Stephen Sefton
* No se detiene el montaje por los países occidentales de los intentos de golpe de Estado, como el fallido intento en Nicaragua en 2018; el exitoso golpe en Bolivia en 2019, y, en este año, el golpe exitoso contra el gobierno de Bangladesh, la constante desestabilización contra Georgia y ahora la destrucción de Siria.
Es imposible exagerar la hipocresía y sadismo de las clases gobernantes de los países norteamericanos y europeos. La terrible historia de la fundación y desarrollo de sus países es llena de episodios de genocidio y de los peores horrores anti-humanitarios.
El poder y riqueza de las élites europeas y norteamericanas se basan en el genocidio de los pueblos indígenas y en la esclavitud. Nuestro héroe de la Paz, el compañero Brian Willson, nos ha explicado cómo la gente del pueblo iroqués llamó al primer presidente norteamericano, George Washington “Destrozador de pueblos”, por su genocida campaña de destrucción en nombre de la democracia y la libertad de los pueblos blancos.
A lo largo de su historia, las élites norteamericanas han ido afinando la práctica genocida de los imperios europeos para imponer su dominio en Norteamérica y, después, alrededor del mundo. En el Siglo 19, los poderes europeos consolidaban su dominio en Asia y África mientras el expansionismo yanqui conquistó más de la mitad de México y seguía hacia el sur buscando control de la ruta interoceánica en el istmo centroamericano.
Inicialmente este intento fue derrotado en Nicaragua, pero volvió a imponerse después de la breve guerra norteamericano con España en 1898 para obtener Puerto Rico y controlar a Cuba en el Caribe, y tomar posesión de la isla de Guam y de las Filipinas en el Océano Pacífico. Al inicio del siglo pasado, con la invasión de Nicaragua el Tratado Bryan-Chamorro y la efectiva anexión de Panamá, las élites gobernantes yanquis aseguraron su control de la ruta interoceánica.
Reforzaron su dominio del Caribe con la ocupación de Haití en 1915 y de la República Dominicana un año después. La práctica del terrorismo contra la población civil por las fuerzas norteamericanas fue una parte integral de todas sus agresiones en América Latina y el Caribe, igual como fue un componente rutinario en las agresiones imperialistas europeas contra los pueblos de Asia y África.
Después de la Segunda Guerra Mundial, las oligarquías occidentales seguían atacando directa e indirectamente a los pueblos del mundo mayoritario. Pero, junto con los juicios por crímenes de guerra del Tribunal de Núremburg y del Tribunal de Tokio, la fundación de las Naciones Unidas en 1945, bajo el control de los países occidentales, ofreció una nueva coartada para justificar sus agresiones.
En vez de la carga del hombre blanco de tener que llevar su versión bárbara de la civilización y el Destino Manifiesto al mundo, las élites occidentales levantaron las falsas banderas de la democracia y los derechos humanos, los cuales supuestamente iban a defender.
Sin embargo, todavía en ese momento histórico, los grandes poderes europeos sostenían sus guerras coloniales contra las poblaciones del mundo mayoritario, por ejemplo, Holanda en lo que ahora es Indonesia; Bélgica en el Congo; Portugal en Angola, Mozambique y Guinea-Bissau; Reino Unido en Kenia y lo que ahora es Malasia; Francia en Vietnam y Argelia.
Los Estados Unidos norteamericanos y sus aliados, bajo el amparo de las Naciones Unidas, destruyeron a Corea, matando a millones de civiles. Luego, siempre invocando como pretexto la democracia y la libertad, repitieron esa masiva agresión contra Vietnam, Laos y Camboya. En todas estas agresiones, el terrorismo contra las poblaciones civiles era una parte integral de la política militar aplicada por los poderes occidentales.
En el caso de las naciones contra las cuales las élites occidentales no podían librar una guerra de agresión militar directa, mantenían campañas de agresión terrorista de manera encubierta. Hasta los años 1950s, contra la Unión Soviética, promovieron movimientos terroristas de simpatizantes nazis en Ucrania que asesinaron a decenas de miles de civiles.
Contra la República Popular China, los servicios de inteligencia estadounidenses organizaron grupos de guerrillas para desestabilizar el gobierno chino en lo que ahora es la región autónoma de Xijiang, antes Tibet. Esta campaña de desestabilización terminó con el acercamiento entre la República Popular China y el gobierno estadounidense de Richard Nixon en 1972.
A la par del uso directo del terrorismo para suprimir la oposición al dominio imperialista en el mundo mayoritario, los poderes occidentales alentaron entre sus gobiernos aliados políticas de terrorismo del Estado contra los movimientos populares de oposición. Entre los ejemplos numerosos de esta estrategia se incluyen la Palestina bajo la ocupación sionista, el régimen del Shah de Irán, el Congo de Mobutu Sese Seko, las Filipinas bajo Ferdinando Marcos, Indonesia bajo Suharto, y el régimen de apartheid en Sudáfrica.
