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Hace aproximadamente una década, iniciamos una reflexión en nuestros editoriales sobre cómo la guerra era la única salida del capitalismo para salvar su sistema; posteriormente dedicamos varios editoriales más a esta cuestión (I, II).
Por supuesto no estábamos expresando un deseo, sino todo lo contrario: estábamos señalando cómo las crisis del capitalismo habían sido el origen de las grandes guerras del siglo XX y cómo ante la brutal crisis por la que atraviesa actualmente el Sistema capitalista, no tienen más alternativa que impulsar una nueva gran guerra.
El Sistema de dominación internacional, hegemonizado por el imperialismo angloamericano, ha tocado a su fin. Hay, por tanto, una clara crisis de dominación política y económica. El imperialismo está atravesando además crisis internas de gran importancia, siendo el caso de EEUU bien claro y conocido.
La confrontación entre el proyecto de Biden y el de Trump es muy distinta a las fricciones que se dieron antes de las elecciones presidenciales del 2020, y en el 2024 parece que estas diferencias se van a agudizar de forma extrema y, por tanto, la confrontación en el seno de la sociedad estadounidense va a ser de una gran intensidad.
La llamada “crisis del fentanilo” no es más que la punta del iceberg de una crisis social que incluye elementos tan significados como la decadencia moral que afecta a la dirigencia en EEUU, extensible al resto de la sociedad. Como ejemplo significativo, la pederastia ha avanzado a pasos agigantados.
La crisis estructural del capitalismo, que empieza a expresarse a finales de la década de los 60, y que en los 70 se profundiza enormemente, es el origen de la actual situación, aunque parecen querer obviarlo. El ultraliberalismo de la Escuela de Friedman (o Escuela de Chicago) se empleó como un intento de solución a la crisis del capitalismo.
Su debut fue el Golpe de Estado de Pinochet contra Allende el 11 de septiembre de 1973 en Chile, mediante la imposición a sangre y fuego de ese programa neoliberal, pero simultáneamente se dieron otros casos: Argentina, Uruguay, Brasil… En 1965 se dio un golpe en Indonesia con muchas similitudes al de Chile de 1973, en el que fueron asesinadas entre 500 mil y tres millones de personas, muchas de ellas en la órbita del Partido Comunista de Indonesia. Este episodio se conoce como “la Masacre”.
Los Gobiernos de Thatcher en el Reino Unido (desde 1979) y de Reagan en EEUU (desde 1981) supusieron el impulso del ultraliberalismo por la “vía institucional” en el mundo occidental. Durante unas décadas parecía que esa fórmula les era útil, y de hecho les sirvió entre otras cuestiones para debilitar a la Unión Soviética y favorecer su caída.
Rusia y el conjunto de los países de la antigua URSS, fueron objeto de la imposición de programas neoliberales inspirados por la Escuela de Chicago y dirigidos por el propio Milton Friedman. En el caso de Rusia, esos planes les funcionaron durante unos años bajo el mandato de Yeltsin, siendo el patrimonio estatal de la URSS vendido -más bien regalado- a los oligarcas y a las empresas privadas.
El pueblo ruso reaccionó ante el robo sistemático de sus recursos, y en las elecciones legislativas de 1999, el Partido Comunista Ruso fue la fuerza más votada. La presión popular contra lo que estaba ocurriendo fue la condición necesaria para que Putin accediese al poder y llevase adelante un programa de recuperación de los recursos públicos, la dignidad nacional y el poderío militar.
El que Rusia se retirase del proceso depredador impulsado por el ultraneoliberalismo, supuso un golpe importante para éste, dado que se trata del país con mayores recursos naturales del mundo. Ahí está una de las razones de la beligerancia enfermiza del imperialismo contra Putin y Rusia.
El redimensionamiento de China como referencia internacional de primer nivel y con unas políticas fundamentalmente positivas, junto con la aparición de otros procesos, como el sudafricano, el venezolano, etc., posibilitaron a la larga la conformación de los BRICS, que tienen una importancia de primer orden en el escenario mundial.
El capitalismo está basado esencialmente en el beneficio, la ganancia, y esta se consigue a través de la plusvalía, es decir, la diferencia entre el valor generado por la fuerza de trabajo de los/as trabajadores y el salario que se les paga a éstos/as. Así de sencilla es la cosa.
La evolución del capitalismo va asociada a lo que se denomina tendencia descendente de la tasa de ganancia, condicionada por la siguiente cuestión: los capitalistas, ya sea de forma corporativa o individual, invierten capital en un doble sentido: el capital variable y el capital orgánico. El capital variable se invierte en contratar trabajadores y pagar salarios, y es del que realmente se obtienen beneficios.
La inversión en capital orgánico no genera beneficios, pero sin ella esos beneficios tampoco son factibles: se trata de la inversión en mejoras tecnológicas, tanto en lo referente a las propias estructuras de producción directa (por ejemplo, el recambio de maquinaria) como en todo aquello que permite una adecuación a los estándares exigidos en cada momento histórico (aplicación de informática, la llamada inteligencia artificial, etc.).
