Iñaki Gil de San Vicente
«Para nosotros, que escupimos la popularidad…»1.
«No soy una persona amargada, como decía Heine, y Engels es como yo. No nos gusta nada la popularidad. Una prueba de ello, por dar un ejemplo, es que durante la época de la Internacional, a causa de mi aversión por todo lo que significaba culto al individuo, nunca admití las numerosas muestras de gratitud procedentes de mi viejo país, a pesar de que se me instó para que las recibiera públicamente. Siempre contesté, lo mismo ayer que hoy, con una negativa categórica. Cuando nos incorporamos a la Liga de los Comunistas, entonces clandestina, lo hicimos con la condición de que todo lo que significara sustentar sentimientos irracionales respecto a la autoridad sería eliminado de los estatutos»2
Mientras se celebraba en Caracas la inauguración de la Internacional Antifascista así como otras reflexiones muy interesantes sobre el papel de la intelectualidad crítica en el peligroso contexto mundial, simultáneamente a esos importantes eventos, la policía venezolana daba un paso más en el desmantelamiento del terrorismo que viene azotando a su pueblo desde hace años. Las investigaciones y las pruebas obtenidas confirman la participación del reino de España y de EEUU3 en las agresiones armadas destinadas a impulsar un golpe de Estado cuyo fin no es otro que el de aplastar la revolución bolivariana y entregar el país atado de pies y manos al saqueo y expolio imperialista.
A la vez, en un plazo de pocos días, el imperialismo en su expresión más basta y bruta exige al Gobierno venezolano que publique las actas oficiales de los resultados electorales, exigencia antidemocrática apoyada de un modo u otro con verborrea ambigua por diversos reformismos que encima cuestionan la veracidad de las investigaciones venezolanas contra los miembros de la banda armada internacional desactivada. La chula prepotencia colonialista del reino de España nos recuerda a aquél grito autoritario de su rey ahora emérito pero entonces en funciones, de «¿Por qué no te callas?» con el que pretendía negar el derecho de expresión al presidente de Venezuela, comandante Chávez, lanzado en una reunión internacional celebrada en 2007. Por último, el Gobierno de EEUU y el Parlamento Europeo reconocen a Edmundo González Urrutia como «presidente» (¿?) del país, abriendo la brecha por la que otros Estados súbditos del imperialismo terminarán reconociendo al antiguo miembro de la guerra sucia contra el pueblo salvadoreño organizada desde la embajada venezolana convertida en cuartel secreto de la CIA.
1 Engels: «Carta a Marx» del 13 de febrero de 1851. M. Johnstone: «Marx y Engels y el concepto de partido». AA.VV.: Teoría marxista del partido político. PyP. Nº 7. Córdoba. 1971, p. 115.
2 Marx: Carta a Guillermo Bloss, del 10 de noviembre de 1877. Obras Escogidas. Progreso. Moscú, 1976. Tomo III, p. 507.
3 https://www.youtube.com/live/nl-VEeZcnsA?si=-lBA7lAaD3oVNm-Z
La función que el imperialismo da a este «presidente» (¿?) es la de encabezar un gobierno impuesto por EEUU que asegure la inyección en vena de sangre venezolana en el decadente vampiro yanqui que apenas logra sobrevivir devorando los recursos del planeta y de sus pueblos. Diversas filtraciones de prensa sugieren que EEUU baraja fechas cercanas a 2030 para lanzar un asalto devastador contra China Popular, asalto precedido por la derrota y rendición de Rusia, paralelo al desmontaje o estallido interno del pujante BRICS y de la multipolaridad, al restablecimiento de la dictadura del dólar, etc. Los gigantescos recursos de Venezuela son imprescindibles para sostener esta guerra mundial sobre la que volveremos. Debemos partir de esta cabalgata a la muerte para comprender qué función cumple ahora el fascismo, qué formas adquiere y cómo vencerlo. Del desenlace de la fase actual de esta guerra mundial ya desencadenada como veremos, depende el destino de la humanidad. La advertencia de Simón Bolívar se ha hecho real.
