América Latina: La guerra que se nos hace

El 8 de noviembre pasado, videos que circularon en las redes sociales mostraban a un grupo de personas retirando de su pedestal la estatua de Ernesto Che Guevara, ubicada en la ciudad de Paraíba do Sul (Brasil). El acto provocó estupor e indignación en millones de personas en el mundo.

El hecho, acaecido en septiembre del 2017, salía de nuevo a la luz en el contexto de la subida al poder del fascista Jair Bolsonaro. No es la primera vez que la derecha fascista intenta hacer desaparecer a quien es símbolo de lo mejor del ser humano, el más cabal de los revolucionarios. Intentaron asesinarlo, desaparecerlo, deconstruir su historia, pero el Che, pertinaz como siempre, se niega a ser borrado y para horror de sus asesinos, vive hoy más que nunca.

En Rosario, Argentina, la derecha recogió firmas en agosto del 2017 para retirar la estatua del Che; en octubre del 2007 destruyeron su monumento en Mérida, Venezuela, y opositores con un artefacto explosivo rudimentario volaron su busto el 22 de junio del 2018 en Caracas, Venezuela.

El mercenario opositor venezolano Leopoldo López ayudó a destruir la estatua del Comandante en Jefe, Fidel Castro, en El Amparo, Apure; su fotografía vandalizando el monumento recorrió el mundo.

En enero del 2016 la Asamblea Nacional de Venezuela, dominada por la derecha, «para recuperar la institucionalidad del país» –no es una justificación del acto, la frase encierra todo un concepto–, mandó a retirar del hemiciclo los cuadros del Libertador Simón Bolívar y del líder de la Revolución Bolivariana Hugo Chávez Frías.

Cabe recordar que, durante el golpe de Estado del 2002, la oposición venezolana retiró el cuadro de Simón Bolívar de la Asamblea Nacional y anunció, además, que retiraría el nombre de la República Bolivariana de Venezuela.

Durante su visita a La Habana en el año 2014, el entonces presidente de Estados Unidos, Barack Obama, en un simulacro de ruptura del protocolo, se separó de la fila de la ceremonia oficial y se colocó con la imagen del Che a sus espaldas, en la Plaza de la Revolución.
El cálculo de los que diseñaron la actuación del Presidente, perseguía escamotear el símbolo o al menos dotarlo de un nuevo contenido: según sus deducciones de «ahora en lo adelante» cuando los cubanos y visitantes pasaran por el lugar y contemplaran la imagen del Guerrillero Heroico, recordarían al Presidente estadounidense como símbolo de una «nueva era» en las relaciones Cuba-USA.

Los actos contra los símbolos del socialismo en América Latina y contra todo lo que recuerde el actuar de los gobiernos progresistas en la región, han aumentado en los últimos meses, así como los ataques y amenazas contra las personas, contra los líderes sociales y políticos.

El fascismo toma vuelo y crece sobre las espaldas de la crisis de los partidos tradicionales, los errores de la izquierda y la feroz campaña contrarrevolucionaria de los medios de comunicación, verdaderos partidos de la derecha al servicio de la oligarquía latinoamericana y el gobierno de Estados Unidos.

Mientras, se rinde homenaje a los dictadores y a los militares que torturaron y asesinaron a cientos de miles de latinoamericanos, durante las dictaduras que ensangrentaron la región.

El insólito homenaje a los dictadores argentinos en la Casa Rosada, en el antiguo Museo del Bicentenario, donde se muestran efectos personales de los golpistas, es una muestra de lo que ocurre. Según el presidente Mauricio Macri al reinaugurar el Museo de la Casa Rosada en junio del 2016, esa es una forma de «respetar la diversidad» y «deskirchnerizar» el museo.

Leopoldo Fortunato Galtieri (1981-1982), junto a los expresidentes de facto Jorge Rafael Videla (1976-1981) y Roberto Viola (1981-1981), aparecen sonrientes en sus fotografías.

La diputada chilena de Renovación Nacional, Camila Flores, le rindió un homenaje al fallecido dictador Augusto Pinochet en entrevista con Cadena Nacional de Vía x en agosto del 2018: «Creo que Pinochet fue absolutamente necesario… La situación que estábamos viviendo en Chile muchas familias, incluida la mía en la Unidad Popular, fueron muy duros[1]», declaró la diputada provocando la protesta de cientos de víctimas de la dictadura.

«Estoy a favor de la tortura y lo sabes. Y el pueblo también es favorable». La frase pertenece a Jair Bolsonaro, recién electo presidente de Brasil, quien públicamente manifiesta su apoyo y simpatía por la dictadura militar.

«Por la memoria del coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, el pavor de Dilma Rousseff», declaró Bolsonaro cuando era diputado y votó a favor del impeachment de la expresidenta frente a todo el Congreso, en abril de 2016.[2] Ustra es un conocido torturador y autor del libro La verdad ahogada. La historia que la izquierda no quiere que Brasil conozca, en el cual narra, a su manera, a la dictadura.El texto cuenta ya con 14 ediciones y Bolsonaro lo considera uno de sus volúmenes de cabecera.

Abiertamente fascista, el exmilitar ha amenazado con encarcelar a miles de militantes de la izquierda, asesinar «criminales» y establecer el orden como cuando mandaban en Brasil los militares.

Los intentos por neutralizar el capital simbólico de la izquierda, la deconstrucción sistemática de la historia, la manipulación de la verdad, la construcción mediática que presenta a los líderes de la izquierda como corruptos, delincuentes, falsarios, ¿son acciones fruto de la casualidad o es una bien meditada estrategia?

El trabajo para ganar la mente y los corazones del ser humano es una operación compleja, en el caso de los revolucionarios, se basa en la más estricta ética y respeto a la individualidad, para los revolucionarios es una acción de amor a los seres humanos, para el enemigo no es así.

Sobre el ser humano pesan siglos de engaño, que con la llegada de los medios masivos de comunicación y las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación, ha tomado dimensiones verdaderamente apabullantes, en un mundo de cultura intencionalmente banalizada, donde son demonizadas hasta la insensatez revoluciones como la cubana, proyectos como el venezolano; figuras como las de Fidel, Chávez, Maduro, Evo Morales, Ortega, Correa, etc., donde Lenin y la Revolución Bolchevique son sepultados bajo montañas de lodo, donde se vende la imagen de un modelo de capitalismo, el de Estados Unidos, como ideal de sociedad humana.

No es con ejércitos solamente con lo que los poderosos garantizan el dominio. Es una lucha difícil, de ideas, es una guerra que está ocurriendo en la mente de los hombres, que busca neutralizar los símbolos de la Revolución, borrarlos de la memoria colectiva y suplantarlos por símbolos propios, y que persigue convertirnos en pueblos sin historia, depurados del imaginario rebelde, de la cultura de resistencia, subordinados al modelo de dominación que perpetúa el saqueo y la explotación.

Saben que el control ideológico es fundamental para que los pueblos no se rebelen contra la explotación de las transnacionales. «No más Revolución», parece ser el grito de hoy, la consigna de combate de la derecha entreguista y para lograrlo emplean todos los recursos de la manipulación y la mentira.

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