Luces y sombras sobre Kazán

 

Fabrizio Casari

La cumbre de los BRICS, celebrada en la ciudad rusa de Kazán, supuso un avance sustancial en la consolidación de los mecanismos operativos que permitirán el creciente abandono del dólar en las transacciones internacionales, reduciendo el dominio en la economía internacional y limitando así los efectos perversos de la política de sanciones utilizada por Occidente como herramienta abusiva en la competencia de mercados y en la influencia política global.

El centro del triunfo político en la cumbre está objetivamente en manos de Rusia. La presencia de 36 países, de los cuales 24 estaban representados por sus Jefes de Estado, enterró definitivamente los sueños de Washington y Bruselas que querían a Moscú aislada internacionalmente. La presencia del secretario general de las Naciones Unidas, Guterres, hizo entonces prácticamente evidente el interés mundial por el desarrollo del movimiento.

Al mismo tiempo, supuso una poderosa bofetada a las presiones procedentes de los distintos simposios occidentales, a los que asistían unas pocas decenas de países, por tanto, no representativos de la comunidad internacional en su conjunto, para que Rusia fuese ignorada. Ningún país se atrevió a criticar la presencia de Guterres, cuya presencia dio al presidente ruso la máxima cobertura diplomática y el reconocimiento de una influencia política muy importante.

Los logros de la presidencia rusa en todas las especificidades del proceso agregativo y el absoluto protagonismo político del presidente Putin, fueron ratificados en dos días de debates y decisiones de gran calado, resumidas en un documento que, aunque en algunos pasajes pueda resultar genérico, muestra cómo los BRICS se proponen avanzar hacia una idea de gobernanza global, mucho más allá de una dirección exclusivamente económica y financiera.

El final de la cumbre, sin embargo, trajo una desagradable sorpresa, con el veto del gobierno de Brasil, miembro fundador de los BRICS, a la entrada de Venezuela en el grupo de socios. A este veto se sumó otro, el de India contra Turquía, supuestamente puesto como consecuencia de las relaciones de Ankara con Pakistán (por cierto, un país que ya ha solicitado su ingreso en los BRICS).

Existe una incoherencia objetiva para un organismo que pide la inclusión, pero excluye por veto. En la decisión sobre Turquía podrían recogerse elementos de perplejidad por el papel preponderante de Ankara en la OTAN y la propensión de Erdogan a la despreocupación por la alianza, pero esto también parece un error.

Desde luego, esta actitud no es producto del saco ruso que, aunque ha tenido un duro enfrentamiento (incluso en parte militar) con Turquía en el asunto sirio, ha querido dar prioridad a la importancia de las buenas relaciones con Turquía, próximo centro petrolero de Europa y país estratégico desde el punto de vista geopolítico y militar.

Parece haber un doble enfoque por parte de Rusia y China, por un lado, y de India y Brasil, por otro. Parte de la razón puede residir en la diferente historia de sus respectivas políticas exteriores y, por otro lado, en una diferente conciencia de la urgencia de expandir los BRICS si se quieren transformar definitivamente en una verdadera plataforma alternativa, en todos los sentidos, al unipolarismo occidental.

Si se adoptase la línea de autorizar sólo a aquellos que no tienen y nunca han tenido disputas o alianzas en oposición a los cinco fundadores, entonces la capacidad de expansión del organismo se limitaría realmente a unos pocos países más y todo el proceso agregativo destinado a cambiar las relaciones internacionales de poder se resentiría. Por lo tanto, el mecanismo concebido al nacer tendría necesariamente que ser revisado y mejorado, en consonancia con el llamamiento de los BRICS a todo el Sur Global.

Lula, un triste epílogo

El veto que más oposición ha suscitado es, sin duda, el expresado por Brasil contra Venezuela. La decisión del gobierno brasileño parece equivocada y grave. Lo es, tanto en sus intenciones manifiestas de hostilidad política hacia Caracas y Managua como en las encubiertas, que ven a Brasil intentando imponerse como país líder del continente y único referente para los grandes actores de la política internacional, tanto occidentales como del Sur y el Este globales representados por los BRICS.

Es evidente que ya no queda ni rastro del Lula que asestó el golpe de gracia al ALCA, del mismo modo que contribuyó decisivamente al nacimiento del Foro de Sao Paulo y de la propia CELAC. El Lula de hoy parece mucho más preocupado por su próxima y ulterior candidatura a la presidencia de Brasil y, en consecuencia, por la necesidad de transigir con los intereses estadounidenses.

Lamentablemente, se reitera la hostilidad política de Lula hacia Venezuela y los demás países del ALBA-TCP, que ya se midió en varias ocasiones en los últimos 20 años, cuando Brasilia se opuso significativamente al fortalecimiento de la estructura financiera y militar latinoamericana ideada por Chávez. Existe una oposición sustancial al desarrollo del papel político de Venezuela en particular y del ALBA-TCP en general. Probablemente tenga que ver con una idea hegemónica del desarrollo del subcontinente basada en el eje BAC (Brasil, Argentina y Chile) como fundamento de la centralidad política y económica de América Latina.

Un eje, el del Cono Sur, que siempre ha contemplado la preeminencia de la relación con Estados Unidos y la UE, que, respecto a Venezuela, exigen una política de no reconocimiento de su estatus institucional, hacia el que empujan en la dirección de su aislamiento. Una demanda que, lamentablemente, encuentra oídos dispuestos en algunas capitales latinoamericanas que mucho se preocupan de obediencia hacia el Norte y poco de rebeldía para el Sur.

Venezuela, como todos los países del ALBA, tiene todo el derecho, así como toda la necesidad, de incorporarse a un organismo multilateral que puede ser un elemento decisivo para romper el cerco imperial a la democracia y el desarrollo en el país bolivariano, y el veto brasileño a la entrada de Caracas en los BRICS es un claro espaldarazo a las políticas estadounidenses.

Tristemente, el Brasil de Lula se suma a la secta de supuestos progresistas como Fernández, Boric, Arévalo y Lenin Moreno. En asociación con gobiernos latinoamericanos de derecha y falsa izquierda, pone en evidencia una perniciosa continuidad con lo hecho por el gobierno Bolsonaro y se suma ignominiosamente a la persecución política de los gobiernos revolucionarios del continente.

Además, desde el punto de vista de la ética política, marca una página vergonzosa hacia aquellos que, durante su encarcelamiento y después ante las impugnaciones del voto que lo llevaron de nuevo al Planalto, se pusieron sin vacilar de su lado a pesar de no tener pruebas que confirmaran la veracidad de las tesis en defensa de Lula, tanto en la causa judicial como en el voto.

Con este gesto se acaba cualquier posible cercanía con un presidente que, aunque su actual mandato contradice en palabras y opciones todas sus promesas electorales, había gozado hasta ahora de una tolerancia y comprensión. Tenían razón los que señalaban la incompatibilidad entre los anunciados ideales de liberación y emancipación latinoamericana y las políticas de sometimiento al imperio monroísta al que Brasilia se ha adscrito, evidentemente con más conveniencia que incomodidad.

La decisión de Lula en esta nueva calidad de procónsul del imperio confirma lo que ya hemos visto en los últimos años, es decir, la tendencia a pasar de ser un opositor a la injerencia norteamericana en América Latina a ser su fiel intérprete. Esto rompe todos los lazos de solidaridad con él y sitúa las batallas comunes en los archivos de la memoria. Ideales y batallas sacrificadas hoy en el altar de un designio hegemónico compartido con el Norte y de un ego personal fuera de tiempo y definitivamente digno de mejor causa.