Solamente en Indonesia, Estados Unidos apoyaba la masacre de parte del régimen militar de más de un millón de miembros del partido comunista de ese país. En Vietnam, la CIA inventó y ejecutó el Programa Fénix, en el que decenas de miles de opositores al gobierno títere fueron torturados y asesinados en el contexto de la guerra en que las fuerzas norteamericanas y sus aliados mataron a millones de civiles en tres países.
En América Latina y el Caribe, las élites yanquis fingieron defender la democracia y la libertad por medio del terrorismo de Estado de las dictaduras de Chile bajo Pinochet; Republica Dominicana bajo Trujillo; Haiti bajo Duvalier y Nicaragua bajo Somoza, además de las dictaduras en Argentina, Bolivia, Brasil, Paraguay y Uruguay.
En países como Colombia, El Salvador, Guatemala, Honduras y Perú, Estados Unidos y sus aliados apoyaron gobiernos fascistas que agredieron a sus propios pueblos con medios terroristas, desde abiertas masacres hasta prolongadas guerras sucias de asesinato y desaparición forzada.
En el caso de Cuba, las autoridades iniciaron una campaña de terrorismo desde el inicio del triunfo de la revolución. Los gobiernos norteamericanos organizaron agresiones terroristas contra Cuba desde antes de la invasión de Playa Girón en 1962. Después de aquella agresión fracasada, la CIA entrenaba y financiaba organizaciones terroristas como la Fundación Nacional Cubano Americana y la CORU con criminales como Jorge Mas Canosa y Luis Posada Carriles, para mencionar solo los terroristas más notorios.
El acto terrorista más impactante a nivel internacional fue al atentado de bomba que derribó el vuelo 455 de Cubana de Aviación sobre Barbados en 1976, asesinando a 73 personas. El terrorismo norteamericano contra Cuba ha sido constante y, aparte de los cientos de intentos de asesinato contra el comandante Fidel, incluye incidentes de guerra biológica, muchos atentados con bombas y cientos de asesinatos.
Durante la década de los 1980s, el gobierno del presidente Reagan y sus gobiernos aliados volvieron a organizar guerras terroristas a gran escala, por ejemplo, contra los gobiernos revolucionarios de Nicaragua, Angola y Mozambique y contra el gobierno socialista de Afganistán. En Asia Oeste apoyaron la agresión de Irak contra la República Islámica de Irán.
El objetivo en todas estas agresiones era revertir los avances de las respectivas revoluciones en estos países por medio de ataques a la población civil y la infraestructura social, como escuelas y centros de salud, para intentar impulsar el conflicto civil y, si fuera posible, el derrocamiento de sus gobiernos.
Después de la disolución de la Unión Soviética en 1991, los poderes occidentales buscaban cómo consolidar su poder e influencia en el mundo mayoritario, a la vez que extendieron su estructura político-militar en Europa. Nunca pararon de apoyar a organizaciones y acciones terroristas contra países como la República Popular de Irán y la República Popular China. Contra Irán, por ejemplo, apoyaron los ataques criminales de la organización terrorista MEK.
Después de 2001, organizaron el asesinato de científicos iraníes y ataques cibernéticos para debilitar los sistemas de computación estatales. En China, desde los años 1990s, han apoyado grupos terroristas aliados de Al Qaeda que han seguido cometiendo ataques contra civiles en la Región Autónoma de Xinjiang. Desde los años 1990s también, en el caso de la Federación Rusa, las fuerzas de inteligencia de los Estados Unidos norteamericanos y sus aliados han apoyado los grupos separatistas de Chechenia.
Durante la Segunda Guerra Chechena, los norteamericanos y sus aliados apoyaron a las fuerzas separatistas con el objetivo de debilitar a Rusia e impedir que el presidente Vladimir Putin y sus colegas avanzaran en restablecer el poder e influencia de la antigua Unión Soviética. Fallaron, pero no sin que las fuerzas separatistas chechenas cometieran atroces crímenes terroristas en Rusia, por ejemplo, la masacre en la escuela de Beslan en 2004.
Esta larga experiencia del uso deliberado del terrorismo alrededor del mundo como una herramienta de poder político, ha sido desarrollado todavía más por los países occidentales desde el inicio de este Siglo 21. En América Latina, el comandante Chávez ganó la presidencia en Venezuela, seguido por otras victorias electorales de fuerzas políticas progresistas en Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Haiti, Honduras y Uruguay y de nuestro Frente Sandinista de Liberación Nacional revolucionario en Nicaragua.
En África Oeste, de manera inesperada, el compañero progresista Laurent Gbagbo ganó la presidencia en Costa Marfil, un país clave para el poder neocolonial de Francia en la región. En 2006, Hezbollah derrotó a la invasión de Israel en el Líbano y en 2008, Rusia derrotó la agresión de Georgia contra Abjazia y Osetia Sur. Las élites occidentales reaccionaron a estos desafíos a su poder mundial usando mayor cooptación de fuerzas locales susceptibles al soborno y coacción, junto con más medidas coercitivas unilaterales de agresión económica.
