Venezuela: Fascismo digital y la fábrica de imágenes

 

Dicen que una imagen vale más que mil palabras. De ser tan cierta esta expresión, ¿por qué los fabricantes de imágenes necesitan arroparse de tanta palabra? La foto de un policía venezolano apuntando con una pistola a una indefensa mujer junto a una niña de alrededor de 5 o 6 años, arrodilladas en una calle de la ciudad de Valera, en el Estado Trujillo, recorrió las redes sociales del planeta. Para ser interpretada, necesitó del siguiente texto: “Esta imagen debe darle la vuelta al mundo. Un sicario de Nicolás Maduro apunta con un arma de fuego a una madre venezolana y a su hijo pequeño arrodillados en el piso. ¡Nicolás Maduro eres un maldito tirano genocida!”.

Ocurre sin embargo que ese policía no lleva ningún arma en su brazo estirado. Lo vemos o lo imaginamos en una fotografía pixelada por una conjunción de factores. Uno, el imaginario que nos lleva a identificar la actuación policial con la represión. Dos, el contexto y el momento en que surge la imagen: las “protestas” coordinadas por la derecha tras las elecciones presidenciales de Venezuela en el marco de la acusación de fraude electoral. Y tres, cómo no, las palabras que acompañan a dicha imagen.

En el mundo real, la mujer con la niña no tiene enfrente a un policía amenazándola con su arma, pero tiene la misión de generar un escenario que lo parezca. Y lo que parece es que lo consigue. Al menos en el mundo de la postverdad, que hoy contiene más verdad que la realidad misma. Tanto que no importa, como en esta ocasión, que existan varios videos del suceso, donde vemos que el policía mueve sus brazos instando a la mujer y a la niña a levantarse y moverse por estar en medio de la vía.

Entre hacer un gesto a una mujer y una niña y apuntarlas con un arma habita un mundo llamado desinformación. Un mundo que no es nuevo. Lo novedoso son los modos que adopta bajo la lógica del capitalismo digital. La imagen de la mujer y la niña es tan solo la expresión localista y segmentada de una maquinaria global consistente en conformar una matriz de opinión afín a intereses muy concretos.

Dado que existe esa maquinaria global centralizada de la irrealidad, la fábrica local de imágenes -afín a esos intereses- tiene base sólida para la expansión. De lo contrario estaría destinada, como tantos otros mensajes, al consumo marginal. Bajo el actual imaginario colectivo del like, esta imagen es incuestionable y se reproduce y crece como la espuma en nuestras manos.

Requiere y reclama nuestra participación activa mediante esas armas repetidoras de mensajes que llamamos móviles o celulares. Y se multiplica masivamente en las redes sociales gracias a elementos menos tangibles llamados algoritmos, programados por manos nada masivas a través de sesgos que privilegian una u otra información, uno u otro contenido, de acuerdo a los intereses nada mayoritarios de las clases dominantes.

En estos momentos de crisis total capitalista, a la nueva posverdad digitalizada le crece en sus entrañas un viejo compañero de viaje: el fascismo. Nuevas formas de fascismo político y sociológico vienen a auxiliar a un sistema de explotación y dominación en decadencia. Las nuevas élites de la tecnología entran en ese conglomerado por la puerta grande, revolucionando con su complejo aparataje las formas de crear y transmitir la información.

Nos seducen y abruman con sus cantos de algoritmo y su furioso ritmo artificial. Pero no son ajenas a las formas clásicas de dominación, más bien las exprimen con nuevos métodos. Saben de la crisis porque de ella nacen. Saben de la guerra porque de ella nacen. Por ello también saben que deben recurrir a las viejas mañas del engaño, la confusión, el caos. Y por supuesto la violencia.

Es ahí donde asoma la cara la vieja filosofía fascista, insertada como agua en pez en los nuevos aparatajes cibernéticos de la comunicación y la información masiva. Tiene el neofascismo particularidades propias en los países dependientes del Sur. De la misma forma que el capitalismo expresa la desigualdad y el despojo de manera más ruda, brutal y explícita en el Sur, igual el fascismo -rostro rabioso del capital- se expresa en su forma más grotesca y canalla.

En el Norte y en el Sur, la factoría cibernética del fascismo requiere de sus operadores locales, de carne y hueso, que producen imágenes para alimentar su hambre virtual de vísceras y detritus informativo. En la nueva arquitectura del despojo, el Norte pone lo virtual y el Sur las vísceras. Así, las imágenes referenciadas en una aparente realidad, mutan en imágenes electrónicas que vuelan por la red.

Venezuela es escenario privilegiado de la infamia digital. El caso de la mujer arrodillada junto a la niña es uno de los muchos ejemplos. En otro de los videos que se masificaron o hicieron virales tras las elecciones, vemos a un hombre tumbado en el asfalto de una vía urbana, junto a una moto derribada. De su cabeza brota un reguero de sangre. Alrededor, varias personas y gritos de dolor.

“Este es el gobierno que ustedes quieren, malditos desgraciados, gueoná, mataron a este pana aquí. Este es el gobierno que quieren, represión”, grita una voz fuera de cámara mientras el video se acerca al sujeto y un hombre arrodillado a su lado hace gestos con sus brazos concluyendo que está muerto, sin dejar que nadie lo asista.

“¡Maldito Maduro, coño e tu madre!”, continúa la voz encargada de poner palabras a la imagen. Ese video voló por las redes como ejemplo visual del baño de sangre en Venezuela. Ocurre que minutos después alguien del entorno filmó al supuesto muerto montado de paquete en una moto retirándose del lugar.

La industria de la posverdad y el neofascismo se hermanan en el hábitat de la inteligencia artificial. La fábrica creadora de irrealidades necesita de la realidad real concreta. Sus ciber-tentáculos globales se extienden a personas de carne y hueso que producen imágenes a través de la palabra o el teatro dramático.

Nacen así dramaturgos con aspiraciones a influencers o soldados anónimos dispuestos a representar el papel de su vida. La intención ideológica y política late oculta tras bambalinas. La red cibernética de la irrealidad global requiere de una red paralela de operadores políticos nacionales, regionales y locales. La red de carne y hueso opera jerárquicamente, mientras la red virtual simula horizontalidad.

Captura las imágenes de sus soldaditos creadores, las filtra mediante algoritmos hambrientos de detritus y las despliega con eficacia inédita por el orbe digital. Despreocupados abrimos nuestros teléfonos, compañeros cotidianos que completan nuestro ser, y entonces ocurre. La fábrica de imágenes golpea el neocórtex, genera la duda o reafirma nuestras convicciones. Sin darnos cuenta, la realidad inventada captura nuestro bien más preciado. Nos captura.