La convivencia en paz y sus enemigos

 

Stephen Sefton

En días recientes hubo dos alertas de fuentes oficiales de la República Popular China y de la Federación Rusa, sobre los riesgos de todavía mayor conflicto entre sus países y las elites gobernantes del bloque occidental.

El pasado día 31 de mayo, el nuevo ministro de Defensa de la Federación Rusa, Andréi Beloúsov, expresó en una reunión ministerial de la Organización del Tratado de la Seguridad Colectiva (OTSC), su criterio de que Estados Unidos y sus aliados están destruyendo el sistema de la seguridad mundial al provocar de manera deliberada conflictos armados alrededor del mundo.

Ese mismo día, el Ministerio de Comercio de la República Popular China condenó acciones de la Comisión Europea contra empresas chinas, amonestando que «tendrán consecuencias negativas y causarán incertidumbre en las relaciones comerciales y económicas entre China y la Unión Europea».

En ambos casos se trata de la creciente tendencia en las relaciones internacionales entre los gobiernos del mundo mayoritario de perder paciencia con Estados Unidos y sus países satélites. Países como China y Rusia se enfocan ahora en la construcción de un modelo de relaciones basadas en la cooperación y la solidaridad entre iguales, originalmente promovido por el Movimiento No Alineado en los años 1950s. En la segunda mitad del siglo pasado, los imperativos de la Guerra Fría y reiterados golpes de parte de los poderes imperialistas, por ejemplo, entre varios otros, en Indonesia, Palestina, Brasil, Ghana y el Congo, hicieron imposible realizar ese modelo.

Luego, en el momento después de la disolución de la Unión Soviética en 1991, se especulaba sobre la posibilidad de una nueva era de paz y cooperación para promover el desarrollo humano de la población mundial en condiciones de mayor equidad entre las naciones y pueblos. Sin embargo, aparte de uno y otro avance positivo, la realidad iba imponiéndose al por mayor. Seguían los interminables bloqueos contra Cuba y la República Popular Democrática de Corea. Estallaron las guerras en Somalia y el antiguo Yugoslavia, seguido por las terribles catástrofes humanitarias en Rwanda y la República Democrática del Congo.

En la economía internacional, la clase gobernante estadounidense, por medio del FMI, provocó un desastre socio-económico para la población de Rusia. La especulación financiera del mal llamado “libre mercado” provocó las crisis financieras en Asia en 1997, en Rusia y Brasil en 1998 y luego en 2001 la debacle económica en Argentina. Al mismo tiempo, en vez de desmantelarse, la Organización del Tratado del Atlántico Norte se expandía incorporando nuevos países miembros del Este de Europa. El régimen sionista israelí seguía su robo de tierras y su atroz represión de la población palestina que provocó la Segunda Intifada del año 2000.

Luego, Estados Unidos y sus países satélites invadieron y ocuparon Afganistán e Irak. En América Latina, montaron el fallido golpe contra Venezuela en 2002 y el exitoso golpe de 2004 en Haití que derrocó al gobierno legítimo del presidente Aristide. El patrón de crisis financiera y agresión político-militar se intensificó todavía más con la desastrosa recesión económica de 2008-2009, las guerras en 2011 contra Libia, Siria y Costa Marfil y la guerra por la OTAN contra Rusia en Ucrania que inició con el golpe de estado en Kiev en 2014. En América Latina, hubo la intensificación del asedio contra Venezuela y en Asia las incesantes campañas de provocación y mala fe occidental contra la República Popular China e Irán.

El acumulado impacto en el desarrollo humano global de los constantes conflictos armados y las repetidas crisis financieras, demostró de manera categórica la incuestionable naturaleza depredadora, antidemocrática e inhumana del capitalismo occidental. A la vez, demostró la categórica incapacidad del sistema de relaciones internacionales dominado por Estados Unidos y sus aliados de poder promover la Paz, condición primordial para garantizar la estabilidad y fomentar la prosperidad.

Con toda la razón, aquí en Nicaragua nuestro presidente comandante Daniel ha insistido: “No pueden volver a jugar con la paz, a manosear la paz, que es el tesoro que tenemos, el patrimonio que tenemos, la herencia de centenares de miles de nicaragüenses que han dado su Vida para que vivamos tranquilos, seguros, trabajando, contentos, alegría de vivir en paz, de trabajar para prosperar, y a eso tenemos derecho”.

En ese sentido, desde hace más de cincuenta años ha sido claramente evidente el completo fracaso del sistema occidental de relaciones internacionales impuesto por las élites occidentales sobre el mundo desde 1945. No está dirigido ni a defender la paz ni para promover la prosperidad mundial ni de enfrentar de manera justa y eficaz el desafío del cambio climático.

Esta realidad histórica obligó a las grandes potencias del mundo mayoritario a avanzar desde inicios de este siglo en el diseño y construcción de un sistema alternativo de relaciones internacionales capaz de fomentar la cooperación, la solidaridad y la paz. Se empeñaron a crear un sistema basado en el respeto entre todos los países del mundo como iguales, un sistema consensuado por medio del diálogo, dirigido a garantizar la seguridad, estabilidad y bienestar mutua y la convivencia en paz para todas y todos.

