Dictadura de la prensa derechista en Colombia

 

Luis Alfonso Mena S. | Estrategia

A las cuatro de la mañana comienzan los bombardeos desde las estaciones de radio contra las mentes de la población. A esa hora, con sus noticieros y sus ‘hashtag’ envenenados, ya varios espacios del dial en manos de Caracol, la W, RCN, etc. inician los disparos directos para adocenar, moldear o torcer la conciencia de los colombianos, que, según estadísticas, estamos entre los habitantes más madrugadores del planeta.

A las cinco a.m. les llegan a esas cadenas los refuerzos de Blu Radio, La FM y demás deplorables redes del amarillismo radial, ramplón y vulgar, como Tropicana y sus similares, que explotan el atraso político y hurgan en las bajas pasiones.

Precedidas por el himno nacional, a las seis de cada mañana, con bombos y platillos, todas las cadenas de radio redoblan sus descargas con largas filas de titulares de miedo y violencia editorial, subliminal o abiertamente incitadores del odio contra el Gobierno del Cambio, en la voz de los jefes de las emisoras, que obran como dioses de la mentira impune disfrazada de verdad.

A las siete de la mañana entran en escena los duopolios de la televisión colombiana, Caracol y RCN, acompañados por sus copias en los canales regionales de tv, que dejan la programación de brujos y negociantes de las creencias religiosas en la noche, para sumarse a la ofensiva mediática en las primeras horas del día siguiente.

El campesino que es el primero en estar en pie cada día, el pensionado que duerme poco, la madre que prepara el desayuno para que sus niños vayan temprano a la escuela, el trabajador que se desplaza en bus o en servicio pirata de transporte camino a la fábrica o al rebusque, la profesional que va en su auto a la oficina… a todos impacta el bombardeo de la radio colombiana con un discurso único y directo a sus cerebros: el relato periodístico falaz, con la dosis de odio de cada día contra el Gobierno del presidente Gustavo Petro.

Colombia es un país radial. ¿Quién no oye radio en las mañanas, en el inicio de cada jornada? Los incondicionales de la Internet responderán que ya muchos no la escuchan. Sin embargo, resulta que gran parte de los contenidos de Twitter, Facebook, Instagram y, preponderantemente, de WhatsApp son alimentados por los ejércitos de la radio.

Los ataques continúan. No hay que dejar que el público objeto del bombardeo se pueda guarecer. Al mediodía llega la carga pesada, arriban los meganoticieros de Caracol y RCN en la televisión: tres horas de fuego incesante, de misiles fabricados con desinformación, verdades a medias, mentiras completas y manipulación. Toman el relevo de sus batallones hermanos de la radio.

Se meten en la sopa de millones que van a la mesa con un ojo en la cuchara y otro en el aparato de televisión instalado en el restaurante de almuerzos “ejecutivos”, frente al comedor de la casa o a un lado de la cafetería de la oficina.

Zumban los disparos a diestra y siniestra, a esa hora ya reforzados por las granadas recalzadas con intrigas, espionaje y más veneno lanzado por El Tiempo, El Colombiano, Semana y otros libelos que hegemonizan YouTube y portales Web, con grandes equipos e inversiones multimillonarias, y por los periódicos, impresos o virtuales, que copan la Internet.

El periódico El Tiempo, el edecán de la prensa de la oligarquía santafereña, santanderista y paradigma de la red de poder mediático de los gobiernos del establecimiento liberal-conservador a lo largo de la historia, se jacta de estar en el primer lugar de las estadísticas de lectura de páginas Web, incluso por encima de Semana y otras publicaciones sumadas a la gavilla contra las reformas sociales del presidente Petro.

La comunicación de hoy es transversal y casi ninguna empresa periodística se dedica al vertimiento de sus contenidos a través de solo un medio: impera ahora la producción multimedial.

