta es la opinión de uno de los principales economistas estadounidenses, Jeffrey Sachs, al declarar en un semanario suizo que «Nos encontramos ahora en un mundo post-estadounidense y post- occidental. Estamos en un mundo verdaderamente multipolar. Estamos en un mundo en el que los países BRICS son más grandes que los países del G7 y (advierte) EE.UU. no acepta esa transición».
Añadiríamos que no se trata sólo que estamos instalados en un mundo post-estadounidense sino también, e incluso más importante, en un mundo «post-hegemónico», ya que ningún actor internacional tiene la voluntad -y la capacidad- de sustituir a EEUU en su papel de «superpotencia solitaria» del capitalismo, o de «sheriff solitario», como solía llamarlo el difunto profesor Samuel P. Huntington.
En otras palabras: El unipolarismo estadounidense es ahora un fantasma del pasado, que lucha infructuosamente por recuperar la perdida materialidad de épocas pasadas. Es debido a todo lo anterior que el panorama internacional muestra ahora una imagen muy diferente de la que prevalecía hace una década.
La consolidación de los BRICS fue facilitada en gran medida por el renovado activismo desempeñado por el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, poniendo fin a seis años de la discreta retirada de los BRICS promovida por las presidencias de Michel Temer y Jair Bolsonaro, cuando el gigante suramericano subordinó su política internacional a las prioridades dictadas por la Casa Blanca.
Con el regreso de Lula, el impulso originado ante todo en Bejing dio un nuevo brío a la organización, dotándola de una imprescindible “pata occidental” a lo que de otro modo parecía ser sólo una mesa asiática de tres patas, apoyada en parte, en el débil soporte que podía ofrecer Sudáfrica. Gracias al vigoroso activismo de Brasil, los BRICS no sólo se consolidaron como bloque comercial y financiero, sino que pudieron acometer una importante ampliación que empequeñece el peso del G7 en la economía mundial.
No sería la primera vez en la historia que un acuerdo comercial y financiero se convierte en un bloque político-militar, sobre todo si es objeto de continuas amenazas y agresiones por parte de sus contendientes, como lo ejemplifica la política de «sanciones unilaterales» que Washington y sus peones imponen a China y Rusia y cuyo efecto de largo plazo fue estrechar el vínculo y la asociación entre los agredidos.
Dicho esto, hay que dejar claro que la ruptura de la globalización neoliberal y la cristalización de dos espacios económicos y geopolíticos distintos recién está en sus primeras fases, y que la desaparición definitiva de todos los rasgos que constituían el unipolarismo estadounidense tardará algunos años.
Como señala José Luis Fiori en el trabajo ya mencionado, las consecuencias de esta mutación en el tablero internacional no serán «inmediatas, sino que se manifestarán en oleadas sucesivas y cada vez más fuertes» a medida que la alianza atlántica siga debilitándose con el tiempo. Fiori añade también que este espacio de coordinación no conducirá a la creación de una «organización militar como la OTAN ni a la construcción de una organización económica e institucional como la Unión Europea».
Sin embargo, la guerra de Ucrania y la creciente belicosidad de Washington y sus aliados europeos y asiáticos -principalmente Japón y Corea del Sur- contra Rusia, ha modificado la actitud de la organización frente a las instituciones económicas y financieras del «orden mundial basado en reglas» impuesto por EEUU y, añadiríamos, también frente a las instituciones del sistema de Naciones Unidas que expresaban el equilibrio de poder existente al final de la Segunda Guerra Mundial y que poco o nada tienen que ver con el mundo actual.
Si en el pasado este conjunto de instituciones fue aceptado, no sin protestas, por los miembros del BRICS, todo parece indicar que el ánimo actual es proponer cada vez con más fuerza el cambio de esta sesgada superestructura institucional del capitalismo internacional. Y ahora las potencias desafiantes tienen la fuerza económica y tecnológica para intentar hacerlo con buenas posibilidades de éxito.
Pero, aun así, sería prematuro hablar de «un nuevo orden mundial». La descripción más acertada de esta nueva realidad policéntrica diría que estamos en presencia de una dualidad de órdenes mundiales en pugna, con ámbitos territoriales diferentes: uno, el decadente orden estadounidense en retirada, pero con vigencia en Atlántico Norte, y otro, con epicentro en Asia, que acaba de irrumpir con fuerza pero que, por el momento, está lejos de imponerse a escala planetaria.
Claro que esta dualidad de órdenes no será eterna, y más pronto que tarde el fiel de la balanza se inclinará hacia los nuevos contendientes del poder mundial. Una última consideración: para una correcta comprensión de la situación actual, es muy importante evitar establecer apresurados paralelismos entre los BRICS y su oposición a la alianza occidental, con el antiguo bipolarismo que enfrentaba a EEUU y sus aliados occidentales con la coalición liderada por la Unión Soviética.
Uno de los rasgos distintivos de la situación actual es que quienes retan a la hegemonía estadounidense mantienen fuertes lazos de interdependencia económica con EE.UU. y los países europeos, algo que no existía en absoluto durante los años de la Guerra Fría.
El comercio entre EEUU y China, por ejemplo, rondó los 700.000 millones de dólares en 2022, cifra absolutamente inimaginable en los años del bipolarismo soviético-estadounidense. Más allá de las frecuentes pujas retóricas, esta relación comercial condiciona, al menos en parte, las actitudes y políticas concretas de Washington y Beijing y, por extensión, de ambos bloques.
Sin embargo, son muchos los ejemplos que ofrece la historia en los cuales una guerra comercial desencadenó un conflicto bélico, y las continuas amenazas de EEUU y los países de la OTAN contra China y Rusia son una preocupante demostración de que el sistema internacional está caminando al borde de un abismo de insondables dimensiones.
Si prevalece la racionalidad, la interdependencia comercial podría promover negociaciones para establecer un entorno internacional más seguro. No habrá estabilidad política internacional si a uno de sus principales actores, Rusia, se le priva el derecho a la seguridad nacional que se defiende con dientes y uñas para EEUU y sus aliados.