Augusto Zamora Rodríguez
En los previos de la guerra del Peloponeso, discutían los espartanos sobre el conflicto en ciernes con Atenas, y, en un punto de la discusión, el rey Arquidamo hizo esta aseveración: “la guerra no es cosa de armas, las más de las veces, sino de dinero, gracias al cual las armas son eficaces”. En Atenas, Pericles les decía a los atenienses que “son las reservas de dinero las que sostienen las guerras”. En otro discurso, el ateniense recordaba lo mismo a sus compatriotas: “la mayoría de las veces las guerras se ganan con inteligencia y con abundancia de dinero”. Sin dinero no es posible ganar guerras (tampoco partidos de fútbol profesional ni premios de cocina, pero lo dejamos aquí).
Aquellos discursos fueron recogidos por Tucídides en su célebre Historia de la Guerra del Peloponeso, escrita hace ya más de 2.400 años, discursos que, pese al tránsito del tiempo, siguen manteniendo plena vigencia, sin importar que hayan pasado 24 siglos. Tal vez por aquello que también recoge Tucídides, de que las calamidades “suceden y sucederán siempre, mientras la naturaleza humana siga siendo la misma.”. Podríamos agregar que no sólo sigue varada en lo mismo, sino que, siendo caritativos, tampoco ha mejorado, pero también dejaremos el tema aquí, para no hacer guiso de los fatalismos.
Siendo tan antigua esta verdad, resulta sorprendente el cacareo del gallinero europeo -donde sobran plumas y faltan neuronas-, por las medidas económicas, comerciales y políticas que viene tomando el presidente Trump (Donaldo para los amigos), como si Trump estuviera destrozando, de forma inédita, una regla sagrada o, nuevo Alejandro (ningún parecido, aclaramos), hubiera cortado de un tajo el nudo gordiano del neoliberalismo, para salvar a su país de ese sistema asesino de pueblos. No ocurre ni lo uno ni lo otro. Donaldo -o su equipo, que es lo mismo-, está queriendo enderezar la balanza de ingresos y gastos gubernamentales, pues las cifras cada vez cuadran menos. Está diciendo, sin decirlo, que EEUU está en bancarrota (o casi) y que no puede seguir dilapidando recursos, pues los necesita para cubrir su creciente abismo presupuestario.
No hace falta recurrir a Sherlock Holmes para encontrar los números crudos de la crisis de EEUU, entre otras razones porque decenas de expertos estadounidenses llevan años advirtiendo que el país estaba metido en un agujero negro de gastos irracionales y que, cegado por los dogmas del neoliberalismo, se había desmantelado lo que un día fue la economía más productiva del planeta. La otrora ‘fábrica del mundo’ ya no lo era y, tal y como estaban las cosas, haría falta un milagro colosal para que volviera a serlo. Y los milagros escasean tanto que es más fácil hallar un T-Rex vivo que ver tal milagro (los australopitecos son otra cosa: basta pasearse por la Unión Europea para hallar miles).
En cuanto a la aritmética, empezaremos apoyándonos en el artículo More Than Decline (Más que decadencia), de Drew Holden, publicado el 24 de diciembre de 2024, en The American Conservative, una revista -obviamente- conservadora, pero con artículos asombrosamente críticos con la deriva política y económica de la casta dirigente de EEUU, de una claridad tal que no hallaremos nada similar en el gallinero europeo.
Holden afirma, desde un inicio, que “Estados Unidos ha perdido la capacidad de producir cosas, y esto crea tanto el riesgo como la realidad de la escasez y la vulnerabilidad. Pero lo que debería preocuparnos son las carencias que afectan a los estadounidenses comunes y corrientes, y los problemas que conlleva una economía que no les sirve”, en la que faltan “cosas como la energía verde o universidades asequibles”.
Oren Cass, en su artículo Free Trade’s Origin Myth (El mito del origen del libre comercio), publicado en Law & Liberty, en enero de 2024, da cuenta de los números:
“Las exportaciones e importaciones estadounidenses estaban más o menos equilibradas en 1992; en 2022 el déficit comercial superó los 900.000 millones de dólares por primera vez. Incluso en productos de tecnología avanzada, en el mismo período de 30 años Estados Unidos pasó de un superávit de 60.000 millones de dólares a un déficit de casi 250.000 millones. El crecimiento económico y la inversión empresarial se desaceleraron, y las décadas de 2000 y 2010 se convirtieron en la peor y la segunda peor década del período de posguerra. En la industria manufacturera, el crecimiento de la productividad se volvió negativo: las fábricas estadounidenses necesitaban más mano de obra en 2022 que en 2012 para alcanzar la misma producción. Las joyas de la corona de la industria estadounidense, innovadores revolucionarios como General Electric, Boeing e Intel, perdieron sus posiciones de liderazgo mundial. La relación comercial entre Estados Unidos y China se convirtió en la más desequilibrada de la historia mundial y costó millones de empleos estadounidenses.”