Para no ir muy lejos, miremos los emporios RCN y El Tiempo, con redes no sólo en Internet (como todos ahora), sino en radio, tv, impresos múltiples, empresas editoriales, rotativas y todo el campo de la industria editorial, comunicacional y del entretenimiento. Verdaderos pulpos.

El día avanza y el embate mediático no da tregua: llega a los programas deportivos de la una de la tarde en adelante, en los que la ignorancia campea y, como la ignorancia es atrevida –dicen los abuelos–, pues los ‘periodistas’ del divertimiento también meten baza para no dejar terreno libre a la verdad.

En la tarde los programas de la radio vuelven a ser trinchera de la derecha, con la burla ordinaria, el racismo y la mentira impune disfrazados de “humor” en Luciérnagas y otras yerbas, hasta que arriba la noche con una nueva andanada, esta vez vestida de opinión, en espacios sesgados, desequilibrados y clasistas con traje de “analistas” en la Hora 20, Nocturna y otras oscuridades.

La noche avanza con más noticieros de televisión al servicio del empresariado y la politiquería, no solo los de Caracol y RCN, sino CM& y los mediocres informativos de la tv regional, hasta la medianoche, que aparece con más boletines en las horas de las tinieblas. Unas horitas de sueño, y a las cuatro a.m. del día siguiente vuelve y juega el círculo del dial infernal.

¿Qué es la hegemonía?

¿Cómo se llama todo ese recorrido que acabamos de hacer, grosso modo, por el universo de la prensa colombiana, de los medios del sistema?

Se llama hegemonía, es decir, la imposición de un poder preponderante, el dominio a lo largo de mucho tiempo, basado en un soporte económico multimillonario aplastante, caracterizado por su gran incidencia (no solo influencia) en millones de personas de todas las clases sociales y procedencias económicas, con un fin supremo: el mantenimiento del ‘statu quo’, de un establecimiento de élites oligárquicas, del sistema político y económico bicentenario.

¿Cuál es la misión de las hegemonías mediáticas en la actualidad en Colombia? Destruir el proceso de cambios sociales y políticos iniciado en el Gobierno del presidente Gustavo Petro, para lo cual no se paran en posiciones éticas ni en el respeto a la tan fementida “objetividad periodística” con la que hacen gárgaras.

Por el contrario, generan matrices de desinformación diarias, crean escándalos, compiten entre sus componentes para “descubrir” nuevos hechos que puedan enlodar al gobierno y a los partidos que lo respaldan, para desestabilizarlo, hacer inmanejable el país. Fungen como parte de la conspiración, dentro del golpe que prepara la extrema derecha.

En este marco, hablamos no sólo de la comunicación alternativa, sino de periodismo contrahegemónico, esto es, el que hace frente a ese universo de imposición, de dictadura mediática que todos los días bombardea –desde su posición de preeminencia y poder económico, ideológico y político–, las ideas y las acciones del cambio, el periodismo que hace frente a esa dominación que inocula con sus dardos envenenados las mente de millones de colombianos sobre los que tiene influencia e incidencia y a los que procura someter con un discurso único.

Los medios hegemónicos, aparatos ideológicos del Estado, medios del viejo régimen, operan como cancerberos de los privilegios de las élites empresariales y latifundistas, y, en el abuso total, pretenden que no se les contradiga ni se develen sus falacias, so pena de lanzar sobre quienes lo hagan el haz de la venganza inquisidora.

La hegemonía que debemos enfrentar es la dictadura de los medios del “statu quo”, la prensa del sistema, como la llamó en su momento la revista Alternativa. Es pertinente tener en cuenta que el concepto de “alternativo” es en la actualidad bastante manoseado desde distintos ámbitos que se autodenominan de esta forma sin serlo, pues no confrontan las hegemonías, como efectivamente debe hacerlo un verdadero periodismo alternativo.

