Estuvo 43 años en búsqueda y captura hasta su arresto en 2006.
Bernardo Provenzano, el ex jefe de Cosa Nostra, la mafia siciliana, ha muerto en Milán a los 83 años de edad. Considerado uno de los criminales más peligros de Italia, el ‘tractor’, como se le conocía por la violencia con la que acababa con sus víctimas, fue arrestado en abril de 2006 después de 43 años en búsqueda y captura. La policía le encontró escondido en una granja en los alrededores de Corleone, su pueblo natal, a poca distancia de la residencia de sus familiares y protegido por la llamada ‘omertà’, el pacto de silencio de quien sabe pero calla.
El ex jefe de la mafia siciliana, protagonista de algunos de los crímenes más terribles de la Historia italiana, estaba ingresado en el hospital de la cárcel de San Vittore, en Milán, bajo el régimen 41 bis, un régimen carcelario considerado extremadamente duro y con una vigilancia especial que en Italia se aplica para los detenidos más peligrosos. Sobre él pesaban 20 cadenas perpetuas. Hace años le habían diagnosticado un tumor en la vesícula y sus abogados habían pedido -sin éxito- que pudiera cumplir su condena fuera de la cárcel. Todos los procesos en los que estaba todavía imputado, entre ellos el que juzga el presunto pacto entre el Estado italiano y la mafia siciliana en la década de los 90, fueron suspendidos debido a las graves condiciones de salud del anciano criminal, que a duras penas podía pronunciar un discurso lógico y comprensible, según sus médicos.
Durante las más de cuatro décadas que el criminal siciliano estuvo desaparecido para la Justicia italiana, las autoridades del país transalpino consideraban a Provenzano el segundo de a bordo de Cosa Nostra, por detrás de Totò Riina. A diferencia de éste último, detenido en 1993, la identidad de Provenzano era casi un misterio. Hasta su arresto hace 10 años, la policía tan sólo tenían de él una vieja foto en blanco y negro. El más escurridizo de los criminales italianos había conseguido que su voz nunca fuera registrada en alguna de las numerosas escuchas telefónicas a mafiosos llevadas a cabo por las autoridades italianas.
De hecho, se comunicaba con sus colaboradores a través de ‘pizzini’, pequeños trozos de papel donde redactaba sus órdenes con una antigua máquina de escribir, a menudo sustituyendo las letras por números. Eso le permitió incluso viajar a Francia en 2005 para operarse de próstata en un hospital de Marsella en donde se registró con una identidad falsa. Lo escandaloso del caso fue que la factura de su ingreso en el hospital francés la pago la región de Sicilia ya que Provenzano se valió de un acuerdo bilateral para que la sanidad pública italiana se hiciera cargo de su operación en el extranjero.
Según algunos ‘pentiti’ [mafiosos arrepentidos] como Gioacchino Pennino, Toto Riina era el jefe militar de Cosa Nostra mientras que Provenzano mantenía el control político. Juntos habían declarado una guerra al Estado italiano en la década de los 90 acabando con la vida de decenas de policías, jueces y símbolos de la lucha contra la criminalidad como los magistrados Giovanni Falcone y Paolo Borsellino, a los que hicieron saltar por los aires en 1992 en dos atentados que conmocionaron al país.
Tras la detención de Riina, la época de las bombas bajo los coches y el tiro en la nuca contra agentes de policía y jueces terminó. Fue así cómo nació la leyenda de que Provenzano era un mafioso «útil» para el Estado que consiguió mantener su poder sobre el territorio silenciando las armas. Eso es precisamente lo que investiga ahora la Justicia italiana: si existió «negociación» entre las autoridades italianas y los criminales para poner fin a los atentados a cambio beneficios penales.
Uno de los protagonistas fundamentales del juicio es el ex presidente de la República, Giorgio Napolitano, que entonces ocupaba el cargo de presidente de la Cámara de los Diputados. Otro era Bernardo Provenzano, que consiguió no tener que declarar debido a su deteriorado estado de salud.