Drew Holden apunta a otra grave deformación de la economía de EEUU: “Al mismo tiempo, Estados Unidos perdió la distinción entre mercados productivos e improductivos, o el reconocimiento de que no toda la actividad económica es igual. Empezamos a equiparar la actividad improductiva, como la ingeniería financiera, con los usos productivos, como la fabricación de semiconductores”. Holden ejemplifica de otra forma este desastre: “Lo que una vez fue el centro del dominio industrial de Estados Unidos se convirtió en el Cinturón del Óxido, y ha mantenido ese apodo desde entonces”. Esta es una cuestión medular y es preciso tenerla en cuenta para comprender mejor la magnitud de la crisis estadounidense, que va más allá de unos pocos números.
Al día de hoy, las empresas con mayor valor de cotización en los mercados financieros son Apple, Microsoft, Alphabet, Amazon, Facebook, Berkshire Hathaway, Nvidia y etcétera, amén de las otras que se dedican a la especulación en sus múltiples formas. Berkshire Hathaway, propiedad de Warren Buffet, se dedica a la ingeniería financiera. Amazon y Facebook ya sabemos lo que son. Las demás son tecnológicas, que, es fama, representan lo máximo en su género, lo que dice todo y dice nada. Veamos.
Todos estos gigantescos conglomerados tecnológicos tienen un denominador común: no producen bienes tangibles. Nada que pueda compararse con una fábrica de productos de primera necesidad o un campo cultivado de cereales. Apple tiene como producto estrella los iPhone, así como iTunes, Apple Music y Apple Pay. Microsoft brilla con Microsoft Windows, suite Office, las consolas Xbox y las tabletas Surface. Nvidia llegó a desplazar a Microsoft en capitalización bursátil, pero la irrupción sorprendente de la compañía china DeepSeek en el campo de la inteligencia artificial (IA) le carcomió sus cimientos, al punto de hacerle perder, en horas, 600.000 millones de dólares. El ‘efecto DeepSeek’ tuvo rebote e hizo temblar a todas las tecnológicas de EEUU. Podríamos conjeturar que la empresa china es una especie de ángel de la anunciación, que anticipa el fin de la supremacía de EEUU en su más preciado tesoro: las tecnológicas. Si tal ocurriera (y ocurrirá), el tesoro terminará repartido y sin dueño.
Vistos desde la economía productiva, estos enormes conglomerados son globos inflados, esencialmente infructíferos, pero que absorben centenares de miles de millones de dólares que no son invertidos en áreas productivas. Es el ejemplo más descarnado del enfrentamiento que lleva años sucediendo, entre economías reales, sólidamente productivas -como las de China, Japón o Rusia-, y economías virtuales, improductivas, que es en lo que se ha convertido la economía de EEUU. Por decirlo de otra manera, la economía virtual de EEUU no puede enfrentar al eficaz complejo industrial y científico-técnico de la economía real china (o japonesa o rusa) blandiendo a Amazon o Facebook o llenándonos de iPhones. Es como lanzar triquitracas contra vehículos blindados.
Para aterrizar mejor en este tema, hay que ir al artículo del Dr. James Holmes China’s Shipbuilding Capability: A Threat to the U.S. Navy? (La capacidad de construcción naval de China: ¿una amenaza para la Armada de Estados Unidos?), publicado en julio de 2023, en la revista 1945 (que no es comunista, ojo). Holmes hace este comentario:
“China puede fabricar más de doscientas veces la capacidad de transporte marítimo de Estados Unidos, medida en tonelaje. Esto es, cuanto menos, revelador. Significa que China ha acumulado la capacidad para superar a Estados Unidos no sólo en buques de guerra, sino también en buques mercantes, y por un margen enorme. En el ámbito naval, extrapolando las tendencias actuales, la Armada del EPL contará con más de 400 buques a mediados de la década de 2030, mientras que la Armada de Estados Unidos se estanca en unos 300. Además, la enorme capacidad de construcción naval significa que a China le resultará mucho más fácil reparar los buques dañados en batalla que a Estados Unidos, que está luchando por mantener la flota que tiene, y le costará mucho menos regenerar el poder de combate en una guerra.”
No es, el naval, tema menor, sino todo lo contrario. EEUU ha dependido -y sigue dependiendo-, de su poder naval, sin el cual su proyección mundial e influencia se diluirían como azúcar en una taza de café, aunque fuera malo (el café). En su condición de Estado-isla, separado del mundo por los dos mayores océanos del planeta, EEUU ha requerido de su capacidad naval para hacer valer los dos pilares esenciales de una potencia: comercio y despliegue militar. Que China posea, hoy, 200 veces más capacidad de transporte marítimo que EEUU -que es igual a decir en capacidad de construcción naval-, significa que la proyección global del poder de EEUU tiene los días contados. Si a la capacidad de China le agregamos la de Rusia, la desventaja se hace colosal. Sólo en 2024, Rusia dio el alta a una treintena de buques y submarinos.
