Soberanía, democratización y desarrollo humano

 

Stephen Sefton

El genocidio sionista en curso contra el pueblo Palestino es la expresión más extrema del asalto de las élites occidentales contra el desarrollo humano y soberanía de los países y pueblos del mundo mayoritario. Aunque el nuevo orden mundial impulsado principalmente por la República Popular China y la Federación Rusa ha abierto innovadoras opciones alternativas, la guerra occidental sobre las mayorías empobrecidas del mundo sigue desarrollándose en muchas formas.

En los aspectos militar, financiero y comercial, Estados Unidos y sus aliados en Europa y el Pacífico todavía mantienen suficiente poder global para poder intimidar y hostigar a una gran parte de los gobiernos de los países del mundo mayoritario.

En todos los ámbitos, el militar, el económico, el comercial, el sanitario o el medio ambiente, las élites gobernantes de las huecas democracias occidentales empujan y apalancan su indebido privilegio institucional a nivel internacional para contrarrestar la democratización de las relaciones internacionales. Por medio de sus políticas intervencionistas en naciones soberanas, buscan cooptar a gobiernos débiles del mundo mayoritario como súbditos colaboradores en su proyecto de prolongar sus ventajas neocoloniales a nivel mundial.

Actualmente en América Latina, los peores ejemplos de esta lamentable realidad son Argentina, Ecuador y Perú. Las élites occidentales aprovechan su acumulada ventaja histórica para consolidar y reforzar en la medida posible el poder de sus grandes corporaciones transnacionales para explotar los recursos y poblaciones de los países del mundo que han sido empobrecidos durante los siglos del colonialismo.

Ante el nuevo mundo multipolar, la globalización ya no funciona como antes para las élites norteamericanas y europeas y las clases gobernantes de sus principales aliados en la región del Pacífico, (Japón, Corea del Sur, la provincia china de Taiwán, Australia y Nueva Zelanda) porque rivales como Rusia y China ofrecen relaciones de respeto, igualdad y solidaridad.

Sin embargo, las élites occidentales siguen explotando su influencia predominante en las estructuras multilaterales como las Naciones Unidas, radicada en Nueva York, o las instancias derivadas de la Convención Marco sobre el Cambio Climático, o el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial de Comercio y la Organización Mundial de Salud, entre otras.

Los gobiernos de los países ricos constantemente manipulan estas estructuras institucionales internacionales donde tienen presencia para menoscabar la soberanía nacional de los países empobrecidos. Por ejemplo, muchos economistas han explicado de manera exhaustiva que la función del Banco Mundial desde su fundación hace 80 años ha sido de hacer los países del mundo mayoritario dependientes de las estructuras comerciales y financieras estadounidenses.

Estados Unidos logró a escala mundial la dominación económica que un poder regional como Francia podía ejercer hasta hace poco en sus antiguas colonias en África. Como explica el economista Michael Hudson, en relación al tema crucial de la soberanía y democracia alimentaria, “Esta dependencia implicaba atraso agrícola en la forma de oposición a la reforma agraria y la agricultura familiar para producir cultivos alimentarios a nivel nacional”.

Mientras el papel de la organización gemela del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, ha sido de promover la dependencia neocolonial de sus países víctimas por medio de programas fiscales y financieros que impulsan el control extranjero de los sectores claves de las economías nacionales, la dependencia sobre el dólar estadounidense y el libre movimiento de capitales en perjuicio de la inversión y la estabilidad monetaria nacional.

Estas políticas de intervención neocolonial en las economías del mundo mayoritario se reforzaron por medio del control de las políticas del comercio internacional, por ejemplo, instancias como el antiguo Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio, lo cual se convirtió en 1994 en la Organización Mundial de Comercio. En años recientes, la OMC ha estado prácticamente moribunda por motivo de la resistencia de los países ricos a las justas demandas de los gobiernos de los países del mundo mayoritario, especialmente en relación a la resolución de disputas.

En este mes, en Abu Dhabi toma lugar la decimotercera cumbre ministerial de la OMC con la participación de más de 160 países. Los países ricos quieren cambiar las reglas de la OMC a favor de sus grandes empresas multinacionales, eliminar la norma de acuerdos por consenso y aumentar las obligaciones informáticas de manera represiva contra los países más empobrecidas.

Durante 23 años, Estados Unidos y sus aliados han obstruido el avance de la llamada Ronda de Doha sobre temas en beneficio del desarrollo de las economías de los países del mundo mayoritario. Los países de organizaciones como la Unión Africana insisten en la necesidad de mayor flexibilidad en las normas de la OMC, para facilitar su industrialización y aumentar su capacidad para resolver dificultades en momentos de crisis.

Los países ricos resisten estas exigencias porque limitarían su capacidad de imponer los intereses de sus empresas corporativas por encima de la soberanía nacional de los países empobrecidos. Además, aprovechan su poder económico y comercial para que el tema del comercio internacional impacte otros importantes ámbitos de las relaciones internacionales.

Por ejemplo, en relación a un manejo justo y equitativo de los problemas internacionales de la salud, los monopolios occidentales de los patentes, por medio de los Derechos de Propiedad Intelectual Relacionados con el Comercio, restringen el acceso de los países en vías de desarrollo a medicinas y vacunas, a los métodos de diagnóstico y a los tratamientos relacionados. La Organización Mundial de Salud depende en gran parte de financiamiento de los intereses farmacéuticos corporativos occidentales. Por ejemplo, la Fundación Gates es el segundo mayor financiador de la OMS, lo que le ha permitido influir mucho en las políticas y programas de aquella organización.

