Ucrania, el águila que se convirtió en pato

 

Fabrizio Casari

“¿La guerra en Ucrania? Podría acabar con ella en unos días”. Así lo aseguró Donald Trump durante la campaña electoral, y no cabe duda de que la guerra entre la OTAN (a través de Ucrania) y Rusia es, en cuanto a la concreción fáctica del compromiso, la primera prueba del nuevo presidente estadounidense. Según el Wall Street Journal, sus asesores están trabajando para que pueda cumplir su primera promesa electoral antes de su toma de posesión en la Casa Blanca, el 25 de enero. Cómo y si lo conseguirá, quedan interrogantes, ya que las palabras no bastan para convencer a Putin.

Keith Kellogg y Fred Fleitz, ayudantes de Trump durante su primer mandato en la Casa Blanca, especulan con la posibilidad de suspender los envíos de armas a Kiev hasta que se pueda convencer a Zelensky de que entable negociaciones serias. El filósofo y politólogo Francis Fukuyama, autor del gigantesco desatino sobre el fin de la historia después de 1991, pero considerado una voz autorizada de los conservadores, eleva la dosis: desde las columnas del Financial Times escribe que «la guerra contra Rusia ya estaba debilitada antes de la votación y que Trump puede obligar Kiev a aceptar las condiciones rusas deteniendo el suministro de armas como hicieron los republicanos en el Congreso durante siete meses el invierno pasado».

Por supuesto, esta forma debilitaría la posición negociadora ucraniana frente a Rusia, pero, al mismo tiempo, Washington no puede esperar mucho porque Moscú sigue avanzando en el campo de batalla y éste, por supuesto, será el punto de partida de cualquier negociación. Por tanto, para Ucrania, cuanto antes se siente a negociar, menos duro será el resultado final.

Según uno de los candidatos a secretario de Estado, Richard Grenell, hay que detener la guerra lo antes posible, obligando a Kiev a hacer concesiones en términos de territorio y aceptando la idea de una congelación de la línea del frente (Rusia ocupa aproximadamente una quinta parte de Ucrania). Se trata de una hipótesis política de sentido común, ya que el panorama para Kiev parece inexorablemente comprometido en todos los ámbitos del conflicto: militar, económico y político.

Y mientras en Washington suenan las campanas por la suerte de Zelensky y su banda de cleptómanos, en Bruselas tampoco cunde el optimismo. En la reunión de los 42 jefes de Estado y de Gobierno de la Comunidad Política Europea celebrada en Budapest hace unos días, el primer ministro húngaro Orban, presidente en ejercicio de la UE, dijo que para poner fin rápidamente a la guerra en Ucrania, es necesario un alto el fuego rápido y también hay que volver a discutir el préstamo de 50.000 millones decidido hace sólo unos meses en la cumbre del G7 en Italia, porque si Estados Unidos ya no está dispuesto a financiarlo, ¿quién lo pagará?

Lo cierto es que Vladimir Putin considera la victoria en Ucrania como un hito en dos frentes interrelacionados: el táctico y el estratégico. En el primero se aprecia que, además de haber derrotado a Ucrania y desnazificado su ejército, Moscú ha frenado por la fuerza la ampliación hacia el Este de la OTAN, que ha fracasado en su objetivo de cercar a Rusia, provocarla e infligirle una derrota militar, y luego, fomentando el posible desencadenamiento de una crisis política interna, empujar por su fragmentación que reduciría su papel como potencia regional.

Además de militarmente, el proyecto ha fracasado política y económicamente: la economía rusa se ha defendido ampliando su perímetro hacia el Este y el Sur y diversificando su cartera de importaciones y exportaciones, hasta el punto de que las previsiones de crecimiento económico del FMI para 2025 hablan de un +2,5-3%, mientras que Europa no llegará al 1,5%.

En el aspecto estratégico, consecuencia del resultado victorioso de la operación militar especial, se confirma que la tendencia al fin del viejo orden mundial unipolar nacido en 1991 es irreversible, así como el desarrollo imparable de un Nuevo Orden Internacional Multipolar, en el que Rusia es un actor principal junto a China y el conjunto del Sur Global y del Este. Si éste es el macro contexto en el que se inscribe la guerra, su final no puede evitar considerarlo como marco de referencia para cualquier tipo de acuerdo, entre otras cosas porque se apoya en una realidad sobre el terreno que no deja lugar a interpretaciones. La victoria militar no es menos clara que las económicas y diplomáticas.

