
Dave Philipps* | The New York Times
* Los soldados que participan en misiones que consideran equivocadas o injustificadas pueden sufrir un profundo daño psicológico, según investigaciones.
Los ataques con misiles del gobierno de Donald Trump contra embarcaciones que, afirma, transportan drogas, han suscitado críticas afiladas de expertos jurídicos y de algunos miembros del Congreso de Estados Unidos, quienes afirman que el asesinato de civiles desarmados en aguas internacionales es ilegal y equivale a poco más que una ejecución sumaria.
El Congreso ha convocado audiencias clasificadas, y grupos jurídicos han interpuesto demandas para obligar al gobierno a publicar los memorandos secretos que autorizaron los ataques.
Pero en medio del debate entre funcionarios de alto rango, se ha prestado poca atención pública a cómo afectan los ataques a las personas de rango bajo que tienen que llevarlos a cabo. Décadas de investigaciones han demostrado que los efectos emocionales de este tipo de asesinatos pueden ser devastadores para esas personas.
Participar en un asesinato —incluso uno visto a distancia en una pantalla de video— puede dejar profundas heridas psicológicas y provocar dificultades por mucho tiempo. Si la persona percibe el asesinato como moralmente incorrecto o injustificado, el efecto puede ser aún mayor. El Departamento de Asuntos de los Veteranos ve ese problema con tanta frecuencia que tiene un nombre: “daño moral”.
Deriva de sentimientos de culpa o vergüenza intensos que pueden provocar una serie de problemas psicológicos, incluido un mayor riesgo de suicidio. Se amplifica cuando la persona se siente traicionada por una institución o un dirigente en los que creía.
En los ataques a embarcaciones, cientos de militares podrían resultar afectados.
Cuando el gobierno de Trump ordena un ataque con misiles contra una embarcación que navega a toda velocidad el mar Caribe, ejecutar la orden no es tan sencillo como hacer que un almirante pulse un botón rojo.
Hay equipos de inteligencia que utilizan drones de vigilancia y satélites para rastrear el tráfico de embarcaciones. Especialistas que interceptan las comunicaciones por radio y telefonía móvil, y lingüistas que las traducen. Analistas que examinan los datos de inteligencia en busca de posibles objetivos, y responsables de seleccionar los objetivos que ordenan un ataque contra una embarcación específica.
Si el ataque lo lleva a cabo un dron armado, hay operadores de sensores que apuntan con el láser del dron, y un piloto de dron que es quien al final lanza el misil. Las imágenes de video de alta definición se transmiten a grandes pantallas en los centros de operaciones, donde los equipos de mando y su personal observan cada movimiento.
Todos esos soldados, según los expertos, corren el riesgo de sufrir daños psicológicos por participar en muertes que pueden considerar legalmente dudosas o moralmente atroces.
“Matar a alguien es la decisión moral más importante y trascendental que puede tomar una persona”, dijo Peter Kilner, quien fue oficial de infantería del ejército durante 15 años y luego enseñó ética en West Point. “Incluso en las mejores circunstancias, puede ser una carga pesada, y esta dista mucho de las mejores circunstancias”.
Kilner, quien ha estudiado los daños morales durante más de dos décadas, dijo que las personas que participan en los ataques a embarcaciones podrían correr un mayor riesgo de sufrir daños morales porque los ataques por control remoto contra personas desarmadas parecían no cumplir lo que el ejército considera desde hace tiempo moral, ético y legal.
Ningún integrante del ejército ha manifestado públicamente sus inquietudes, y no hay evidencias de que hayan acudido en privado a miembros del Congreso o a otras autoridades.
Pero Kilner dijo que los soldados suelen expresar pocas dudas en el calor del momento. “Puede consolidarse mucho más tarde, después de que todos los demás hayan pasado página”, añadió. “Existe un profundo sentimiento de estar manchado, de ser indigno. La gente realmente puede pasar por muchas dificultades”. El secretario de Defensa estadounidense, Pete Hegseth, antiguo jefe de pelotón de infantería, pareció reconocer el riesgo de pedir a los soldados que actuaran más allá de los límites éticos y legales en 2016, cuando Trump pedía el uso de la tortura y el asesinato de familiares de terroristas durante su campaña electoral.
“Dice: Adelante, mata a las familias”, dijo Hegseth en Fox News en 2016. “Adelante, tortura. Adelante, ve más allá del ahogamiento simulado. ¿Qué ocurre cuando la gente sigue esas órdenes, o no las sigue?”.
No ha salido a la luz ninguna prueba de recelos generalizados entre los soldados que llevan a cabo los ataques a las embarcaciones, ni se sabe que alguno de ellos haya rechazado las órdenes. Dado que las operaciones son clasificadas, sería ilegal que los soldados hablaran públicamente sobre ellas.
Los soldados que realizan este trabajo están entrenados para ejecutar órdenes con rapidez sin apenas discutirlas. Estas proceden del “cliente”, jerga militar que designa a la autoridad de mando que solicita la misión. Al menos en algunos de los ataques a embarcaciones, el cliente ha sido el Sexto Equipo SEAL, que está bajo las órdenes del almirante Frank Bradley, jefe del Mando de Operaciones Especiales, y de Hegseth.
