Mikhail Gamandoy-Egorov | Internationalist 360°
En un momento en que Washington y sus aliados occidentales intentan mantener un enfoque decididamente unilateralista, los países latinoamericanos que Estados Unidos ha considerado durante demasiado tiempo como su patio trasero, continúan profundizando sus lazos estratégicos con las principales fuerzas pro multipolares.
Las causas soberanistas y pro multipolares están ganando terreno cada vez más en varias partes del mundo. América Latina no es una excepción, al contrario. Aunque -y esto es evidente- estos procesos están causando histeria del lado de Washington. Y esto también es cierto en cuanto a la interacción de los países de la región con China, Rusia e Irán.
En cuanto a la interacción con Beijing, el volumen de comercio entre la República Popular China y los estados latinoamericanos, solo en el período de enero a septiembre de 2021, alcanzó los 331.880 millones de dólares equivalentes a un aumento del 45,5% interanual.
En comparación, en todo 2002, el volumen de los intercambios económicos y comerciales chino-latinoamericanos no superó los 18 mil millones de dólares equivalentes.
Como también señala el diario chino en inglés Global Times, un número cada vez mayor de países de esta región del mundo ha firmado acuerdos de cooperación o memorandos de entendimiento como parte de la iniciativa de la Franja y la Ruta de China, con la esperanza de unirse al tren del desarrollo económico de China.
Global Times también respondió a las críticas de Estados Unidos sobre esta interacción, recordando a la parte estadounidense que “tal clamor muestra una gran falta de respeto por los países latinoamericanos, reflejando la arrogancia de Washington al ignorar la soberanía de los estados latinoamericanos”.
Además, el diario chino recuerda que el año pasado Estados Unidos anunció que ofrecería 4.000 millones de dólares para “desarrollar” Centroamérica con el fin de “contrarrestar la influencia de China” en la región.
Y esto en un momento en que el déficit de inversión en infraestructura en América Latina se estima en alrededor de US$ 150 mil millones por año. Sin duda, debería agregarse de paso que este enfoque típico de los EE. UU. recuerda al que ya se practica en cierto país llamado Ucrania, sumido desde los eventos del golpe de 2014 en un estancamiento económico puro.
Es cierto que es significativamente más fácil organizar una revolución de color a menor costo, que tener que ayudar económica y financieramente al país puesto bajo su órbita. En el caso ucraniano, además, esto es tanto más anecdótico cuanto que Washington quiere mantener a flote la economía ucraniana a través del presupuesto ruso y, en particular, de las entregas de gas desde Rusia a Europa.
En el caso de la interacción de los países latinoamericanos con Moscú, sería justo señalar que seguramente se abrirán nuevas perspectivas. La presencia económica rusa en muchos países latinoamericanos soberanos, especialmente en Venezuela en el ámbito energético, podría ampliarse en el marco de una interacción más amplia en el ámbito militar-de seguridad, incluso si se trata de un área en la que los países interesados ya participan activamente.
Todo ello en un momento en el que ha fracasado el reciente diálogo de Rusia con EEUU y la OTAN sobre las garantías de seguridad, lo que era perfectamente previsible, dada la mentalidad del establishment atlantista. De ahora en adelante, nada está excluido del lado ruso.
El resto se referirá a las negociaciones con los aliados soberanos de la región latinoamericana, sabiendo que muchos de los estados involucrados verán esto como un paso positivo para enfrentar las numerosas injerencias estadounidenses en sus asuntos internos.
Volviendo a la economía, se debe explorar una mayor interacción económica dentro del marco euroasiático-latinoamericano, en un momento en que un país como Cuba ya es miembro observador de la Unión Económica Euroasiática (EAEU).
Mientras tanto, Irán -el otro adversario estratégico de Washington en el ámbito internacional, junto con Moscú y Pekín- también incrementa su interacción con varias naciones latinoamericanas, incluida Venezuela, incluso rompiendo el bloqueo impuesto a la República Bolivariana por el establishment estadounidense.
En conclusión, ciertamente cabe recordar que más allá de las alianzas forjadas entre muchos países latinoamericanos con el eje de la multipolaridad, las poblaciones de los países en cuestión siguen fuertemente movilizadas frente a los continuos intentos de desestabilización que emanan del capital estadounidense.
En este sentido, el ejemplo de Bolivia, que había vivido una revolución de color proestadounidense, pero que ha vuelto a la legitimidad a través de la movilización popular durante las últimas elecciones presidenciales en este país, no hace más que confirmar esta tesis.
Así como el fortalecimiento del eje progresista latinoamericano con la reciente reelección de Daniel Ortega en Nicaragua o la victoria en las elecciones presidenciales de Pedro Castillo en Perú. Todos estos hechos confirman que la multipolaridad y la soberanía también están ganando terreno en el ámbito latinoamericano. En detrimento de Washington y de los nostálgicos de la unipolaridad.