La Internacional Antifascista se crea por tanto en un momento impostergable porque debe hacer frente a cinco grandes problemas fundamentales, además de otros menores, y debe hacerlo a escala internacional pero siendo consciente de que a la vez es prioritario impulsar el avance revolucionario de Venezuela, Nicaragua, Cuba, China Popular, Vietnam, Corea del Norte… y de todos aquellos pueblos que ya han empezado su camino al socialismo adecuado a las peculiaridades sociohistóricas de su lucha de clases. También es prioritario impedir la victoria imperialista sobre Rusia, Irán, Siria, Sahel, y tantos pueblos que se resisten al imperialismo planteando otras relaciones internacionales que lo debilitan y aceleran su desplome. Y no hace falta decir que, junto a lo anterior, la Internacional Antifascista ha de luchar contra todo movimiento fascista en cualquier parte del mundo. De producirse estas derrotas el fascismo gozará de la impunidad absoluta para sus atrocidades espeluznantes e inhumanas.
Entramos así a la quíntuple tarea que debemos realizar coordinadamente: Una, ayudar al empoderamiento del pueblo trabajador como fuerza consciente que se organiza entre otras tareas también para derrotar al fascismo allí donde asome el hocico. No se trata solo de las lecciones que aprendemos de Venezuela, en donde las comunas han jugado un papel clave en la vigilancia, contención y derrota del fascismo, siempre en integración más o menos flexible con el resto de poderes bolivarianos. De hecho, esta lección se basa en la eficacia de otras luchas antifascistas de pueblos que desde la década de 1920 han conseguido victorias o han evitado que aumentase la peste parda. Las derrotas sufridas también aportan lecciones sobre lo que no se debe hacer.
La Internacional Antifascista debe apoyar o crear cualquier reflexión colectiva sobre cómo impulsar el empoderamiento de las clases trabajadoras absolutamente en todas las facetas de la lucha de clases, de liberación nacional y de defensa de los derechos sociales conquistados o por conquistar, en especial en estos segundos y muy especialmente los que mejoran cualitativamente el derecho/necesidad de las mujeres trabajadoras y de los y las migrantes. En efecto, la historia muestra que el fascismo tiende a aparecer allí en donde la izquierda ha abandonado ciertas reivindicaciones y luchas, o no puede intervenir en ellas por debilidad o miedo, sobre todo en momentos de crisis profundas como el actual en los que sectores sociales terminan prestando oído a los cantos de sirena reaccionarios, entre los que se encuentran más o menos disfrazados los fascistas a la espera de que se den las condiciones para salir a la luz.
Dos, una de las formas de empoderarse de las clases trabajadoras en la lucha antifascista es su avance en la coordinación internacional del antifascismo y ello por una razón simple: la fuerza del fascismo en general depende también de la sensación de victoria inapelable que da porque se va extendiendo por países en base a un plan internacional divulgado profusamente, en medio del desconcierto y debilidad de las izquierdas. Muchas personas asustadas ven que sólo se derrotó al nazifascismo tras una atroz guerra mundial con aproximadamente 60 millones de muertos, infinidad de heridos y destrucciones cuasi infinitas. También ven cuántos fascismos, militarismos y regímenes de extrema derecha ha impuesto desde 1945 ese monstruo que llaman «democracia occidental» con decenas de millones de asesinados, desaparecidos, torturados y damnificados de toda índole, y lo mucho que ha costado y sigue costando su erradicación. Esas personas ya relativamente mayores ven cómo ha renacido el fascismo con nuevas caras, pero igualmente inhumano, cayendo en el pesimismo cobarde y hasta colaboracionista.
La sensación de invencibilidad fascista contamina así a sectores jóvenes que, además de la propaganda profascista, se dejan influenciar por la pasividad de las personas mayores. Si a esto unimos el silencio del sindicalismo amarillo y del reformismo, que se niegan a movilizar a sus bases en su contra, veremos una de las razones del ascenso fascista. Un ejemplo lo tenemos en la dificultad de las clases trabajadoras europeas para ponerse en pie contra el genocidio sionazi y los crímenes de la OTAN y el ucronazismo contra Rusia, así como el avance político-parlamentario de la extrema derecha y del fascismo en la Unión Europea, por centrarnos en este ejemplo.
Pues bien, es urgente mostrar que el antifascismo se está organizando, que se coordina internacionalmente, que salvando las distancias espacio-temporales crece la conciencia de la imprescindible unidad internacional antifascista básica al estilo de la que empezó a formarse alrededor de 1930 y que organizó en pocos años a millares de guerrilleras y guerrilleros en las retaguardias del nazifascismo y militarismo japonés; y después ayudó a las guerras de liberación nacional antiimperialista en medio mundo. Ahora y a pesar de que estamos en otro contexto, también es urgente llevar la lucha al interior de la sociedad burguesa, al interior de la lucha de clases en todas sus expresiones como venimos insistiendo desde el inicio. A la vez es urgente recuperar el orgullo de ser antifascista por ejemplo en Argentina, Ecuador, Brasil, Colombia, Estado español, y otros países engangrenados por el fascismo, reverdecer ese orgullo es vital. En vez de fotografías en primeras filas de actos públicos, es urgente sembrar en las calles la ética antifascista en el interior de los pueblos trabajadores, tema al que volveremos luego.
