Yezid Arteta* | Cambio Colombia
Cali es una ciudad petrista, dijo a Caracol Radio el empresario Alejandro Eder, luego de ganar la alcaldía de la tercera ciudad de Colombia. Eder, un burgués de cuna, consiguió alzarse con el triunfo en una urbe en que la mayoría social sigue conectada con el proyecto político que lidera Gustavo Petro.
Un dato más: el voto en blanco alcanzó en el departamento del Valle un guarismo cercano al medio millón de papeletas. En Bogotá, el arco político asociado a la derecha extrema perdió contra el voto en blanco. ¿Cómo explicar esta incongruencia? ¿Perdió el Palacio de Nariño poder local? ¿Por qué las fuerzas más regresivas y opacas del país reforzaron el dominio en sus feudos? ¿Perdió el Pacto Histórico la oportunidad de ganar posiciones de cara a las batallas políticas que se avecinan?
La propaganda de la derecha colombiana sostiene que los resultados de las elecciones locales del pasado 29 de octubre fueron un revés al gobierno que preside Gustavo Petro. La gente está pidiendo cambio, escriben sus comentaristas. Un cambio hacia el pasado. Cubriendo con una pátina de cambio a una serie de operadores políticos que han convertido las arcas públicas en su principal coto de caza.
Los clanes familiares invirtieron estratosféricas sumas de dinero en la reciente campaña electoral. Capital que recuperarán con creces en los próximos tres años. Así funciona esta patología política. Los medios del establecimiento, con el ánimo de socavar la gobernabilidad de Petro, normalizan la corrupción y pintan como paladines de la democracia a individuos que han conjugado con sus acciones un montón de verbos del código penal.
Hecha esta enmienda, me voy hacia el terreno de la izquierda, sobre la que gravita la figura del presidente Petro. El triunfo del Pacto Histórico en 2022 hizo pensar a algunos de sus integrantes que era fácil ganar una alcaldía o una curul al concejo con sólo inscribirse en la Registraduría y colgar una foto en su muro de Facebook.
Otros miembros creyeron que la marca Pacto Histórico era una especie de franquicia con la que se podía iniciar una campaña electoral, como quien abre al público una hamburguesería de McDonalds. Participé en varios grupos de WhatsApp en los que descubrí a viejos amigos de izquierda tratando de imponer viejas mañas en el seno de un proyecto político de nueva generación.
Observé a compas que, hacia años se habían cortado la coleta de izquierda, autoproclamándose como candidatos de cualquier cosa sin pasar por un proceso de primarias. Luego vinieron las batallitas de poder que resucitaron el sectarismo y estimularon la deserción de quienes llegaron por primera vez a la política siguiendo el resplandor que desprendía de la humanidad y el verbo de Gustavo Petro.
En muchas ciudades había votantes que se identificaban con la gestión de Petro, pero no había candidatos competentes. En otros lugares, los miembros del Pacto Histórico realizaron algún tipo de consulta interna que fue desconocida por algún lameculos atornillado en Bogotá. «El desdén por la gente de provincia es una putada», dijo una española radicada en Mompox. Nada más dañino para la causa que un burócrata o un espantajopos de izquierda.
Empero en Cali, plaza fuerte del Pacto Histórico, ocurrió algo sobre lo que vale la pena aprender. La alcaldía que dirige Jorge Iván Ospina es vista por la ciudadanía como una cueva de pillos. Por alguna razón se asoció a esta cueva con el gobierno de Petro. «Milité en el Eme, soy petrista, pero no voy a votar por los pillos de la alcaldía», me dijo un profe con el que platico a ratos sobre ciclismo. En adelante el Pacto Histórico debe separar el grano de la paja.
En Nariño, en cambio, los excluidos dieron un golpe sobre la mesa. Ganaron la gobernación y varias alcaldías. El gobierno debe fijarse más en las regiones en las que está su base social más fiel, como el Andén del Pacífico. Siento un cariño muy especial por la gente de Nariño, un pueblo que no vive de abolengos y especulaciones, sino de su trabajo.
La dureza de sus montañas imprime un carácter obstinado a sus pobladores. «Los indómitos pastusos», escribía Bolívar luego de la feroz Batalla de Bomboná. Queda tiempo para enderezar el curso. No hay que desaprovechar la oportunidad que dieron los electores a Petro para transformar al país.
El Pacto Histórico, recalco por enésima vez, debe vertebrarse territorialmente a riesgo de volverse un cascarón irrelevante. Las candidaturas deben pasar obligatoriamente por el embudo de las primarias. Basta de candidaturas puestas a dedo. La fracción parlamentaria debe ser más industriosa, lo mismo que el funcionariado de gobierno.
No pueden dejar solo al presidente Petro. Es menester que los alfiles del Pacto Histórico echen una mano en la batalla política y mediática contra los saboteadores y propagandistas.
Los que obtuvieron una credencial de congresista por la lista del Pacto Histórico no pueden irse a mirar ballenas en una coyuntura en la que está surgiendo el embrión de una derecha antisistema que quiere llevarse por delante la democracia e imponer un modelo de pueblocracia, como amenaza Javier Milei en Argentina o como lo hizo Bolsonaro en Brasil.
* Sociólogo y abogado. Excomandante del Frente 29 de las FARC-EP.