En plena escalada, el presidente de Estados Unidos señala que la mediación de China corre el riesgo de fracasar y que espera que Kim Jong-un sea «racional»
La escalada prosigue. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, disparó las alertas mundiales al sugerir que un choque bélico con Corea del Norte está sobre el tablero de juego. “Hay una posibilidad de que podamos terminar teniendo un gran, gran conflicto con Corea del Norte. Absolutamente”, dijo en una entrevista a la agencia Reuters. Aunque el mandatario apostó por la vía diplomática, la declaración, lejos de calmar las agitadas aguas bilaterales, supone un nuevo paso hacia un enfrentamiento sobre el que se cierne el espectro nuclear.
La pugna con Corea del Norte arrecia. El claustrofóbico régimen de Pyongyang está embarcado en un histórico pulso con Estados Unidos. Su objetivo es poseer un misil intercontinental y desde hace 20 años no ha dejado de afinar su rudimentario armamento hasta desarrollar una bomba atómica de 30 kilotones (dos veces la de Hiroshima) y una potencia balística suficiente para amenazar a Corea del Sur y Japón.
Estados Unidos ha tratado de frenar esta escalada. Tras el fracaso de las sanciones, ha optado por aumentar la presión militar e incluso ha mostrado su disposición a emprender un ataque preventivo. En esta coreografía ha enviado al poderoso portaviones nuclear Carl Vinson y a su grupo de combate a aguas de la península coreana. Al mismo tiempo, ha desplegado su escudo antimisiles en Corea del Sur. “La mejor manera de reducir la tensión en la península coreana es proporcionando un poder de combate creíble 24 horas al día y siete días a la semana”, ha dicho el responsable militar en el Pacífico, el almirante Harry Harris.
Esta demostración de poder ha servido para cargar aún más la retórica de Pyongyang. Detrás del telón comunista se oculta una tiranía hereditaria y venenosa que ha hecho de la amenaza de guerra su principal signo de identidad. Una máquina de poder personal, en manos del líder supremo Kim Jong-un, que desafía a Washington, una economía 1.600 veces más poderosa, con un planteamiento suicida: la disposición a recibir una andanada del mayor ejército del planeta, a cambio de golpear con el arma nuclear, aunque solo sea una vez, a su enemigo o algunos de sus aliados. Este terrorífico escenario ha logrado mantener al régimen a flote y ha evitado que las presiones devengan hasta ahora en acciones militares.
En este horizonte, Trump ha apostado por una política de mano dura y, tras los éxitos de los bombardeos en Siria y Afganistán, ha enseñado los dientes. La posibilidad de que este pulso acabe en un enfrentamiento armado es vista por los expertos como muy lejana, pero la narrativa de Trump parece indicar lo contrario. “Nos gustaría resolver estas cosas diplomáticamente, pero es muy difícil”, ha afirmado en la entrevista.
Consciente del poder de sus propias palabras, el presidente quiso enfatizar la importancia de las presiones políticas. Para ello insistió en el papel de China. El gigante asiático que, en la cosmogonía de Trump jugaba hasta hace poco el papel de gran adversario de Estados Unidos, ha pasado a ser un aliado en la cuestión norcoreana. “Creo que están intentándolo mucho. El presidente Xi Jinping no quiere ver turbulencias ni muertes. Es un buen hombre y le conozco muy bien”, señala Trump, quien se reunió a principios de mes con el mandatario chino en su mansión de Florida. “Él ama a China y su pueblo. Sé que le gustaría hacer algo, que está intentando todo lo que está en su mano, pero es posible que no pueda”, añade. Ante este panorama, con un posible fracaso de la mediación China y la escalada nuclear en auge, Trump aprovecha para enviar un mensaje directo a Kim Jong-un: “Tiene 27 años. Su padre murió y se hizo con el poder. Y no es fácil a esa edad. No le doy crédito ni se lo quito. Solo digo que es difícil. Y no sé si es racional o no. Solo espero que lo sea”.