A Federico, uno de los hinchas que acudió la calurosa noche del 7 de junio de 2015 a Berlín, los ojos se le fueron hacia la Puerta de Maratón, atravesada ya por la caída del sol. «Prefiero mirarla ahora. Cuando acabe el partido, será lo último en lo que piense. Estaré llorando. De alegría. ¡O de pena!». Y se pegó un hartón de reír. Federico era uno de los aficionados de la Juventus que se apostó en la zona sur del Olympiastadion. Reía y cantaba, pero, en voz baja, también admitía al periodista: «Nos gusta llegar tan alto porque, cuando caemos, lo hacemos con mayor grandeza».
Y quizá no le faltó razón. Justo cuando la Juve soñó con tumbar al Barça (1-3), una carrera de Messi y un latigazo de Suárez bastaron para rememorar la maldición. Fue la sexta final de la Copa de Europa que perdía la Vecchia Signora. Más que nadie. De ocho disputadas. Ni siquiera el mal de ojo de Bela Guttman al Benfica (cinco derrotas en el partido definitivo de la máxima competición continental, las mismas que el Bayern) llegó tan lejos. En Cardiff, frente al vencedor de la eliminatoria del derbi madrileño, el peso psicológico del destino jugará también un papel importante.
La Vecchia Signora pese a su cíclico dominio en Italia, siempre vio cómo los problemas se le amontonaban en los encuentros sin retorno. Tuviera o no la mejor plantilla de Europa, se enfrentara a equipos a priori accesibles. De hecho, sus dos únicos éxitos llegaron desde el punto de penalti. El primero de ellos, de triste recuerdo, cuando Platini celebró desde los 11 metros el 1-0 con el que la Juve derrotaba al Liverpool. Aquella del 29 de mayo de 1985 fue la final de la infamia. En el destartalado Heysel de Bruselas murieron aplastados y asfixiados 39 aficionados (32 italianos, incluyendo dos menores, cuatro belgas, dos franceses y un norirlandés), sumándose unos 600 heridos. Platini, que fue acusado por la prensa de caminar sobre los cadáveres, siempre juró que los futbolistas no sabían nada de lo que había ocurrido .
21 años sin ganar una Champions.
El segundo y último éxito de la Juventus en la máxima competición continental se remonta a mayo de 1996, hace ya 21 años. Entonces (1-1), y pese a la presencia de los Vialli, Del Piero, Ravanelli, Conte o Deschamps, no hubo más héroe que el portero Peruzzi, decisivo al parar dos penaltis en la tanda frente a la generación dorada del Ajax de Van Gaal, vigente campeón. Desde entonces, un páramo.
Antes de la travesía del desierto contemporánea, la Juventus descubrió los sinsabores del torneo. Una parábola dibujada con la testa por Rep en Belgrado (1-0) concedió al Ajax de Cruyff su tercer cetro continental consecutivo. En aquella Juve se adivinaban ya los trazos de un equipo para el recuerdo, con Dino Zoff, Roberto Bettega, Fabio Capello o Franco Causio.
Mucho más inesperada fue su caída frente al Hamburgo en la final de Atenas de 1983. La base de la Italia campeona del mundo en España (al ya casi jubilado Zoff le acompañaban Rossi, Gentile, Tardelli, Scirea o Bettega), junto a Platini y Boniek, cayó como un castillo de naipes ante el gol de Felix Magath. Hasta la fecha, el único cetro del equipo alemán.
Entre 1996 y 1998 la Juventus enhebró tres finales consecutivas. Perdió las dos últimas. En la de 1997, comprometió otra vez su perfil de favorito tras verse arrollado por el Borussia Dortmund de Hitzfeld (3-1). Pese a la presencia en el bando germano de Sammer, Möller, Riedle (bigoleador) o Chapuisat, nada hacía prever el chasco de un equipo en el que ya desfilaban Zidane y Vieri.
La de 1998 ya la recuerdan. El Real Madrid atrapaba la Séptima (1-0) después de que la Juve buscara coartada en un supuesto fuera de juego de Mijatovic. No la encontró en la insufrible derrota de 2003 en Old Trafford (0-0) frente al Milan en los penaltis Buffon, el único en activo de aquel equipo, supersticioso como pocos, tendrá quizá su última oportunidad.
Fuente: El Mundo