Elso Concepción Pérez | Granma
* El plan de la OEA es el mismo: doblegar a todo el que contradiga los dictados de su tutor, Estados Unidos.
La pregunta es por qué todavía existe la OEA, cuando en su historia pululan las miserables acciones contra los pueblos soberanos.
Varios mandatarios de la región han solicitado su abolición, sin embargo, sigue engrosando su expediente criminal en golpes de Estado, como en Bolivia; detrás de cada lawfares, como en Perú, que encarceló al maestro y líder sindical Pedro Castillo, elegido presidente en mayoría; o cuestionando elecciones, como en Venezuela ahora.
La Organización de Estados Americanos está secuestrada actualmente por el papel vergonzoso de su secretario general, Luis Almagro, servil marioneta de Washington, tal como ha sido siempre en una organización de muy amplio aval injerencista, como hace ahora en la ofensiva para desestabilizar a Venezuela, con iniciativas que parten de la fractura entre los gobiernos latinoamericanos.
No obtuvieron consenso para aprobar una resolución cuestionando el resultado electoral, pero el poder mediático se encargó de multiplicar la posición penosa del gobierno del argentino Milei, y la inconsistencia de algunos, de modo que al menos hubiese dudas sobre los comicios. A la altura del circo que fue la reunión, Milei criticó la abstención de Brasil y de Colombia, así como la ausencia de México y, en referencia a las posiciones de Lula, Petro, y López Obrador, los calificó de «ignorantes y estúpidos».
El convite de la OEA sobre Venezuela, sin embargo, no terminó con la fracasada resolución, sino que ahora aboga «por presentar cargos contra el mandatario reelecto, Nicolás Maduro, ante la Corte Penal Internacional».
Es muy oportuno revisar la más reciente historia, cuando el 23 de enero de 2019, el entonces mandatario estadounidense Donald Trump «fabricó» a Juan Guaidó y, con la desfachatez que lo caracteriza, enfatizó: «Hoy estoy reconociendo oficialmente al presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Juan Guaidó, como el presidente interino de Venezuela». Genuflexos, así lo hicieron también algunos gobiernos de la Unión Europea, y se unieron a la política de sanciones contra Caracas.
En la noche del jueves pasado, como en la reposición de un nuevo Guaidó, Estados Unidos anunció que reconoce, como presidente electo, al opositor Edmundo González. Dice el policía y árbitro del mundo que esperaba con paciencia. Nadie se asombre de que el eco de esa proclamación descarada haga eco en los salones de la OEA.
Sabido es que, tras lo que diga y haga el Gobierno de Estados Unidos, allá va la organización, recordando a sus miembros que, de no hacer coro, podrían perder alguna ayuda proveniente de la gran potencia. Al interior de la OEA, la independencia y la soberanía siempre están en hipoteca; desde el imperio, que manda, nunca se ha visto a los países de la región, sino con el cristal del coloniaje.
En la historia está toda la verdad. Cuba, por ejemplo, por revolucionaria, fue excluida de la organización en 1962. Dos años después, hace 60 hoy, exactamente, solo una nación latinoamericana repitió lo que ahora hace también ante la componenda contra Venezuela.
En aquel entonces, México, con gran dignidad y apego a la justicia, se negó a acatar la iniciativa estadounidense que exigía a las naciones latinoamericanas romper relaciones con nuestro país.
México tampoco estuvo ahora en la reunión que pretendía coaccionar a Venezuela.
El plan de la OEA sigue siendo el mismo: doblegar a todo el que contradiga los dictados de su tutor, Estados Unidos. Por eso Venezuela les duele tanto; por eso quieren aislarla, derrotarla, conquistarla, al precio de fracturar el continente.