El Papa advierte a México

A la sombra de la frontera con los Estados Unidos convergen a flor de piel el narcotráfico, la pobreza, la impunidad, la inmigración, la corrupción y, también y por sobre todas las cosas, la voluntad de vivir y superarse de todo un pueblo. La visita del Papa es un hito en la historia fronteriza.

 

Algunos dijeron que el Papa pondría un pie en el límite entre infierno y el paraíso que está del otro lado de la frontera cuya travesía se cobra decenas de víctimas. Ese lugar llamado Ciudad Juárez al que alguna vez se conoció como La Ciudad del Mal por el elevado número de crímenes fue la última etapa y a la vez la síntesis de todo el viaje que el papa Francisco realizó a través de las golpeadas geografías sociales de México. En Ciudad Juárez, a la sombra de la frontera con los Estados Unidos, convergen a flor de piel el narcotráfico, la pobreza, la impunidad, la inmigración, la corrupción y, también y por sobre todas las cosas, la voluntad de vivir y superarse de todo un pueblo. Este país hijo del maíz es fuerte como la espiga que se levanta cara al sol. Francisco sintetizó su gira cuando dijo “¿Qué quiere dejar México a sus hijos? ¿Quiere dejarles una memoria de explotación, de salarios insuficientes, de acoso laboral?”.

Ningún Papa había visitado antes este lugar fundado en 1659 por el cura franciscano español Fray García de San Francisco. La ciudad se llamó primero Paso del Norte y en ella los franciscanos, acompañados por indios cristianizados, levantaron la nueva Iglesia de La Misión de Guadalupe. Cuando visitó México en 1990 Juan Pablo Segundo no pasó de Chihuahua, la capital del Estado. Este mundo fronterizo desde donde el papa exhortó a los dirigentes mexicanos a “que no se puede dejar solo y abandonado el presente y el futuro de México” cambió de nombre en 1888. Es un lugar mítico de la memoria nacional, y no sólo por la frontera. Durante la expedición colonial francesa al mando de Maximiliano (1861-1867), las fuerzas republicanas de Benito Juárez hicieron de El Paso del Norte su refugio y su capital. Por ello la ciudad lleva el nombre del ex presiente mexicano. La escala papal envuelve toda una estela de símbolos y realidades. Una de ellas es la de las terribles consecuencias de la inmigración. En la misa que ofreció en la frontera, Francisco dijo que ese lugar era “un paso, un camino cargado de terribles injusticias: esclavizados, secuestrados, extorsionados, muchos hermanos nuestros son fruto del negocio del tráfico humano, de la trata de personas”. La otra realidad actual de Ciudad Juárez es la de la violencia, heredada, en su versión más reciente, del narcotráfico, y, también, de una larga historia de pésimas influencias oriundas del vecino imperio, que siempre se lava las manos de su responsabilidad aplastante con los males que exportó y exporta a México. Ciudad Juárez se enturbió cuando, a partir de los años 20 y con la Ley Seca vigente en los Estados Unidos, los norteamericanos cruzaban la frontera para comprar y consumir alcohol. La visita del Papa, acompañada de múltiples controversias sobre “el maquillaje” de la ciudad y de las cifras de la violencia, es, con todo, un inmenso hito en la historia fronteriza. Francisco visitó una la cárcel Centro de Reinserción Social número 3. Renovada a golpe de brochazos para recibir al pontìfice, la cárcel fue, hasta no hace mucho tiempo, uno de los feudos de el Cartel de Sinaloa. Apenas llegó a la cárcel, una detenida le dijo al papa “no somos dueños de nuestros sueños”. Francisco, luego, señaló que “ya tenemos varias décadas perdidas pensando y creyendo que todo se resuelve aislando, apartando, encarcelando, sacándonos los problemas de encima, creyendo que estas medidas solucionan verdaderamente los problemas”. El sumo pontífice ahondó su visión social cuando insistió en que la cárcel no resuelve nada porque la salvación está antes:”la reinserción no comienza acá en estas paredes;sino que comienza antes, comienza afuera, en las calles de la ciudad. La reinserción o rehabilitación comienza creando un sistema que podríamos llamarlo de salud social, es decir, una sociedad que busque no enfermar contaminando las relaciones en el barrio, en las escuelas, en las plazas, en las calles, en los hogares, en todo el espectro social. Un sistema de salud social que procure generar una cultura que actúe y busque prevenir aquellas situaciones, aquellos caminos que terminan lastimando y deteriorando el tejido social”.