A propósito, la revista Alternativa, de la que hicieron parte, entre otros, Gabriel García Márquez, Orlando Fals Borda, Jorge Villegas Arango, Antonio Caballero y Enrique Santos Calderón, cumplirá el 15 de febrero cincuenta años de haber sido fundada.

Alternativa, la revista que fue la conciencia de Colombia

Alternativa circuló entre 1974 y 1980 y constituyó un medio de información y debate del campo obrero y popular de enorme importancia para visibilizar las ideas de la oposición y las luchas de la izquierda en una época conflictiva, en la que fue perseguida por el establecimiento representado en el oscuro régimen de Julio César Turbay Ayala, el del Estatuto de Seguridad, las torturas y los consejos verbales de guerra para los civiles).

Los componentes de la hegemonía

Vivimos tiempos de cambios que imponen a todos los actores y colectivos sociales comprometidos con las transformaciones estructurales en Colombia atender una vena esencial para que el proceso iniciado el 7 de agosto de 2022 avance: la vena comunicacional. El viejo régimen, ese que se resiste a aceptar las decisiones de la “democracia” de la que se ufana, lleva un año y medio lanzando alaridos desde sus micrófonos y su prensa contra el mandato popular iniciado por el presidente Petro.

El diagnóstico de la coyuntura está hecho: durante las últimas semanas el bombardeo se ha recrudecido contra el Gobierno del Cambio desde todos los flancos del sistema para impedir las reformas sociales en salud, derechos laborales y pensionales, paz total, entrega de tierras, igualdad y medio ambiente. Y para evitar que la Corte Suprema de Justicia elija la fiscal que reemplace al nefasto Francisco Barbosa, uno de los líderes de la sedición, del golpe blando y de la lawfare (guerra jurídica) en marcha.

El nuevo poder político en formación liderado por el presidente Petro y la vicepresidenta Francia Márquez enfrenta una gavilla brutal, cuyos componentes constituyen, ni más ni menos, el poder hegemónico de larga y violenta historia en Colombia:

grandes empresarios, latifundistas y paramilitares, voceros de los gremios patronales, partidos políticos de la derecha, la extrema derecha, el “centro”, las altas y burocratizadas cortes judiciales, los corruptos, los paramilitares y demás bandas criminales, los politiqueros y las mafias regionales, los y las viudas del poder, el viejo régimen uribista, decadente y derrotado, aupados y respaldados todos por los medios masivos, convertidos, como ha sido la experiencia histórica en Latinoamérica, en instigadores del odio en busca de destruir el proceso político en construcción.

La estrategia contrahegemónica

Todo ese “statu quo” es la hegemonía del poder económico, político, cultural que incluye a los medios masivos tradicionales de comunicación, apéndices, extensiones, portavoces, defensores de ese poder que se quiere hacer eterno… hegemónico.

Para hacer frente a ese poder, a esa hegemonía debemos proponernos construir un camino alternativo, avanzar en la búsqueda de la verdad (la veracidad) y la autogestión en procura de la liberación de la palabra, de levantar a los insumisos contra la dictadura de los medios de las élites.

Debemos proponernos estudiar, debatir y construir colectivamente métodos, caminos, estrategias contra las hegemonías que configuran el establecimiento económico, político y social oligárquico, empezando por la hegemonía mediática que les da soporte ideológico y propagandístico a las clases dirigentes.

El cuestionamiento de las hegemonías no solo debe desenmascarar a los agentes internos de ella, sino a los internacionales, pues las redes sociales, que muchos asumen como el escenario ideal y casi único para el ejercicio comunicacional, están sometidas también a la dictadura internacional de los monopolios dueños de Google, Facebook, Twitter, WhatsApp, etc., que a la hora de censurar las voces alternativas no lo dudan: Telesur, RT, Sputnik y tantos otros medios alternativos mundiales ya han padecido la censura.

La lucha contrahegemónica es mundial contra el imperio comunicacional mediático planetario y sus adláteres en Colombia.

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