En 2015, el Congreso de EEUU destinó 3.700 millones de dólares para modernizar siete cruceros. Pocos años después, el proyecto fue cancelado por su escasa rentabilidad y la poca capacidad de los astilleros, decidiendo dar de baja cuatro buques. Para entonces, según la Oficina de Rendición de Cuentas del Gobierno (GAO), se habían gastado 1.840 millones de dólares. Entre 1983 y 1994, el gobierno estadounidense encargó 27 cruceros tipo Ticonderoga. En los hechos, únicamente nueve de esos cruceros se encuentran hoy en servicio. La situación es tan crítica, que, en los años 2000, en EEUU se consideró incluso la posibilidad de ampliar la vida útil de sus buques de guerra a 52 años. El Pentágono quiso justificar los fracasos aduciendo el envejecimiento de los astilleros, la interrupción de las cadenas de suministro y la falta de personal cualificado. Aquello fue como reconocer que, en EEUU, el sector naval está en crisis (y en esa crisis sigue).
No terminan ahí los males de la potencia estadounidense. Como señala Holden, “cualquier propuesta de nuevas inversiones apoyadas por el gobierno debe tener en cuenta la realidad de que Estados Unidos enfrenta una deuda de 35 billones de dólares. No se trata de un problema lejano para nuestros hijos y nietos: gastamos más por año en intereses para mantener esa deuda que en defensa nacional”. Un hecho para meditar.
Según datos de 2023 de la Reserva Federal, EEUU debía pagar 1.026 billones de dólares en intereses. Para hacernos una idea mejor, EEUU paga en intereses de la deuda cuatro veces el PIB de Portugal y dos veces y media el de Austria. En 2021, el pago de la deuda era de 500.000 millones de dólares. En 2022 subió a 635.000 millones. En 2023, la cifra era de 873.000 millones. En 2024 debieron pagarse 7,6 billones de dólares en bonos. El pago de la deuda ha pasado a ser el segundo mayor gasto del presupuesto federal, solo superado por lo destinado a la Seguridad Social (1,4 billones, el 21% del presupuesto) y por encima del gasto militar que, ya sabemos, es el mayor del mundo.
En resumen, que Donaldo y su equipo no son un grupo de dementes adoptando medidas sin ton ni son, sino los representantes de la corriente de pensamiento que, desde hace más de una década, viene abogando por contener el gasto, racionalizar las finanzas públicas y poner fin al pozo insondable de guerras y aventuras exteriores, como único camino para evitar la bancarrota de EEUU. Donaldo, simplemente, está haciendo caja y cobrando a los beneficiarios los fondos públicos recibidos de gobiernos anteriores (incluyendo su primer mandato). Cada día está más claro, para quien lo quiera ver, que la maquinita de hacer dólares -empleada para financiar el derroche y desbarajuste de las finanzas estadounidenses-, está agotada y la única forma de mantener el derroche es endeudarse hasta el infinito, pero, en economía, el infinito no existe. La bancarrota sí. Y China, en el horizonte, espera. No lo olviden. EEUU hace caja para dedicarla a China. Por eso, ahora, ha dicho Donaldo, se acabaron los regalos. ¿Quieres algo? Paga. Punto. ¿Quiere Europa más guerra en Ucrania? Cubran los gastos. Esto es el “America First”.
En cuanto al gallinero europeo, es nada lo que puede hacer en las negociaciones en ciernes sobre Ucrania entre EEUU y Rusia. El papel de las gallinas es servir al gallo y poner huevos (y alguna otra cosa más, que por pudor omitimos), para, luego, cacarear.
Ya que empezamos con Tucídides, terminemos con otros episodios de su magna obra, como la siguiente aseveración del sabio Pericles: “Para quienes tienen posibilidad de elección y gozan, además, de prosperidad, es una gran insensatez entrar en guerra”. También esta otra, acontecida en el primer año de la guerra. Al dirigir Pericles la ceremonia por los soldados caídos, afirmó: “No es posible que tomen decisiones equitativas y justas quienes no exponen a sus hijos a que corran peligro como los demás”. Bueno tenerlo en cuenta, ahora que algunos líderes del gallinero quieren mandar soldaditos a Ucrania, ninguno de los cuales será hijito de esos lidercitos.
Donaldo, en fin, ha acabado con el delirio europeo, de un EEUU siempre presto a acudir a su rescate. Con hechos y palabras les viene diciendo que el desembarco de Normandía es historia pasada. Que ya no habrá otro. No tardarán en pasar a ser historia la Unión Europea y la OTAN. Entes fantasmales, pesadillas. A enterrar para siempre. Con estacas y clavos. Y si acaso salen, que sea para ir a picar hielo a Siberia. Eternamente.