Hablar de reinserción social en Ciudad Juárez es todo un desafío. El Papa volvió a encarnar aquí su geopolítica de las periferias, que él coloca en el centro al hacer de los lugares con mala fama como Bangui, Capital de la República Centroafricana, zonas liberadas del olvido, la condena o el menosprecio. Su crítica a las minorías pudientes se emiten desde los territorios marginados. La ciudad registra aún altísimos porcentajes de violencia y desapariciones. La visita de Francisco provocó que se sacaran de las calles los afiches de las personas desaparecidas y se intentaran borrar las cruces negras con fondo rosa puntadas por grupos de mujeres en signo de denuncia de los feminicidios. Según el Fiscal General del Estado, Jorge González Nicolás, “Ciudad Juárez cerró con 311 homicidios dolosos el año 2015”. La cifra se sitúa muy lejos de los 3.500 asesinatos de 2010. Ciudad Juárez pagó un altísimo tributo a la guerra contra el narcotráfico cuyo epicentro fue, entre 2008 y 2011, el conflicto entre el Cartel de Sinaloa y el Cartel de Juárez. Cientos de personas desaparecieron en ese período. Ciudad Juárez ha vencido muchas cosas, entre ellas el desierto de Chihuahua, del cual es hija. Clima extremo, mundo extremo. Allí, ente los empresarios y trabajadores, el papa volvió poner en circulación su mensaje social y de justicia cuando criticó el “paradigma de la utilidad económica” que modela las “relaciones personales” y opinó que “el lucro y el capital no son un bien por encima del hombre, están al servicio del bien común”.

En su periplo mexicano y mucho más que en otros puntos del globo, Francisco parece haber revisitado las teologías más progresistas. No ha dicho palabra alguna ni pedido disculpas por los abusos sexuales cometidos por los Legionarios de Cristo, pero sí ha sembrado en estas tierras de América semillas de una retórica combativa, altamente crítica con ricos y poderosos, corrosiva con los estragos de un sistema mundial depredador e indolente. Muchos dirán que son palabras y nada más. Pero el Vaticano y el papa no tienen otra arma que las palabras y la fe de quienes lo escuchan. Sólo basta con pensar que, hace tan solo unos años, todo lo que Francisco dijo en México le hubiese costado la vida a cualquier sindicalista o activista social. Trató de corruptos a los corruptos, cara a cara, de asesinos a los asesinos, cara a cara, de privilegiados a los obispos y cardenales con vidas de monarcas, siempre cara a cara. Su retórica ha sido, de principio a fin, una feroz crítica al poder. A los pobres, a las víctimas, les habló más de sí mismas que de Dios. Los estragos de la inmigración, la pobreza, la segregación indígena, la violencia y el narco fueron sus temas, que son los de México y, también, los de nuestro mundo. México los concentra en su territorio, pero el planeta entero los padece en múltiples formas, a veces ocultas en tantas formas del engaño. “Esta tragedia humana que representa la migración forzada hoy en día es un fenómeno global”, recordó Francisco en plena frontera con los Estados Unidos. Roberto Blancarte, investigador en el Colmex, señalaba en las páginas del diario Milenio que “esta visita podría ser benéfica para el estado de ánimo de los católicos, y quizá para los creyentes de otras religiones y no creyentes. Pero difícilmente la visita tendrá un impacto mayor en cuestiones sociales, como la disminución de la violencia o el mejor trato a los migrantes”. Los papas no tienen “divisiones”. Sin embargo, Juan Pablo Segundo, desde una visión conservadora y estrecha, nos demostró que los papas modelan, en parte, los destinos geopolíticos del mundo. Este papa nuestro ha rescatado valores puros de la Teología de la Liberación. Francisco ha puesto bajo la luz a los desposeídos de un mundo que cada mañana se despierta con el único deseo de poseer.

 

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