Se trata, pues, de partir de la realidad y plantear hipótesis de fin de las hostilidades militares sobre la base de acuerdos políticos y de seguridad generales para la zona, desde los Balcanes a todo el Cáucaso. Moscú no confía en el establishment estadounidense y europeo y no dará ninguna señal de buena voluntad que disminuya siquiera aparentemente el sacrificio y el esfuerzo bélico de su operación en Ucrania. El hecho de que Trump -a diferencia de Biden- no tenga razones familiares e intereses privados que le impliquen en Ucrania y no esté sometido a la ansiedad imperial de la doctrina de la política exterior de los Dem estadounidense, no tranquiliza a los rusos. Que no olvidan cómo fue el propio Trump quien atiborró a Rusia de sanciones en su primer mandato, canceló el tratado sobre misiles balísticos de medio alcance, el acuerdo sobre la protección y seguridad de los vuelos y el acuerdo internacional 5+1 sobre Irán.

El Kremlin, precisamente porque está seguro del comienzo de una nueva era para los equilibrios planetarios y es consciente de la importancia del papel de Moscú, no subestima la fuerte presencia de tendencias rusófobas en el Estado profundo estadounidense y europeo, y mucho menos la intención explícita del plan Draghi de que la UE reconvierta su producción industrial a usos bélicos para poder atacar a Rusia en 2050. Por tanto, aunque dispuestos a poner fin a la guerra, los rusos no cederán en la mesa lo que han ganado sobre el terreno y no regalarán aperturas de crédito sin cautela en ausencia de un acuerdo general sobre seguridad que implique a todos los actores.

Por lo tanto, los supuestos sobre los que se está trabajando se miden en función de la actualidad y no de lo que podría haber sido aceptable hace años. El debate sobre los términos de los acuerdos de Minsk ha quedado superado por los acontecimientos, y hoy los rusos no sólo consideran innegociable la anexión de los territorios conquistados a la Federación Rusa, sino que consideran necesario que Kiev se comprometa a no ingresar en la OTAN aunque pueda disfrutar de ayuda militar estadounidense, y que la OTAN no siga ampliando su presencia hacia el Este.

Uno de los aspectos decisivos para alcanzar un acuerdo será la creación de una “zona tampón” desmilitarizada de 1.200 kilómetros cuadrados, en la que los países europeos garantizarán el estatus con la presencia mutua de los militares de Ucrania y Rusia sólo a efectos de control policial en los límites de la zona desmilitarizada. El compromiso también de no instalar laboratorios estadounidenses de guerra bacteriológica en la zona tampón y la no instalación de misiles balísticos en territorio ucraniano capaces de alcanzar Rusia serán otros elementos de una posible negociación.

Veremos en los próximos días cuáles pueden ser las precondiciones de una negociación que ya ha comenzado en los últimos meses, pero es poco probable que Moscú firme acuerdos de menor valor. Olvídense de las condiciones impuestas por Ucrania: Kiev tendrá que aceptar una importante reducción de su territorio y de su maquinaria bélica, y Moscú saldrá con un territorio ampliado y un plan general de seguridad que fue rechazado en su momento, máxime con el crecimiento del número de países adheridos al pacto atlántico en los últimos tres años.

Lo que hace falta es un compromiso formal y no verbal por parte de Kiev, así como de la OTAN. Que se tome nota del balance militar surgido de los conflictos de Siria y Ucrania, que han visto un papel ganador de Rusia, tanto allí donde ha tenido que apoyar a un ejército regular en dificultades y rodeado por una coalición internacional (Siria), como en Ucrania, con un teatro de gran escala terrestre donde una operación militar especial se ha convertido en una operación militar directa que ha derrotado sobre el terreno a 31 países beligerantes. Una realidad que no se puede ignorar.

La derrota ucraniana es a todos los efectos un indicio de una fuerte inversión en las correlaciones de fuerza internacionales. Representa una derrota política para la OTAN, tanto en su papel de agregador político como en su modelo militar basado en la estrategia de la guerra convencional. El poder bélico estadounidense, aunque todavía poderoso, sigue acumulando derrotas en cada guerra – Afganistán, Siria, Ucrania – y también en los escenarios locales como Yemen y Palestina, donde no puede doblegar a las formaciones militares irregulares. Su poder disuasorio parece menguar. Sufriendo el mismo destino que el del dólar.