El personal militar tiene poco o ningún poder de decisión sobre las misiones que se le asignan o las órdenes que recibe. A diferencia de los civiles, no pueden solo renunciar a su trabajo. Y en casi todas las circunstancias, rechazar una orden es un delito que puede acarrear penas de prisión.
El personal militar puede —y, de hecho, está obligado— a rechazar órdenes ilegales. Pero hacerlo probablemente daría lugar a un castigo rápido, mientras que determinar la legalidad real de la orden podría prolongarse en los tribunales durante meses o años, según Brenner Fissell, profesor de derecho de la Universidad de Villanova.
Cuando se da una orden jurídicamente dudosa, dijo, “el individuo se encuentra en un aprieto difícil: si se niega, es probable que se le acuse inmediatamente de un delito, quizá se le encarcele. En algún momento, tal vez, un juez se dé cuenta de que tenía razón, pero para ese momento ya habrá perdido su trabajo y se habrá convertido en un paria.
“Existe un gran incentivo para simplemente obedecer, incluso si estás profundamente en desacuerdo con lo que está ocurriendo”.
Frissell ayuda a dirigir The Orders Project, una organización que pone en contacto a soldados con abogados independientes que pueden asesorarlos. Estos grupos afirman que un pequeño número de soldados se ha puesto en contacto con ellos para expresarles sus preocupaciones, pero ninguno ha querido hacerlo públicamente.
Los videoclips breves de ataques con misiles que Hegseth ha publicado en las redes sociales pueden hacer que las operaciones parezcan un videojuego. El personal militar ve algo mucho más real.
Los equipos que gestionan los ataques aéreos a menudo observan los objetivos potenciales durante días antes. Pueden ver a la tripulación de un barco cargando droga, pero también pueden verlos abrazar a sus hijos antes de zarpar. Después de un ataque, analistas entrenados ven las secuelas —a menudo a color y en alta definición— para determinar cuántas personas resultaron heridas, cuántas murieron y cuántas eran civiles. Eso puede significar ver morir lentamente a la gente.
En el primer ataque a una embarcación, dos sobrevivientes heridos se aferraron a los restos durante casi una hora y pidieron ayuda antes de que se ordenara un segundo misil, que los mató.
Como el daño moral depende del sentido individual que cada persona tenga del bien y del mal, una misma experiencia puede afectar a las personas de distintas maneras.
“No sabes cómo te va a afectar hasta que has estado realmente en ese lugar y has hecho el trabajo”, dijo Bennet Miller, exanalista de inteligencia de las Fuerzas Aéreas, quien trabajó en ataques con drones en Siria e Irak durante el primer gobierno de Trump.
En ese momento, Trump había cambiado las normas que rigen los ataques aéreos para suavizar la supervisión. Grandes equipos trabajaban para un grupo operativo ultrasecreto, al que se permitía atacar objetivos con más frecuencia que antes, con base en menos información de inteligencia. El grupo operativo ordenó repetidamente ataques que alcanzaron hogares y establecimientos, personas en la calle y multitudes de civiles en busca de seguridad.
No hubo protestas públicas en ese entonces por parte de los soldados que trabajaban en las misiones, pero en privado, la gente empezó a derrumbarse. Algunos lloraban. Algunos recurrieron a las drogas. Muchos abandonaron sus carreras tan pronto como terminaron sus misiones.
En los últimos años, la Fuerza Aérea ha asignado psicólogos y capellanes a muchas unidades de aviones no tripulados, en reconocimiento de los problemas persistentes. El Comando Sur, que supervisa los ataques a las embarcaciones, no respondió inmediatamente a las preguntas sobre cómo pensaba abordar el riesgo de daños morales.
Bennet dijo que su trabajo empezó a atormentarlo después de que su equipo siguiera a un hombre afgano que, según el cliente, era un importante financiero talibán. Lo vieron cenar con su familia y jugar con sus hijos. Entonces, una mañana, cuando salía de su casa, el cliente dio la orden de matarlo.
Una semana después, el mismo nombre volvió a aparecer en la lista de ataques, y Bennet se dio cuenta de que su equipo había recibido la orden de matar a la persona equivocada. Errores similares ocurrieron dos veces más con otros objetivos, dijo.
“Ya no podíamos confiar en que los servicios de inteligencia fueran buenos”, dijo.
Bennett dijo que se había sentido atrapado, incapaz de rechazar un trabajo que creía que estaba mal. Finalmente, comenzó a tener tendencias suicidas y fue hospitalizado en 2019, y la Fuerza Aérea lo jubiló por motivos médicos.
Dijo en una entrevista que últimamente piensa en las muchas personas que tienen que llevar a cabo los ataques a los barcos, y los acompaña en el sentimiento.
“Solo espero que los estén cuidando”, dijo. “Y si plantean dudas sobre la misión, espero que alguien pueda sacarlos de la línea para pedir ayuda, en lugar de castigarlos”.
* Dave Philipps escribe sobre la guerra, el ejército, los veteranos y cubre el Pentágono.