Raúl Antonio Capote | Granma
* Cercados económicamente, calumniados y agredidos de las más diversas formas, ser firmes ha sido la garantía para sobrevivir a la amenaza de la mayor potencia del mundo.
Desde inicios del siglo XIX y hasta la fecha, toda la política de los presidentes de EE. UU. ha sido diseñada para responder a un objetivo geoestratégico: dominar a Cuba como base necesaria para controlar al resto de América Latina y el Caribe.
Recordemos que, hace más de 200 años, el 23 de junio de 1783, el segundo mandatario de Estados Unidos, John Adams, en carta dirigida a Robert Livingston, representante por Nueva York al Congreso Continental, expresó su intención de apoderarse de la Mayor de las Antillas.
Al estallar en Cuba la guerra por la independencia de España, en 1868, Estados Unidos no reconoció la beligerancia de la Isla, ni en ese momento cumbre ni en ninguno de los 30 años que duró el empeño por liberarse del dominio colonial español.
Conocemos bien los cubanos en qué finalizó la ayuda «fraternal» del vecino del Norte: el archipiélago finalizó ocupado militarmente, y a su pueblo le fue arrebatada la victoria por la que había peleado durante tantos años.
Luego, la República nació mutilada por una enmienda, y fue sometida al yugo impuesto por las cañoneras, por leoninos tratados comerciales y asegurado por el entreguismo de políticos corruptos y militares sin decoro.
No fue hasta el 1ro. de enero de 1959 que la Revolución, encabezada por el comandante en jefe Fidel Castro Ruz, hizo realidad los sueños y aspiraciones de varias generaciones de cubanos.
El 17 de diciembre de 2014, luego de un diálogo entre las máximas autoridades de Cuba y de Estados Unidos, el General de Ejército Raúl Castro Ruz y el presidente Barack Obama, se anunció que las relaciones diplomáticas, interrumpidas en enero de 1961, serían restablecidas el 20 de julio de 2015.
Sin embargo, poco o nada varió la política de Washington hacia la Isla, hasta que el 16 de junio de 2017, en un discurso en Miami, el electo presidente Donald Trump decretó el retroceso de la política hacia Cuba. «Con efecto inmediato», su administración comenzó a aplicar una estrategia de máxima presión, a partir del recrudecimiento del bloqueo económico, comercial y financiero.
Con la llegada a la Casa Blanca de Joe Biden, el 20 de enero de 2021, no hubo un ápice de reversión en la política de la administración precedente hacia Cuba; al contrario, el mandatario demócrata implementó todas las medidas que legó del primer periodo Trump, y sumó mecanismos de asfixia económica.
Con el regreso de Donald Trump a la Oficina Oval, el anuncio de los personajes de quienes se rodeará, y sus pronunciamientos recientes dan por sentado que sus posturas serán las mismas, o peores.
En tanto, Cuba mantiene su disposición a un diálogo en el que se respeten las diferencias, con base en las leyes internacionales para la convivencia pacífica entre las naciones; sin admitir la más mínima exigencia que lacere su independencia y su soberanía.