Nunca sobrestimaremos el impacto liberador que tiene saber que se coordina y aumenta el internacionalismo antiimperialista y antifascista en el mundo, que podemos y debemos apoyarnos mutuamente, que las lecciones son comunes en lo esencial y diferentes en algunas de sus formas externas. Hay que divulgar masivamente toda noticia antifascista, poniéndola en su contexto y coyuntura, explicando sus aciertos y errores para aprender de ellos. Hay que abandonar el antifascismo de salón y pelear en la calle hasta recuperarla.
Tres, los dos puntos anteriores nos llevan a la necesidad de explicar al pueblo obrero la función del fascismo en las soluciones burguesas de sus crisis, y en especial de ésta, movilizando contra el proletariado a la pequeña burguesía enfurecida y a sectores de las llamadas clases medias aterrorizadas ante el poder caprichoso del dinero ficticio volátil y de alto riesgo, de la deuda impagable y de las finanzas del cibercapitalismo incontrolable.
Es cierto que prioritariamente el fascismo tiene como primer objetivo destruir hasta sus raíces a la izquierda revolucionaria, sus organizaciones, partidos, sindicatos, prensa, etc., de tal modo que la burguesía pueda arrasar los derechos sociales, democráticos y políticos para imponer la sobreexplotación absoluta y a la vez preparar una guerra para conquistar mercados, recursos y destruir la competencia de otras burguesías, pero sobre todo una guerra contra el socialismo y el comunismo. El fascismo es la llave que abre la puerta de la dictadura del capital contra el proletariado y el campesinado.
Durante la «normalidad social» la dictadura del capital está oculta debajo de los sistemas de control de la democracia burguesa, invisibilizándola. Las contradicciones del capital y la lucha de clases hacen que la burguesía necesite cada vez más mano dura, más represión hasta que llega el momento en el que sólo un golpe de Estado y/o una contrarrevolución frecuentemente apoyada por otras potencias burguesas, impone el terror dictatorial, con la ferocidad fascista como unos de sus sostenes. ¿Por qué se llega a este momento? Porque el capitalismo va acumulando contradicciones cada vez más graves que estallan en subcrisis o crisis menores sucesivas. La ley general de la acumulación y la ley de tendencia descendente de la tasa de ganancia, con sus las medidas que intentan contrarrestarla, son las leyes más generales y abarcadoras, más relacionales, que explican las causas básicas del desarrollo de las crisis genético-estructurales, y de las guerras que provocan.
Estas grandes y decisivas crisis totales en, por y para los límites objetivos de cada fase histórica del capitalismo, se forman cuando la cantidad de crisis parciales, menores, secundarias, etc., ha llegado a tal grado de acumulación que ella misma estalla en un salto cualitativo que cierra el pasado, tensiona al extremo de lo irracional del presente y genera posibilidades del avance al socialismo o a la derrota espeluznante de la humanidad obrera restableciendo la dictadura del capital pero a una escala más inhumana. En contextos de crisis genético-estructurales, las subcrisis confluyen en una crisis cualitativamente superior que subsume a las anteriores y les dota de nuevo sentido y letalidad. Esto está sucediendo en «zonas calientes» del mundo desde 2015 en adelante, por poner una fecha significativa. En estas crisis, por tanto, se demuestra mejor que nunca antes la importancia crucial de la conciencia subjetiva transformada en fuerza material objetiva organizada políticamente para la destrucción del Estado como forma político-militar del capital.
Conforme se agrava la actual crisis genético-estructural, es decir, avanza la putrefacción que aniquila lo esencial, lo genético del modo de producción capitalista y de sus pilares estructurales que sostienen el sistema entero, o sea, según se acelera la dialéctica de unidad y lucha de contrarios, el fascismo en su generalidad va siendo impulsado más y más por el imperialismo desarrollando sus múltiples formas microfascistas, neofascistas, nazifascistas… y las combinaciones entre ellas.
