Por Washington Uranga
El papa Francisco finalizó su periplo mexicano, gira que en realidad había comenzado en Cuba con el encuentro histórico que tuvo allí con el patriarca Kiril, de la Iglesia Ortodoxa Rusa. Y mientras los focos se centraban en las afirmaciones de Bergoglio en el convulsionado México, reiterando su discurso sobre la pobreza, la corrupción y la necesidad de cambios en la propia Iglesia Católica, la diplomacia vaticana dirigida por Francisco daba simultáneamente un nuevo paso en el sentido de la “diplomacia de la misericordia” invitando al Vaticano al Gran Imán Ahmad al-Taybib, rector de la universidad egipcia de Al-Azhar, la institución académica y religiosa de mayor autoridad del Islam sunita.
Para la mayoría de los observadores vaticanos está cada día más clara la condición de estratega de Francisco. En México, país con uno de los episcopados más conservadores del mundo, habló con dureza sobre la necesidad de transformar la misión de la jerarquía y le dijo a los obispos que deben ser “servidores” y no “funcionarios”. En territorio mexicano no eludió tampoco los temas más escabrosos como corrupción, narcotráfico y la realidad de los jóvenes carentes de posibilidades que se dejan seducir por el dinero que les prometen para convertirse en sicarios. El Papa habla, denuncia, propone siguiendo un discurso en el que reitera las mismas convicciones y reivindica temas similares, adaptándolo a cada realidad. Para hacerlo usa lenguaje coloquial cuando se dirige a la masa y teológico o doctrinal para hablar a los propios. En México no fue distinto.
Reiteró su opción por los pobres y por los excluidos de cualquier tipo. Reivindicó a los pueblos originarios y les volvió a pedir perdón como lo había hecho en julio pasado en Bolivia y antes en forma privada cuando se reunió con Milagro Sala en el Vaticano. Criticó la corrupción y el uso del poder para propio beneficio. Pidió que los políticos mexicanos generen condiciones de vida para que los ciudadanos de ese país puedan habitar dignamente y no tengan que huir hacia Estados Unidos buscando mejores condiciones de vida.
De alguna manera Francisco, que fue novedad por su discurso al comienzo del pontificado porque estableció diferencia con sus predecesores, ha comenzado a ser predecible por lo menos para quienes siguen de cerca su trayectoria. La pregunta que sigue entonces es, ¿sirve lo que hace y dice el Papa? ¿Tiene real incidencia? ¿O se trata de una prédica de buena voluntad que ayuda a generar titulares de medios noticiosos y entusiasma a sectores progresistas de la sociedad, católicos o no, pero que no aporta realmente a generar cambios?
A lo anterior habría que agregar otro interrogante: ¿cuál es el papel que le corresponde jugar a la Iglesia Católica, como institución religiosa en ese escenario? Siempre y cuando se considere que le corresponde jugar alguno.
Está claro que Francisco resulta un Papa por lo menos molesto para determinados sectores de poder que siempre se sintieron protegidos por la institucionalidad católica, a la que consideraron aliada. También es molesto para facciones internas de la propia Iglesia a las cuales no les gusta escuchar cuestionamientos como los que Francisco hizo a los obispos mexicanos al pedirles que dejen de lado “habladurías e intrigas, vanos proyectos de carrera, vacíos planes de hegemonía, infecundos clubes de intereses o de consorterías”. Basta observar también lo que pasa en Argentina con algunos y algunas que exhibían antes sus rosarios y ante el gesto producido por Francisco regalando a Milagro Sala un rosario bendecido, opinan ahora que se trata de un exceso, afirman que no volverán al Vaticano o se sienten fuera de la Iglesia.
Otra característica de la estrategia de Francisco se basa en la construcción conjunta en la diversidad. En esto también resulta predecible. Su postura no es proselistista, no intenta convencer con sus verdades o las de la Iglesia Católica. Las sostiene y las predica, no las resigna, pero como se lo dijo en Cuba a Cirilo, no compite con otros. Utiliza el mismo criterio cuando se dirige a los pueblos originarios y les pide perdón por los atropellos que la Iglesia cometió contra ellos. No es diferente su actitud cuando habla de los gays, de las parejas divorciadas o sobre otros temas. No deja de lado sus convicciones pero no trata de imponerlas.
Hacia el interior de la Iglesia, mientras muchos le reclaman reformas más profundas e importantes, da pasos pidiendo coherencia a su propia tropa. Una frase de batalla ya es la de “pastores con olor a oveja”. A muchos no les gusta, pero él insiste con el ejemplo. Y avanza lenta pero firmemente en la reforma de la estructura eclesiástica hacia formas de conducción más colegiada y abierta. Está claro que este será un largo camino no exento de dificultades.
Entre sus grandes preocupaciones se encuentran la exclusión, la pobreza por un sistema económico que “ya no aguanta más”, y la guerra en el mundo que hoy se presenta en forma de microconflictos. Y ante la pregunta de qué puede hacer la Iglesia Católica, Francisco se responde a sí mismo que nada puede hacer sola. Pero parte de la base de que la fe, en cualquiera de sus manifestaciones, puede ser el motor para dar con las soluciones que la política y la economía no encuentran. Por eso se encontró con Cirilo y envió una delegación a Egipto para invitar al Gran Imán Ahmad AlTaybib. Por el mismo motivo el 31 de octubre ira a Lund (Suecia) para participar de una ceremonia en la que se recordarán los 500 años de la reforma protestante.
Es una estrategia de unidad. La misma que el jesuita Antonio Spadaro tituló en el último número de La Civiltá Cattolica, un órgano oficioso del Vaticano, como “la diplomacia de la misericordia”. Según Spadaro hay que mirar “la misericordia como proceso político” basado en que ningún sujeto histórico puede ser visto como “enemigo absoluto y eterno” porque el enemigo de hoy puede ser el aliado de mañana. Según el propio Bergoglio “el lenguaje de la política y de la diplomacia” tiene que dejarse “inspirar por la misericordia que nunca da nada por perdido” y esto significa dejar de lado alineaciones estáticas y preconcebidas.
Francisco estuvo en México y fue predecible en sus dichos y en sus gestos. Pero estando físicamente allá no abandonó su estrategia generando al mismo tiempo un gesto menor respecto de la política mundial pero importante en lo nacional y en los afectos de Bergoglio, como ha sido el regalo hacia Milagros Sala, en el que dejó su impronta fijando posición. Mientras, en otro lugar lejano del mundo, extendió su invitación al Gran Imán Ahmad Al-Taybib para continuar con la tarea de agrupar a las grandes religiones tras la “diplomacia de la misericordia”.