Jorge Elbaum | Página 12
En febrero próximo se cumplirán dos años del inicio de la Operación Especial de la Federación Rusa en Ucrania. Desde esa fecha hasta la actualidad, Moscú controla una quinta parte del territorio de su vecino y ha anexado la región del Donbás en el marco de un referéndum propiciado por los ruso-hablantes que venían siendo asesinados por los bombardeos de los ucronazis.
Desde el denominado Euromaidán de 2014 hasta el inicio de 2022, alrededor de quince mil ucranianos del este perdieron la vida a manos de las tropas ucranianas que se negaban a aceptar la autonomía pactada en los acuerdos de Minsk de 2014 y 2015.
Desde el inicio de la ofensiva de Moscú de 2022, el Kremlin controla una línea de frente de mil kilómetros, que ha permanecido casi inalterable. La última gran batalla al interior de esa línea de combate se desarrolló en Bajmut y concluyó con su conquista por parte de las tropas rusas en mayo de 2023.
En este mismo año que concluye, las fuerzas de la OTAN habían planificado una contraofensiva que terminó siendo fallida, generando una profunda y creciente desmoralización al interior de la ciudadanía ucraniana.
Según la analista Marina Miron, integrante del Departamento de Estudios de Defensa del King’s College de Londres, dichas coordenadas estratégicas se implementaron antes que las fuerzas ucranianas estuvieran militarmente preparadas. La conclusión de Miron es que dicha proyección “resultó ser un fracaso».
Además del componente estrictamente bélico, Vladimir Putin y su Estado Mayor han adoptado un modelo de guerra de desgaste, que tiene como objetivos tácticos –además de la presión bélica– el deterioro de la infraestructura energética y la capacidad exportadora de Kiev.
El endeble escenario de Kiev se complementa con la paulatina reducción de los aportes financieros de Occidente, la reanudación de la conflagración militar entre Israel y Palestina en Gaza –que fracciona los posibles aportes del G7 entre Ucrania e Israel– y la progresiva dificultad de reclutamiento de soldados para el frente de batalla.
Ucrania sufre desde hace una década una sangría demográfica profunda. En 2014 contaba con 45 millones de personas y se calcula que en la actualidad no hay más de 30 millones. La mayoría de la población que ha emigrado son mujeres, porque desde 2022 los varones entre 17 y 60 años tienen prohibido salir del país.
Sin embargo, la población masculina más acomodada logra evitar el servicio militar pagando sumas que van desde los 5,000 a los 20.000 euros. Los responsables de los reclutamientos regionales han sido destituidos por haberse revelado repetidas maniobras de corrupción destinadas, tanto a eludir la incorporación a las fuerzas armadas, como a obtener salvoconductos para abandonar el país.
La población ucraniana sabe a ciencia cierta que no es posible ganar una guerra contra la primera potencia nuclear del mundo. En la plataforma Telegram existen grupos de información del que participan familias ucranianas –algunos con más de 100.000 integrantes– donde se advierte en tiempo real el trayecto de las patrullas de reclutamiento.
El nivel de desmoralización y de aceptación de la derrota es inversamente proporcional al silencio decidido por las propaladoras mediáticas del mainstream otantista. En la última semana Kiev anunció que el ejército solicitó la movilización de 500.000 reclutas adicionales y que para cumplir dicho cometido se va a solicitar a los ciudadanos que se presenten en los consulados ucranianos diseminados en todo el mundo.
El ministro de Defensa, Rustem Umerov, ha informado que enviarán la citación: «Queremos justicia para todos porque concierne a nuestro propio país».
Al inicio de la confrontación bélica, los integrantes del G7 y la OTAN suponían que las sanciones comerciales y financieras contra Moscú debilitarían su economía y resquebrajarían la legitimidad política del Kremlin.
Los comandantes ucranianos han advertido que el invierno que se avecina será mucho más complicado que el anterior y advierten que no podrán garantizar la energía eléctrica y la calefacción para gran parte de los habitantes. La compleja situación militar de Kiev se ahonda con la reducción de los aportes financieros de sus socios.
El primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, ha advertido que no acompañará la ayuda propuesta por la Comisión Europea, presidida por Úrsula von der Leyen, de 50 mil millones de euros, y los republicanos estadounidenses de ambas Cámaras han obturado nuevos aportes.
Por su parte, el representante europeo para la Política Exterior, Josep Borrell, ha advertido el último miércoles sobre la posibilidad cierta de que Moscú concluya la campaña militar con un triunfo militar incontrastable: “si el presidente ruso, Vladimir Putin, gana la guerra en Ucrania representará un gran daño al proyecto europeo”.
La guerra de desgaste de Moscú puede no tener fecha de vencimiento. Pero su resultado está adherido a la configuración de un nuevo Orden Global Multilateral que tendrá a los BRICS y al Sur global como protagonistas centrales. Hay muy pocos actores políticos que permanecen ajenos a esta realidad. Javier Milei es uno de ellos.