Venezuela es, sin duda, una de esas «zonas calientes» a las que el imperialismo golpea cada más salvajemente. Lo hace porque apoderándose de sus cuasi infinitos recursos, ahogando en sangre la revolución bolivariana y creando un poder reaccionario formado por Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela, de entrada, sabe que controlará una vital área geoestratégica y socioeconómica. Con ella en su poder, cree que ganará la batalla definitiva de la gran guerra imperialista contra Eurasia y África, gran guerra que podemos llamar tercera guerra mundial si la analizamos sin atarnos dogmáticamente a las dos guerras mundiales anteriores. Recordemos que las crisis genético-estructurales han culminado en guerras mundiales y que, en realidad, ha habido más de dos si vemos el mundo como lo que es, una pelotita golpeada por el capital desde el siglo XV, y no como un plano bidimensional inerte dibujado por el eurocentrismo.
Las grandes crisis provocan grandes guerras porque la destrucción de fuerzas productivas es la única forma que tiene el capitalismo para recuperarse volviendo a fabricar más de lo que ha destruido deliberadamente: es como Uróboros, el monstruo mítico que sobrevivía comiéndose así mismo. Dado que la primera y esencial fuerza productiva es la clase trabajadora, todas las crisis por pequeñas que sean buscan debilitar y destruir la lucha obrera para imponer la sobreexplotación social en esa área determinada de la economía. Dependiendo de la historia de los países, los fascismos concretos, neofascismos y extremas derechas, etc., aparecen antes o después con más o menos fuerzas según la gravedad de sus crisis y de la evolución de la lucha de clases. Así, los conflictos, violencias y guerras locales van confluyendo, pero también lo hacen las represiones diversas y los fascismos, hasta que el aumento cuantitativo de tensiones múltiples da el salto cualitativo a la crisis genético-estructural, la cual a su vez acelera el estallido de una nueva guerra mundial.
La clase trabajadora ha de divulgar esta historia real para vencer cuanto antes al capital. La militancia de la Internacional Antifascista ha de conocer aún con más detalle estos y otros componentes de la teoría marxista de la crisis revolucionaria con su decisivo capítulo sobre a la dialéctica de la guerra, porque ella explica mejor que nada el papel del fascismo y de la guerra contrarrevolucionaria en la derrota a sangre y fuego del socialismo y el aplastamiento de la independencia internacionalista de los pueblos.
Cuatro, una explicación mediante la práctica de la necesidad de combatir al fascismo desde y para la ética comunista, lucha en la que también es decisiva la intelectualidad revolucionaria. Otra de las armas del fascismo es que su ética –que sí la tiene– es la quintaesencia más salvaje del núcleo de la ética burguesa en concreto que gira alrededor de la ley del valor, y de la síntesis de las éticas de las clases explotadoras desde que se impuso por la violencia la propiedad privada de las fuerzas productivas. No podemos desarrollar aquí el papel de la sub-ética fascista en la ética general burguesa y en las de las sucesivas clases explotadoras. Pero la unidad de contrarios está en todo, y el método dialéctico nos explica por qué Marx hizo suya la máxima de Publio Terencio en el s. –II según la cual «nada de lo humano me es ajeno» –«Homo sum, humani nihil a me alienum puto»–, máxima que se refuerza con la admiración de Marx hacia Espartaco y Kepler. Los ideales de Simón Bolívar, de Chávez y de todos y todos los revolucionarios son idénticos porque que saben que el enemigo mortal es la propiedad privada y que, por tanto, la consigna de «Comuna o nada» es la materialización de la ética humana.
En efecto, el fascismo odia al ser humano porque éste es el antagónico inconciliable de la irracionalidad fascista que a su vez es la expresión suma de la irracionalidad de la propiedad privada, tema que desarrollaremos luego. El tópico de que «el hombre es un animal gregario» es reaccionario porque reduce al «hombre» a un rebaño de ovejas que bala ante el pastor, siempre temerosas de sus perros; es reaccionario porque oculta que la especie humana es social, consciente de las contradicciones, diferencias y oposiciones inherentes a todo lo social. El «hombre gregario» vota a Milei, la mujer consciente de su socialidad lucha contra Milei. El «ser gregario» aplaude al sionazismo, a los ucronazis, a las monarquías…, la conciencia crítico-social se yergue orgullosa contra toda ignominia. Muy en síntesis, este es al abismo insondable que enfrenta la fría y oscura ética fascista y burguesa con la polícroma y omnilateral ética comunista. Una de las tareas de la intelectualidad revolucionaria consiste mostrar la historia, el presente y las perspectivas de esta unidad y lucha de fuerzas antagónicas.