Estas inversiones no dan beneficio directo alguno, porque no producen plusvalía, pero son imprescindibles para que los productos se adecúen a las exigencias de los mercados nacionales e internacionales. Hoy no sería factible materializar el beneficio de un producto mediante su venta sin que éste reuniese previamente unas calidades técnicas, estéticas, de comodidad suficiente, etc. El capitalismo necesita que una fracción cada vez mayor de su capital invertido sea en capital orgánico. Hoy sería impensable la producción sin un alto nivel tecnológico.
El ultraneoliberalismo, el capitalismo en general, está agotado en su dinámica depredadora global. Ahora están destruyendo los propios cimientos de la sociedad norteamericana (unos 40 millones de personas están en situación de pobreza, y al menos 653 mil están viviendo en la calle; igualmente, existe una tendencia creciente del número de suicidios, de personas que presentan problemas de salud mental sin acceso a tratamientos o de episodios con armas de fuego que se saldan con heridos o fallecidos, por poner algunos ejemplos).
Que el neoliberalismo esté agotado como herramienta significativa para la supervivencia del capitalismo no quiere decir que no lo sigan aplicando e intensificando, pero los pasos que están dando ahora son hacia, por y para la guerra, que ya tiene un conjunto de escenarios donde se ha convertido en una realidad-real, y otros en los que potencialmente, y con muchas posibilidades, se puede desarrollar.
En esta fase de protoguerra mundial que estamos viviendo, el imperialismo está demostrando muchas e importantes debilidades en todos los terrenos. Por supuesto en el militar, pero también en el ideológico y en el moral y, por descontado, en el intelectual. Es por ello que están intensificando nuevas formas de hacer la guerra, entre las que destaca la guerra bacteriológica.
En los últimos días se ha conocido que EEUU ha estado ensayando con el virus de la viruela, algo completamente impensable hasta hace unos pocos años por la altísima peligrosidad de este virus, y que es una evidencia más del irracionalismo galopante en el seno del imperialismo. Es bien conocido el uso de Ucrania como espacio de investigación y experimentación de armas bacteriológicas, especialmente a través de empresas vinculadas al hijo de Biden.
Por supuesto, no solamente no renuncian a la posibilidad de una guerra nuclear, sino que cada día la tienen más presente. Todo ello va aderezado con una guerra ideológica de combate a la racionalidad y a los valores humanos en sus aspectos más esenciales.
La corrupción sistemática y generalizada es también una de las características más definitorias del capitalismo en la actualidad. Es muy curiosa la paradoja de que, siendo EEUU el país que más invierte en “defensa” (el 40 por ciento del total global, lo que para este año se traduce en los 886.000 millones aprobados por el Senado), su armamento demuestra cada vez más debilidades en los escenarios de guerra.
Una cuestión similar, a escala diferente, ocurre con el ejército israelí en su confrontación con el pueblo palestino. Por supuesto que la tecnología y el nivel técnico del armamento son muy importantes para vencer en las guerras, pero eso no está directamente relacionado con el capital invertido, sino en buena medida, tal y como se evidencia, con la naturaleza ideológica y moral de cada uno de los bandos, especialmente con el hecho de situarse en el lado correcto de la historia.
Otro problema al que se enfrentan los ejércitos occidentales es el rechazo cada vez mayor de la gente a ingresar en ellos. Este asunto es muy patente en el caso de Ucrania, aunque aparece significativamente también en EEUU y el Reino Unido, incapaces de completar las tripulaciones para algunos de sus navíos más destacados. No hay mucha gente dispuesta a participar en guerras de las cuáles saben que no pueden obtener nada en positivo.
Los diferentes Estados difieren sobre los ritmos en que se debe avanzar en el proceso de guerra global en el que ya hemos entrado, en general según su propia situación geográfica y político-ideológica. Los Países bálticos son los que expresan una posición más guerrerista, sin matices, y también los que señalan con más intensidad los riesgos para Europa si Ucrania no sale victoriosa en la guerra que se está desarrollando en su territorio entre Rusia y la OTAN.
También es de destacar el ritmo acelerado en el posicionamiento a favor de la guerra que están protagonizando otros países nórdicos, como Finlandia o Suecia. En cuanto al Estado español, tal como ocurre con otras muchas cuestiones, el Gobierno juega a generar confusión y manipulación de forma sistemática. Finalmente sabemos que apoyarán el proyecto militar europeo en el Mar Rojo.
Hay que luchar contra el avance de la guerra, pero es fundamental que simultáneamente luchemos para ganar la guerra en la medida en que ésta siga desarrollándose. La consideración puede parecer paradójica, pero no lo es. En algunos aspectos hay ciertas semejanzas con lo que fue la guerra contra el nazifascismo, cuando se intentaba que ésta no se desencadenase mientras en paralelo se realizaban los preparativos necesarios para ganarla en caso de que lo hiciese.
La estrategia de la URSS fue muy clarificadora en este sentido. En esta guerra, en la que ya hemos entrado, hay que tomar partido de forma coherente y eficiente, sin ningún género de dudas.