Manuel Espinoza
Pensar y ver en estos tiempos a la América latina y el Caribe en su conjunto de una forma desunida, extremadamente diversa y desconectada entre sí de la coyuntura actual en la región, es tener simplemente un punto de vista muy alejado a nuestra realidad regional.
Ese es el sueño desde los conquistadores coloniales hasta el imperialismo occidental actual. Es la falsa realidad que los oligopolios mediáticos presentan para crear una desconexión imaginaria en la conciencia de nuestros pueblos. Basta con identificarnos por patrones similares de cultura (religión, idioma) e historia para entender, que podemos ser la patria grande de Bolívar de mayor tamaño que el mismo EEUU junto con Canadá.
Esta identidad histórica-cultural ha agarrado mayor fuerza desde la Revolución cubana en 1959 que permitió que el continente ya no sea el mismo. La victoria electoral de Salvador Allende (de un partido socialista en medio de la Guerra Fría) en 1973, las revoluciones de Grenada y la Popular Sandinista en 1979.
Así como toda una red de organizaciones guerrilleras por todo el continente como en Chiapas en México en 1994 y la llegada al poder del general Hugo Chávez en Venezuela en 1998 abriéndole así el camino a lo que hoy conocemos como la Revolución Bolivariana, fueron la máxima expresión de rebeldía y lucha de nuestros pueblos a finales del siglo pasado ante la hegemonía norteamericana continental y sus aliados europeos.
Seis décadas después del triunfo cubano la región presenta avances irreversibles en su lucha contra el dominio imperialista. Y es precisamente este vector de lucha antiimperialista en contra del modelo neoliberal de generación de desigualdades sociales a lo interno de los Estados y desigualdad económica y de soberanía en el plano centro periferia el principal común denominador y el factor de cohesión principal entre los pueblos del continente.
Hoy el continente entra en un nuevo estado de implosión política social producto de los mismos problemas estructurales que el sistema capitalista en su máxima versión neoliberal ha venido generando por siglos. Inclúyase en estos la exclusión, matanza en exterminio de las tribus originarias como las que evidenciamos a diario y por décadas en países como México, Guatemala, Honduras, Colombia, Perú, Chile y Brasil. Simplemente es la continuación de la política de exterminio y despojo de los indígenas desde su implementación en tiempos de la colonia hasta hoy día. Y ya ni se diga la exclusión social y campante en términos de salud, educación y trabajo a los pueblos enteros del continente.
Venezuela es el referente
De ahí que el accionar norteamericano se perfila de las tantas formas posibles en pro de mantener un status quo o revertir los avances revolucionarios en el continente. La presencia física con bases militares en Honduras, Colombia, Perú y la IV flota reactivada patrullando el continente.
Sistemas económicos sociales injustos con gobiernos títeres a sus designios de control y dominio. Comercio asimétrico de despojo, que favorece a sus elites locales y transnacionales a cambio del empobrecimiento y degradación ambiental continental.
Mecanismos financieros esclavizantes como en Argentina, y la influencia cultural occidental constituyen las bases para que los gobernantes norteamericanos lo consideren «su patio trasero».
El problema principal y error común de muchos estudiosos y analistas en la actualidad es buscar identidad y conexión al establecer analogías de simetría por indicadores que jamás lo lograrán demostrar como son los niveles de adquisición y uso de la tecnología, los PIB en cada país, factores de competitividad en el crecimiento económico y comercio y no por aquellos que pueden generar cambios mayores a nivel continental como lo es la Revolución Chavista.
Es Venezuela el nuevo indicador de unidad continental. Venezuela es el referente de cambio político-social e ideológico continental y donde la lucha contra el control imperial y el aseguramiento del declive hegemónico USA, así como lograr un grado mayor de unidad latinoamericana y del Caribe en el presente y a futuro están sobre la mesa.
Esta unidad regional se ve fracturada por medio de las elites de poder económico y el pensamiento político de la derecha y la ultra derecha latinoamericana alrededor de su inclinación de apoyo a la política exterior de los Estados Unidos en su afán de destruir a la Revolución Venezolana por más de 20 años ya.
Al persistir en su propio engaño del fin de la historia y la desaparición del socialismo como corriente de pensamiento y las muchas doctrinas que lo integran; al no reconocer la lucha autóctona y justa de los pueblos; al desconocer la lucha de los pueblos como un proceso continental y permanente y sobre todo unificado, los llevó a entender que la revolución chavista podía ser destruida con el asesinato del presidente Hugo Chávez o el derrocamiento de Nicolás Maduro vía los formatos de «Golpes Suaves» bien aplicados contra otros adversarios políticos en Europa, Asia y África.
Histeria yanqui
Hoy los norteamericanos se encuentran en un grado de histeria política producto de la imposibilidad de obtener una victoria político-económica sobre Venezuela y su liderazgo, que le permita el control de los inmensos recursos energéticos venezolanos. El apoyo declarado de Rusia y China han apresurado los planes de intervención militar norteamericana con aliados latinoamericanos contra Venezuela.
Además, los intentos de Donald Trump de que le permitan terminar su periodo o de reelegirse ponen en la mesa de negociación con el establishment norteamericano la posibilidad de hacer la guerra en Venezuela o Irán. El establishment le ordenará a Trump a que país atacará.
