El Pontífice interpeló al poder político de México a que pida igualmente disculpas a los pueblos originarios por “excluirlos, menospreciarlos y expulsarlos de sus tierras”. Alabó la relación “armónica” de esos pueblos con la naturaleza.
Todos los lugares del mundo están llenos de historia, pero pocos son La Historia. Chiapas es La Historia y es nuestra Historia, una de las más ricas y creativas del último cuarto de siglo. El papa Francisco abrió un espacio nuevo en esa Historia retomando lo que ya latía en Chiapas desde hace décadas, es decir, la exclusión de los indígenas. En un gesto sin precedentes, el Papa, en el corazón de las selvas de Chiapas, alegó contra “el dolor, el maltrato y la inequidad” de que son víctimas las 11 millones de personas pertenecientes a los pueblos indígenas de México. El pontífice también pidió perdón a los indígenas por los tratos recibidos e interpeló al poder político de México a que pidan igualmente disculpas por lo que hicieron con los indígenas, es decir, “excluirlos, menospreciarlos y expulsarlos de sus tierras”. Francisco completó la reivindicación global de la causa indígena cuando se inclinó ante la tumba de Monseñor Ruiz, el obispo que durante más de 40 años presidió los destinos de la Iglesia de Chiapas y fue una figura eminente de la llamada Teología India. El alegato papal fue demoledor y siguió en una línea de narrativas históricas la retórica acuñada por los indígenas chiapanecos y su movimiento más visible, el zapatismo.
La misa que Francisco ofreció en español y en varias lenguas indígenas fue todo un programa político que abrazó los pisoteados derechos indígenas. El Papa anheló “una tierra prometida donde la opresión, el maltrato y la degradación no sean la moneda corriente”. Luego, el eje central de su discurso se centró en un fulgurante reconocimiento de los derechos y los padecimientos indígenas. No existe, en la historia, una palabra oficial tan fuerte. Francisco dijo “Muchas veces, de modo sistemático y estructural, los pueblos indígenas han sido incomprendidos y excluidos de la sociedad. Algunos han considerado inferiores sus valores, su cultura y sus tradiciones. Otros, mareados por el poder, el dinero y las leyes del mercado, los han despojado de sus tierras o han realizado acciones que las contaminaban. ¡Qué tristeza! Qué bien nos haría a todos hacer un examen de conciencia y aprender a decir: ¡perdón! El mundo de hoy, despojado por la cultura del descarte, los necesita”. El Papa alabó como un ejemplo la relación “armónica” de los pueblos indígenas con la naturaleza y volvió a recomendar a los poderes políticos que imitaran esa “sabiduría”. Luego de las palabras del Papa, el actual obispo de San Cristóbal de las Casas, Felipe Arizmendi, leyó un texto elaborado por las comunidades indígenas en el que estas dicen: “Aunque muchas personas nos desprecian, tú has querido visitarnos y nos has tomado en cuenta. Llévanos en tu corazón con nuestra cultura, con las injusticias que sufrimos, con el dolor de nuestros enfermos. Gracias por haber aprobado el uso en la liturgia de nuestros idiomas. Queremos hablarle a Dios en nuestra lengua”.
“Dios en nuestra lengua”, así se expresaba hace varias décadas el fallecido obispo de San Cristóbal de las Casas, monseñor Ruiz, a quien el Papa ofreció un homenaje de alcance universal cuando se recogió ante su tumba. En esa historia convergen varios episodios que implican al mejor intérprete de la teología india y uno de los hombres más comprometidos y progresistas de la Iglesia, el obispo Monseñor Ruiz, y a los mismos indígenas zapatistas que hace 22 años se levantaron en armas contra la segregación y la dominación colonial respaldados por el mismo obispo, a quien los indígenas apodaban “Tatic”, papá en tzoztil. El Papa fue hasta la tumba de monseñor Ruiz en un gesto que abarca un doble significado: por un lado, el homenaje a la rama progresista del clero mexicano y su compromiso con los pueblos: por el otro, a esa teología india que es, a su vez, un capítulo de la tan combatida Teología de la Liberación. El Vaticano veía en esa teología una emanación diabólica del marxismo y la persiguió y aisló durante décadas. Ahora, aquella idea de la izquierda católica latinoamericana se ve reivindicada en su identidad más original a través del homenaje papal a monseñor Ruiz. El obispo definía esa teología india como algo que “nace al interior de un contexto de opresión. No fue sólo una conquista violenta de esta tierra por parte de España: también la religión, como la supremacía política, viene impuesta”. La historia personal de “Tatic” describe la trayectoria