Rosa Miriam Elizalde │ Resumen Latinoamericano
Cuba está incluida en la lista de países patrocinadores del terrorismo que elabora cada año el gobierno estadounidense. Los argumentos son ridículos, porque no hay una sola evidencia de que la isla sea una amenaza para nadie en el mundo.
Pero ahí está, un regalo envenenado de la administración de Donald Trump antes de abandonar la Casa Blanca, que Joseph Biden ha mantenido hasta el día de hoy. Implica serios obstáculos al comercio y al acceso a la financiación, además de endurecer el ya asfixiante régimen de sanciones que Washington impone a los cubanos. Sin embargo, los hechos son testarudos y el país que tilda a su vecino de terrorista tiene un grave problema interno: el terrorismo endógeno.
El pasado domingo, a las 19:52 horas, las cámaras de seguridad de la embajada de Cuba en Washington captaron a un hombre vestido de negro que se detuvo en la acera mientras varios transeúntes pasaban por el lugar. Prendió fuego a dos botellas de combustible y las arrojó por la puerta de seguridad de la misión diplomática. Las bombas molotov impactaron en la ventana del edificio. Afortunadamente nadie resultó herido. Esta no es la primera vez que ocurre un acto de este tipo.
En la madrugada del 30 de abril de 2020, Alexander Alazo, residente en Texas de origen cubano, descargó su AK-47 contra la misma embajada, que se encontraba ocupada en el momento del ataque. El informe policial informó de 32 impactos de bala “con intención de matar” y daños tanto en el exterior como en el interior del edificio, sin víctimas humanas. Associated Press informó declaraciones de las autoridades que catalogaron el incidente como un “crimen de odio”.
El autor de estos actos aún no ha sido juzgado. No se trata de actos aislados, sino de un patrón que se viene produciendo desde hace décadas y que se ha dirigido contra las instalaciones diplomáticas cubanas en Estados Unidos debido a la facilidad de acceso a armas a precios muy bajos, la escalada del discurso de odio en la esfera pública estadounidense e impunidad.
Si el lector no quiere dejarse engañar por demasiada información o cree que los relatos de los investigadores cubanos pueden estar sesgados, tómese unos minutos para recorrer el New York Times, utilizando el motor de búsqueda en línea. Verán que ha costado vidas, como la del diplomático Félix García Rodríguez, ametrallado en la calle 55 de Manhattan el 11 de septiembre de 1980.
Ha herido gravemente a ciudadanos estadounidenses, como Louis Donofino y Gerald McLernon, policías que custodiaban la misión cubana ante las Naciones Unidas (ONU) el 27 de octubre de 1979, cuando una bomba explotó, torciendo la entrada metálica de la sede diplomática y rompiendo las ventanas. de edificios cercanos.
Sólo en la década de 1970, las búsquedas en el diario arrojan 49 entradas que describen acciones paramilitares, intentos de secuestro, tiroteos y atentados con bombas en Washington, Nueva York y Miami contra oficinas diplomáticas cubanas y otras instalaciones que ofrecían servicios de viajes a la isla.
El asesinato de Félix García y la mayoría de los atentados de esos años fueron reconocidos a través de llamadas telefónicas a la redacción del Times por parte del grupo terrorista Omega 7. Este grupo también se atribuyó el asesinato del joven cubano Carlos Muñiz Varela, baleado en pleno la calle de San Juan, Puerto Rico, el 30 de abril de 1979.
Si esto le parece una historia del pasado, encontrará otra información en The New York Times. Entre los colaboradores de Omega 7 destaca un nombre: Ramón Saúl Sánchez.
Según el periódico, “Sr. Sánchez, bajo citación, se negó a testificar ante un gran jurado contra uno de los grupos paramilitares anticastristas más feroces, Omega 7”, que conspiró para cometer un intento de asesinato contra Fidel Castro en Nueva York mientras asistía a la Asamblea General de las Naciones Unidas en mil novecientos ochenta y dos.
Sus estrechos vínculos con la organización terrorista quedaron demostrados ante los tribunales. Cumplió cuatro años y medio en una prisión de Indiana (The New York Times, 19/4/2000).
Ramón Saúl Sánchez regresó a Nueva York, invitado de honor en las acciones organizadas contra el presidente Miguel Díaz-Canel frente a la misión cubana ante la ONU, el 21 de septiembre. Quizás la frustración por aquellas deslucidas protestas en Nueva York derivó en un par de cócteles Molotov en Washington. No hay duda de que Cuba, víctima de viejos y nuevos terroristas de los hornos de Omega 7, no es el país que debería estar en esa lista.