Y cinco, la lucha contra el fascismo sólo será efectiva cuando se integre en la lucha contra el irracionalismo global capitalista, y contra los restos aún presentes con más fuerza alienadora de lo que sospechamos de cadenas mentales creadas por las generaciones muertas y que oprimen como una pesadilla el cerebro de los vivos, al decir de Marx. Eslabones de esas antiguas cadenas de sumisión han sido modernizados y reforzados por el fascismo y otras sub-ideologías burguesas, creando nuevas cadenas de explotación, más dúctiles y flexibles, más difíciles de ver y sentir si estamos pasivos, pero más atroces cuando nos movemos. Fue Rosa Luxemburg la que nos advirtió que si no actuamos no sentimos su peso torturante.
En el principio fue la acción y no el verbo, al decir de Goethe, quien quería remarcar el componente práctico-racional de la praxis que desplazaba a la irracionalidad del dogma político-religioso desde finales del siglo XVII. Sin embargo, el irracionalismo resurge siempre de la necesidad de las nuevas clases explotadoras para reforzar su poder. Comparemos la máxima del politeísta Terencio del siglo –II de «nada de lo humano me es ajeno» con la reaccionaria irracionalidad del monoteísta cristiano Tertuliano en el siglo +II de que «creo porque es absurdo»: « prorsus est credibile, quia ineptum est», sin entrar ahora en matices sobre las traducciones según la época y finalidad política y filosófica. Comparemos también el dicho de Plauto en los s. –III/-II de «homo homini lupus», «el hombre es un lobo para el hombre», que muestra dependencia cognitiva hacia la naturaleza –el lobo–, con el que domina en el capitalismo: «homo homini mercator», «el hombre es un mercader para el hombre».
O visto desde una perspectiva temporal más larga: en el s. –IV Aristóteles definía al esclavo como animal que hablaba, en el siglo XX el nazismo definía a los no arios como «subhumanos», pero Marx luchaba para que el proletariado rompiese las cadenas de su «esclavitud asalariada» desde otra concepción de la racionalidad antagónica a las dos anteriores. Marx defiende la libertad basada en la superación histórica del asalariado, que es la forma de esclavitud más cruel y efectiva, porque hace creer al esclavo que es libre ya que cobra un salario, sin saber que es un esclavo colectivo sometido a un amo colectivo, el capital. La racionalidad de la crítica marxista nos permite comprender mejor el papel del fascismo, porque añade la esclavitud del animal y del subhumano a la esclavitud asalariada.
Los avatares de la lucha permanente entre la racionalidad de la praxis y la irracionalidad del dogma no pueden ser detallados aquí, ni siquiera desde el Renacimiento, la Ilustración y el socialismo, el anarquismo y el comunismo utópicos que apenas pudieron vislumbrar la irracionalidad absoluta aparece en el hecho estremecedor de que la burguesía mercadea, compra, explota y vende al proletariado no como si fuera un animal, un lobo, sino como lo que realmente es en el capitalismo: una cosa, un objeto pasivo, una mercancía sin conciencia pero con un valor de uso y un valor de cambio que el mercader sabe utilizar en beneficio exclusivo.
Desde el inicio marxista en 1842-43 está presente la lucha contra el irracionalismo tal cual se sufría en cada momento. Las reflexiones de Marx y Engels sobre por qué no se sublevan los y las explotadas recorren directa o indirectamente todos sus textos y llegan a hacerse centrales en sus últimos años, según analizan las complejidades de las miserias humanas. Sin racionalidad crítica el ser humano deja de serlo degradándose a simple cosa mercantilizada y desechable al agotarse su fuerza de trabajo, su utilidad.
Siendo breves, Lenin en 1905 se pregunta sobre por qué los soldados que se integran en las manifestaciones y huelgas durante la revolución, siendo parte del pueblo, se vuelven contra su propio pueblo y lo acribillan a tiros nada más aparecer un oficial zarista que les ordena abrir fuego contra su propia clase, contra sus familiares. La misma pregunta azotó la conciencia internacionalista desde agosto de 1914 hasta finales de 1916 cuando resurgieron las primeras resistencias, motines y rebeliones, al ver cómo los proletarios se asesinaban entre ellos mismos defendiendo los intereses de sus burguesías respectivas.