El presupuesto anual de la OMS, de un poco más de 6 mil millones, es una mera fracción de la riqueza de Bill Gates de más de US$120 mil millones. Esta indebida influencia corporativa explica el sesgo de las políticas de la Organización Mundial de Salud a favor de las farmacéuticas multinacionales occidentales durante la pandemia del Covid-19. La OMS se apuró para aprobar las costosas vacunas occidentales, mientras menospreciaba los tratamientos preventivos muchísimo más baratos.

En relación al medio ambiente, también los procesos de intercambio en constante desarrollo dentro del marco de la OMC impactan mucho en la evolución de las políticas mundiales para amortiguar el Cambio Climático. Importantes acuerdos alcanzados dentro del marco de la OMC contradicen el principio de Responsabilidades Comunes pero Diferenciadas establecido en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, por ejemplo, el propuesto Acuerdo sobre Cambio Climático, Comercio y Sostenibilidad que empaque la vieja agenda comercial neoliberal en una nueva presentación verde.

Y mientras Estados Unidos y la Unión Europea paralizan la implementación de los acuerdos ambientales alcanzados en los últimos años en las cumbres de Dubai, Sharm el Sheikh y Glasgow, hacen avanzar sus propuestas de medidas unilaterales que favorecen sus propias empresas en contravención de las mismas reglas de la OMC.

Esta mala fe congénita del capitalismo occidental a nivel internacional, es otro aspecto de la verdadera cara de las falsas democracias occidentales, donde hablan tanto de los derechos humanos. Todo el mundo puede ver el comportamiento criminal de la guerra de la OTAN en apoyo al régimen nazi de Ucrania contra la Federación Rusa y del apoyo occidental al diabólico genocidio sionista del pueblo palestino.

Las élites occidentales no respetan la democracia en sus propios países porque saben que pueden reprimir y destruir cualquier posible amenaza emergente a su control y poder ir, a como se hizo en Francia, contra el movimiento de los “chalecos amarillos”, en España contra las y los independentistas catalanes y en Canadá contra las y los manifestantes pacíficos durante la pandemia. De la misma manera, las élites occidentales no cumplen con los acuerdos internacionales que no les convienen porque saben que controlan las principales instituciones multilaterales mundiales y ven que los países del mundo mayoritario no tienen el poder de hacerles cumplir.

A esta cultura de impunidad y mala fe neocolonial de las élites occidentales, las estructuras del nuevo orden mundial oponen un trato solidario entre iguales, que respeta sus respectivos intereses. La Organización de Cooperación de Shanghai, los diez países del grupo BRICS, la Unión Económica Euroasiática, la Asociación de Naciones de Asia Sur-Este, todas estas instancias reconocen la importancia fundamental del respeto mutuo a la soberanía de sus países miembros, si van a alcanzar el pleno desarrollo humano de sus pueblos.

De igual manera, todos rechazan la práctica imperialista ilegal de la aplicación de medidas coercitivas unilaterales, las cuales se destinan a perjudicar el desarrollo humano de las poblaciones enteras de docenas de países en todo el mundo, desde la Federación Rusa, la República Popular China y la República Popular Democrática de Corea, hasta Irán, Palestina, Siria y Yemen y hasta Cuba, Nicaragua y Venezuela.

Estados Unidos y sus aliados aplican este tipo de extrema agresión económica, comercial y financiera contra todos los países que defienden su soberanía con dignidad y firmeza. La defensa de la soberanía corre como un hilo indestructible en las luchas históricas de los pueblos del mundo por su independencia y libertad.

Es famoso que la lucha de Sandino contra el yanqui invasor en Nicaragua tenía su eco en todo el mundo y cómo su ejemplo de lucha contra la ocupación extranjera influía en la histórica guerra para la soberanía de China. Así que, cuando las tropas nacionalistas entraron victoriosas a Beijing en 1928, llevaron retratos de Sandino y rótulos con sus frases más famosas traducidos en chino.

Los pueblos del mundo saben que la soberanía es una condición fundamental de la verdadera democratización para garantizar que sus sociedades y economías responden a sus aspiraciones y necesidades de manera genuina para lograr su desarrollo humano nacional. Esto explica la hipócrita, cínica exigencia de parte de Estados Unidos y sus aliados de que todo el mundo adoptara la hueca democracia electoral al estilo norteamericano y europeo que, por encima de todo, sirve a los intereses de las élites corporativas occidentales.

Sin la soberanía nacional, la democratización genuina de la sociedad y la economía es imposible, porque los intereses extranjeros siempre se impondrán por encima de las aspiraciones de la población nacional. En América Latina y el Caribe esta realidad no podría ser más clara ni más relevante el ejemplo de Sandino. General de Hombres y Mujeres Libres y de la heroína nacional Blanca Aráuz como han resaltado en estos días nuestro presidente comandante Daniel y Vice Presidenta Compañera Rosario.

Dijo la Compañera Rosario: “90 Años y Vamos Adelante. Y tenemos Nuevos Tiempos en el Mundo. El Mundo entero está alzándose contra la injusticia y creando Verdades Verdaderas, la Justicia que los Pueblos merecemos. El Mundo entero se pronuncia, grita, reclama, exige Paz, Paz, Derechos para el Pueblo Palestino; Paz, Derechos para los Pueblos del Mundo, para los Pueblos Originarios. Somos los dueños de nuestras Riquezas Naturales, de nuestras Culturas, nuestras Lenguas, nuestros Patrimonios.

El Mundo entero está despierto ya, y sabemos que no sólo estamos venciendo, sino que venceremos, porque somos esa Fuerza del Universo que está llenando de Justicia, de Luz, de Vida, diferente Vida con Derechos, de Verdades Verdaderas, y Amor, que es lo que debemos cultivar, que es lo que debemos procurar tener en nuestras Vidas todos los días”.

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