de un descubrimiento y de la adaptación a un hombre al medio en el que le tocó vivir. Lejos de ser un teólogo progresista, cuando llegó a Chiapas en 1962 Samuel Ruiz tenía poco más de 30 años y profesaba un conservadurismo que se tradujo inmediatamente en la denuncia contra el comunismo. Pero el medio ambiente lo transformó en un militante de la causa indígena. Como lo recuerda en las páginas del semanario Proceso, uno de los colaboradores más cercanos de monseñor Ruiz, Heriberto Cruz Vera, párroco del Santuario de Tila, “primero tuvo que darse la conversión de Don Samuel, que dejó de pensar que venía a enseñar a los indígenas a usar zapatos y a hablar español, para dar el paso siguiente: dejar que estos fueran sujetos de su historia y reconocerles su dignidad como hijos de Dios y como ciudadanos”. Hombre de carácter fuerte, de convicciones adquiridas irrenunciables y de una capacidad innata para aprender idiomas, Ruiz se transformó él mismo y su propia Iglesia. Se hizo un portavoz de los derechos de las comunidades entre las cuales vivía y aprendió sus idiomas: el tzotzil, el tzeltal, el chol y el tojolabal, en los cuales predicaba. A finales de los años 70 hizo pública su adhesión a la “opción por los pobres”. Hoy, la expresión es una política de Estado del mismo Vaticano, pero en aquellos años era poco más que un pecado. El padre Heriberto Cruz Vera recuerda que estaba prohibido decir “la Iglesia de los pobres” así como “la Iglesia que nace del pueblo”. Pero fue la Iglesia que “Tatic” encarnó con sus formas de militar y de vivir, montado a caballo entre lodazales y montañas, con sus andar por San Cristóbal de las Casas con los zapatos embarrados o vestido con los atuendos que le ofrecían los indígenas. Los símbolos iban, además, con la realidad de sus decisiones. Ruiz levantó un muro de indignación en el Vaticano cuando decidió ordenar a diáconos indígenas casados (340). La Santa Sede pugnó para dejar sin efecto la medida y hubo que esperar hasta que llegara el papa Francisco para que se levantará la prohibición de ordenar de diáconos indígenas casados. Muchos antes de que el Trono de Pedro sea ocupado por un papa latinoamericano, Samuel Ruiz ya profesaba la línea de Francisco: “Caminar con ellos”.
Durante más de 40 años monseñor Ruiz caminó con los indígenas con su teología india bajo el brazo y una espada de Damocles sobre su cabeza. El Vaticano y la Arquidiócesis de México hicieron de él casi un hereje. En 1999, poco después de la visita que Juan Pablo II efectuó en México, la Arquidiócesis mexicana publicó un documento en el cual consideraba que “la teología india, además de no ser ortodoxa, puede deparar muchos males a los indígenas. La condena papal intenta defender a los indígenas de estos males; es una expresión del amor y solicitud del Papa a los indígenas”.
Los tiempos transcurridos sirven para narrar la historia y medir, entre las superficies lentas del pasado y la velocidad del presente, las evoluciones y los retrocesos. Ayer, en Chiapas, el papa Francisco admitió los abusos y las acciones eclesiásticas que los denunciaron en una región donde más de un millón y medio de personas, todas indígenas, viven en condiciones de pobreza absoluta. Nada de ello conmovía a Juan Pablo II y su jerarquía. La Santa Sede probó cuanto pudo para apartar a Ruiz de su cargo, sin éxito. Cuando estalló la revuelta del Ejército Zapatista de Liberación, EZLN, el 31 de diciembre de 1993, Monseñor Ruiz fue acusado por los cancerberos de la Santa Sede de haber fomentado y participado en aquella gesta. El Obispo de la Teología indígena siempre apoyó los reclamos zapatistas, salud, alimentación, tierra y justicia, aunque no su metodología armada. Tras el levantamiento liderado por el subcomandante Marcos, el religioso actuó como un mediador decisivo en los acuerdos de paz. Fue nombrado presidente de la Comisión Nacional de Intermediación (Conai). Su intervención dio lugar a los primeros acuerdos de paz entre los Zapatistas y el gobierno (1996), pero los incumplimientos de los mismos y las acusaciones de “imparcialidad” contra Monseñor pusieron término a su mediación.
En su escala más íntima con los pueblos originarios de México y contra las causas que aún los marginan, el Papa, al menos con el poder de la retórica, borró muchas décadas de desprecio por parte de los mismos poderes religiosos. A la historia no la transforma únicamente las palabras. Al menos estas sirvan, tal vez, para arraigar en la tierra los cimientos de une nueva historia que otros contarán más tarde. Quizá con menos muertes, menos hambre, menos colonialismo y menos segregación.