Desde 1923 en adelante, Bordiga, Clara Zetkin, Mariátegi, Gramsci, Reich y la sex-pol, Neumann, Trotski, Dimitrov, y un largo etc., se enfrentaron con diversas perspectivas a la peste parda. A partir de 1945, el triunfalismo vacuo e irresponsable hizo levitar a la intelectualidad progre eurocéntrica, creyendo en la propaganda imperialista sobre la supuesta «desnazificación» que en realidad mantenía sus pilares fundamentales para reforzar la lucha anticomunista, sobre todo en la guerra nuclear. Sin embargo, ya a inicios de los ’50 Lukács advirtió que surgía un nuevo fascismo impulsado por el capitalismo imperialista yanqui. Lukács demostró que fue el irracionalismo reforzado por las revoluciones burguesas desde el último tercio del siglo XVIII y por el idealismo alemán de Schellin en ese mismo período, el que sentó una de las bases del nazifascismo.
El consumismo yanqui y su patriarcalismo funcional, la euforia imperialista, la obsesión anticomunista, el racismo, la tecnociencia del keynesianismo militar…, todo impulsaba al nuevo fascismo como reserva contrarrevolucionaria para las inevitables crisis que Lukács, como marxista que era, sabía que estallarían en un futuro. Pero ni la intelectualidad progre ni la izquierda disuelta en el supuesto «Estado del bienestar» le hicieron caso, tampoco se lo hicieron a los movimientos de liberación nacional antiimperialista que sufrían en su cotidianeidad los horrores de un fascismo real aplicado contra ellos por la hipócrita «democracia occidental». Fanon y los y las luchadoras antiimperialistas tenían razón: el fascismo que les destrozaba a pedazos lo aplicaría después el imperialismo contra sus propias clases obreras mejorado por las lecciones aprendidas en el mal llamado Tercer Mundo, y peor llamado aún «Sur Global».
En efecto, a mediados de la década de 1970, alguna izquierda europea recuperó los estudios críticos de la sex-pol sobre las relaciones entre «locura», sumisión, fascismo, indiferencia gregaria, etc. D. Sibony creó la afortunada expresión de la «figura del Amo» que al ser introyectada en la estructura psíquica alienada de las masas multiplica su indiferencia hacia la política y hacia el sufrimiento humano. Por entonces el PCI era aún un enorme partido electoralista de orden, que desconvocaba huelgas y exigía la represión dura del derecho inalienable a la rebelión armada contra la injusticia, autodisolviéndose en 1991. Una década después, en 2001, el neofascista Berlusconi, el tercer hombre más rico de Italia, propietario de la principal industria de la manipulación de masas, llegaba al poder. Para entender bien esta corta secuencia histórica de un cuarto de siglo, de mediados de los ’70 al 2000, debemos ver la temporalidad generacional de la lucha de clases, no sólo los cortos años cronológicos de la mecánica temporalidad parlamentarista.
Lo cierto es que, a la vez que en Italia el fascismo aceleraba su adaptación a los efectos del neoliberalismo en todos los países imperialistas. La crisis genético-estructural de 2007-08, que se venía incubando abiertamente desde 2001, exigía que se reforzara la indiferencia en un primer período, pero que desde 2011-15 debía transformar la indiferencia en fanatismo fascista e imperialista para fabricar en serie máquinas asesinas programadas para matar y morir allí donde hiciera falta. Con el agravamiento de la crisis desde 2017 en adelante y sobre todo desde 2020 hasta ahora, el fascismo genérico es impulsado por el imperialismo como reserva última para, mediante la guerra, salir de su crisis.
La Internacional Antifascista y la intelectualidad crítica han de desarrollar una alternativa práctica que demuestre que la revolución social es la única salida racional, necesaria, posible y deseable. M. Neocleous muestra que vivimos en una época de ansiedad, pero a la vez de capacidad de resistencia. La ansiedad es una de las bazas de la «figura del Amo» que domina nuestra mente y nos hace obedecer a cualquier forma de Amo, sea fascista, autoritario o «demócrata». Cuando la ansiedad, la angustia y el miedo nos dominan, buscamos protección irracional en el Amo, en el pastor del rebaño, sobre todo en el fascista. Pero la base de tamaña irracionalidad no es el pastor, sino el fetichismo de la mercancía, esa creencia irracional en que nuestra vida está regida por la «mano invisible del mercado», sin saber que ese mercado es sólo una de las expresiones de la dictadura del capital, de su Estado y de su ejército. La única forma de derrotar esta servidumbre y con ella al fascismo, es socializando las fuerzas productivas y desarrollando la propiedad comunista: «Comuna o nada».
EUSKAL HERRIA, 22 de septiembre de 2024