La construcción de este nuevo mundo ha sido liderada por la República Popular China y la Federación Rusa. Desde 1996, China y Rusia trabajaban con sus vecinos de Asia Central para colaborar cada vez más de cerca a fin de promover su seguridad común contra el terrorismo y el extremismo. Esta colaboración resultó en la formación en 2001 de la Organización de Cooperación de Shanghai.

Durante quince años, la OCS se dedicó a extender y consolidar sus actividades y las estructuras para facilitar su desarrollo, con su secretariado basado en Beijing, capital de China y su estructura antiterrorista en Tashkent, capital de Uzbekistán. Luego, en 2017, la OCS incorporó a Pakistan y la India como miembros plenos y el año pasado se integró a Irán.

Se espera que Belarus va a integrarse a la OCS en la cumbre de gobiernos miembros este año en Astana, capital de Kazajistán. Además de sus miembros plenos, la OCS incluye como observadores a Mongolia y Afganistán y mantiene diálogo formal, tanto con los países árabes Egipto, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Bahrein y Kuwait, como con países de Asia Central como Azerbaiyán, Turquía y Armenia, de Asia Sur como Nepal, Sri Lanka y las Islas Maldivas y de Asia Sur Este como Camboya y Myanmar. Se calcula que los países, miembros plenos de la OCS, incluyen el 40% de la población mundial con un PIB basado en paridad de poder adquisitivo de US$45 millón millones, más de 30% del PIB mundial.

Aunque existe también el foro paralelo de la Conferencia sobre Interacción y Medidas de Fomento de la Confianza en Asia (CICA), que promueve el diálogo y la cooperación entre casi todos los países de Asia, son los países miembros de la OCS que han desarrollado su cooperación en casi todos los ámbitos de la manera más avanzada, práctica y concreta. Se considera que el desarrollo de la OCS ha dado mayor impulso al desarrollo del grupo de países BRICS, con países no solamente de Asia sino de América Latina y África también.

Los extensos logros de la cooperación exitosa entre los países de la OCS, representan una ruta práctica a seguir para el desarrollo de la visión de cooperación solidaria promovida por los diez países del BRICS+ y para superar las históricas discrepancias que han existido entre China y la India o entre la India y Pakistán.

A fines de mayo, el recién nombrado Embajador de China en India, el compañero Xu Feihong, enfatizó en una entrevista la importancia de las relaciones positivas entre la India y China para la comunidad global y recordó que ambos, el Primer Ministro Modi y el Presidente Xi Jinping han confirmado que China e India no se perciben como rivales sino como socios comerciales.

Aparte del enorme volumen del comercio entre los dos países de alrededor de US$140 mil millones, una expresión concreta de esta visión de convivencia entre los países eurasiáticos ha sido el desarrollo por la India de su conexión al Corredor de Transporte Norte Sur por medio de Irán, en paralelo a la conexión desarrollado por China con la costa del Mar Arábigo por medio de Pakistán.

El desarrollo de la infraestructura de conexión entre sus países indica que los países de la OCS entienden muy bien el imperativo de la estabilidad económica para poder promover el desarrollo humano de sus poblaciones. La inclusión de Afganistán como país observador de la OCS, reconoce que ese país es esencial, tanto para poder aumentar el intercambio comercial de toda la economía regional como para contrarrestar las amenazas a su seguridad.

La conexión en construcción de Afganistán-Turkmenistán-Azerbaiyán-Turquía, complementa las rutas de la Franja y Ruta que conectan a China con Azerbaiyán por medio de los otros países de Asia Central. El corredor desde Afganistán también ofrece la opción de extenderlo hacia Pakistán y a la India. Para Estados Unidos y la Unión Europea la consolidación continental de las naciones eurasiáticas desde el Mar Rojo y el Golfo Pérsico hasta los océanos del Ártico y del Pacífico disminuye de manera definitiva su dominio global.

La respuesta de las élites gobernantes occidentales ha sido una constante serie de provocaciones e intervenciones que incluyen las guerras en Ucrania, Siria y Palestina y sus provocaciones contra la República Popular China sobre la provincia China de Taiwán y el Mar Meridional de China. También siguen fomentado el terrorismo contra Rusia, China, y en prácticamente todo Asia Central por medio de su apoyo a las acciones terroristas de parte de Ucrania y de grupos terroristas como ISIS, Al Qaeda y el Movimiento Islámico de Turkmenistán.

En el contexto mundial, Estados Unidos y sus aliados no pueden competir económicamente con Rusia y China ni tienen la capacidad militar para vencerlos en una guerra directa. Para frenar su declive, les queda combinar medidas cada vez más infructuosos de normas represivas comerciales, financieras y tecnológicas, junto con el apoyo al terrorismo internacional y la provocación de conflictos armados en terceros países.

Ya han sufrido serias derrotas estratégicas, primero en Siria, después en Ucrania y ahora en Palestina, donde a pesar de todo su apoyo militar y económico al genocida régimen sionista, no han podido derrotar a las fuerzas armadas palestinas. El dicho de que el terrorismo es el arma de los débiles, aplica con igual fuerza a un imperio en declive, tal como lo es el imperio norteamericano.

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