Aumentaron su abuso de la preponderancia de personas afines al Occidente en cargos influyentes en el sistema de los derechos humanos de la ONU y otras instituciones similares, como la OPAQ y la AIEA, para poder lograr las decisiones y resultados que querían. En países donde prevalecían estructuras judiciales dominadas por la derecha, impulsaron el abuso del sistema judicial para hostigar y encarcelar a dirigentes progresistas.
Empezaron a explotar de manera todavía más sistemática el dominio informático global de las grandes plataformas digitales estadounidenses y los conglomerados mediáticos, como un componente íntegro de sus ofensivas de desinformación. Aprovecharon más todavía el control corporativo de las redes de ONGs y de la producción académica en las universidades para generar mayores insumos falsos para su guerra psicológica tanto a nivel nacional como a nivel internacional.
Y así actualizaron una caja de herramientas de mayor sofisticación para acompañar las campañas de agresión y terrorismo de siempre. Empezaron a ensayar esta nueva caja de herramientas en 2011, cuando iniciaron la guerra contra la Jamahiria Libia, contra la República Árabe Siria y contra el gobierno de la Costa Marfil. El gobierno de Costa Marfil fue derrocado después de una década de guerra de desgaste terrorista, facilitada por la misión de la ONU dirigida por las fuerzas armadas francesas.
Luego de elecciones amañadas, la misión de la ONU usurpó las funciones de la Corte Suprema del país para imponer el candidato occidental como presidente. En Libia, destruyeron la sociedad de tal manera, que volvieron a funcionar en el país los mercados de esclavos a la vez que se generó un gran tráfico de personas de la región huyendo hacia Europa.
La campaña para derrocar al gobierno legítimo en Siria tuvo un resultado similar con cientos de miles de refugiados saliendo del conflicto hacia Turquía y Europa. Luego, en 2014, vino el golpe de Estado en Ucrania y el inicio de la guerra terrorista del régimen de simpatizantes nazis contra su propia población rusoparlante en Donbass, apoyado plenamente por los países de la Unión Europea y el gobierno norteamericano.
Desde el sospechoso fallecimiento del comandante Chávez en 2013, la guerra de baja intensidad contra Venezuela intensificó a niveles sin precedentes fuera del bloqueo genocida contra Cuba. Ahora, se preparan mayores provocaciones militares contra Venezuela de parte del gobierno norteamericano aprovechando la vieja disputa territorial entre Venezuela y Guyana sobre el territorio del Esequibo.
No se detiene el montaje por los países occidentales de los intentos de golpe de Estado, como el fallido intento en Nicaragua en 2018, el exitoso golpe en Bolivia en 2019, y, en este año, el golpe exitoso contra el gobierno de Bangladesh, la constante desestabilización contra Georgia y ahora la destrucción de Siria.
Alrededor del mundo, los Estados Unidos norteamericanos y sus aliados impulsan mayor inestabilidad y conflicto porque no aceptan la realidad del declive de su poder internacional relativo a la República Popular China y la Federación Rusa. Desde Myanmar y Bangladesh a Siria y el Cáucaso y hasta Cuba y Venezuela, promueven conflictos, guerras y desestabilización para frenar el exitoso desarrollo humano autónomo e independiente de los pueblos del mundo mayoritario.
En Siria ahora han provocado una situación, similar a lo ocurrido en Libia desde 2011, que beneficia por encima de todo al régimen sionista en Israel y su efectivo aliado, Turquía, país miembro de la OTAN. La mayoría de los gobiernos occidentales apoyan de manera abierta el terrorismo sistemático con que Israel está llevando a cabo el genocidio del pueblo palestino. Es razonable pensar que la destrucción de Siria en marcha es parte de la respuesta del Occidente a su humillante derrota en Ucrania.
Definitivamente, constituye un paso más hacia una intensificación de la agresión del Occidente contra Irán y también busca poner en riesgo las iniciativas para el desarrollo de la región como parte de la Iniciativa de la Franja y Ruta de China. Es una latente amenaza también para Rusia y la India en relación al avance exitoso del Corredor de Transporte Internacional Norte-Sur. De todas maneras, el declive económico de los países occidentales relativo a la República Popular China, la Federación Rusa y los demás países del grupo BRICS+ seguirá tomando su curso implacable.
La respuesta lógica natural a esta realidad de parte de los países norteamericanos y europeos implica un aumento correspondiente en el despliegue de las herramientas del acostumbrado terrorismo occidental en todas sus modalidades. Al final, nadie en el mundo mayoritario toma en serio las burdas, falsas afirmaciones norteamericanas y europeas de ser defensores de los derechos humanos o de tener intenciones altamente humanitarias. Su barbarie y su duplicidad ahora son imposibles a esconder.