Si bien es cierto que día a día la alianza contra Irán liderada por EEUU crece y se consolida, entrar en guerra contra Irán les puede dar como resultado que al final de esta los países aliados petroleros e inclusive Israel quedaran seriamente dañados como balanzas de poder en esa región y por lo tanto reservas aseguradas como la de Arabia Saudita y vecinos dejaran de inyectar la economía norteamericana.
Véase como ejemplo el nuevo entorno de alianza de Rusia, Irán, y Turquía alrededor de la Siria post-conflicto. No hay duda que será una guerra de exterminio jamás vista en esa zona del planeta, pero al final se tejería un nuevo vector de alianza que produzca cambios drásticos en la estructura de poder de las monarquías árabes durante y después de la guerra contra Irán. La pérdida al final para los norteamericanos será toda una región entera.
En el caso de Venezuela, para los norteamericanos se trata de recuperar los recursos energéticos que antes estaban controlados por sus transnacionales e impedir un nuevo actor hegemónico regional en plena alianza estratégica y no necesariamente ideológica con China y Rusia como la extensión de la expansión geopolítica euroasiática en el continente.
La guerra contra Venezuela es más factible por ciertos parámetros ya que no representa en términos de perdidas tan altas en cuanto a bloques ya consolidados de poder económico-militar regional aliados como se pueden dar en el medio oriente si ataca a Irán o en la península coreana si ataca a Corea del Norte o ya ni se diga si se lanza a una aventura contra China en el Mar del Sur de China.
La intervención militar USA en Venezuela no le dará a los agresores las ganancias económicas a todos en el establishment norteamericano como las que busca el Complejo Militar Industrial con una guerra contra Irán, Corea del Norte o China; de todas maneras estarán muy ocupados vendiéndoles al gobierno federal todo tipo de armamento para enfrentarlos. Eso desde ya es una jugosa ganancia.
Venezuela sí le daría al oligopolio de poder petrolero norteamericano una inmensa fortuna y recurso de poder. Venezuela urge ser ocupada para evitar la acentuación del declive USA en el hemisferio. No hay ningún país en el planeta que, después de China y Rusia, marque en el futuro próximo –ya sea con guerra o post guerra– a EEUU su debilitamiento como lo asegura Venezuela en su mal llamado patio trasero.
El ombligo continental está en Venezuela
Ante esta situación dramática de intervención militar a Venezuela, se debe ver y entender que todo lo que suceda en América Latina estará alrededor del ataque y la defensa de la Revolución Chavista como proceso conector de las luchas de los pueblos de la región y ninguna dinámica interna de los países de la región puede verse aisladas a la situación de amenaza que vive ese hermano país.
La quema en el Amazona propiciada por el gobierno de Bolsonaro para culpar a Venezuela, EEUU (mayor comprador) y Colombia (mayor exportador) acusan a Venezuela de ser un Estado narcotraficante. Perú y resto de países del mal llamado «Grupo de Lima» (Argentina, Chile, Brasil etc.) se agrupan en el TIAR y la OEA para oficializar la intervención militar contra Venezuela mientras las matanzas a diario de indígenas y activistas comunitarios, periodistas, en sus países están a la orden del día sin sanción alguna. La corrupción, desempleo, altos costos de la salud, pobreza, el endeudamiento financiero internacional con medidas de ajuste y recortes más las compras de sofisticados armamentos de represión siguen siendo las bases del equilibrio económico del brillante modelo neoliberal. Pero aseguran que los infiernos están en suelo venezolano.
Hoy Venezuela es el faro y motor de lucha social en la región y desde hace años la cohesión de la izquierda regional (tal como esta se perciba ahora en su diversidad) hacia el proyecto venezolano viene organizándose para dar la batalla en el continente.
No es correcto asegurar, que los acontecimientos actuales en el Perú, que socaban las mismas estructuras de poder gubernamental, las protestas indígenas masivas en Ecuador, el posible retorno de la izquierda moderada y los centristas a finales de este mes, la victoria en Bolivia de Evo Morales quien será reelegido.
En Brasil se abren nuevas posibilidades políticas para Lula. El éxodo de los centroamericanos hacia EE.UU. exceptuando a Nicaragua demuestran lo frágil de la economía regional y el poco alcance de las políticas locales marcan la permanente posibilidad del levantamiento popular a nivel continental.
La «Violencia Bolivariana» asegurada en el plano interno por el presidente Maduro como respuesta a los traidores y aliados de la agresión militar USA contra Venezuela deberá ampliarse a la desestabilización de los gobiernos latinoamericanos vasallos de la política imperial no solo en función de las reivindicaciones sociales en cada uno de estos países sino en pro del aseguramiento de la Revolución Venezolana.
Ecuador es un claro ejemplo de como 50,000 indígenas pueden tomarse la capital y poder darle un giro de timón a un gobierno obediente al FMI. Si bien es cierto el descontento y protesta surgen de factores estructurales internos son una clara expresión de una llama que se puede organizar y extender a la hora de vietnamizar en varios países del cono sur la guerra contra Venezuela.
Por ahora esto es una clara advertencia a los que quieran con TIAR o sin TIAR ser parte del coro para agredir militarmente a la patria de Bolívar, pues todos, absolutamente todos son minorías en el poder.