El equipo y el club están paralizados hoy por una coyuntura deportiva y económica que dificulta el cambio de ciclo y que compromete por igual a Messi y Bartomeu
Acabado el equipo, sin voz ni voto después de ser sepultado en Lisboa ante el Bayern por 2-8, ahora empieza el drama para el club, atrapado como está el FC Barcelona en una dinámica tan perversa que difícilmente tiene remedio a corto plazo, ni siquiera con la dimisión de Josep Maria Bartomeu, circunstancia no prevista de momento, a la espera de la junta convocada para mañana en el Camp Nou. Al barcelonismo le desanima pensar que no solamente se ha acabado la actual temporada sin un título, circunstancia que no ocurría desde 2008, sino que la próxima pinta igual de complicada porque apenas hay margen de maniobra por culpa de la pandemia y de que no hay un céntimo en el Camp Nou.
El presidente pretende inicialmente acabar con un mandato que le da potestad para convocar elecciones entre el 15 de marzo y el 15 de junio de 2021. La salida de Bartomeu y de la mayoría de su consejo no supondría en cualquier caso la llegada inmediata de un sucesor sino que provocaría el nombramiento de una gestora y la aceleración del calendario electoral: los socios podrían ser citados a las urnas en el plazo máximo de unos tres meses, propuesta que promueven precandidatos como Víctor Font.
A la directiva, sin embargo, le conviene cuadrar antes el ejercicio deportivo y las cuentas para no exponerse a una fiscalización externa que pudiera acabar con una acción de responsabilidad como la que el propio Bartomeu y su antecesor Sandro Rosell sometieron a Joan Laporta. El presidente parecería por tanto más partidario de tutelar el proceso a partir de una serie de medidas que anunciará próximamente de acuerdo al vacilante discurso que le salió en Lisboa.
El margen de maniobra es en cualquier caso muy reducido, con o sin cambios en el mando de la entidad, y cualquier consenso con la oposición resulta igualmente complicado porque ni siquiera se conocen todavía a los distintos precandidatos que concurrirán a las urnas en 2021. Ante la posibilidad de una moción de censura, todavía incipiente, Bartomeu argumenta que no hay respiro posible porque se echa encima la temporada 2020-2021. La duda está en saber si el presidente podrá aplicar el paquete de medidas que tiene programadas o acabará por ceder a la presión de quienes piden que no condicione ni hipoteque el futuro del Barcelona. Ante los ataques de responsabilidad de Bartomeu, la consigna de los críticos es que no toque nada después de que la tragedia haya alcanzado a Messi: el 10 ha dejado de ser la solución para ser parte del problema, la peor noticia que circula por el Camp Nou.
El reinado del capitán se debate entre ser el líder de la nueva generación que no acaba de despuntar o el punto y final de una vieja guardia que pereció en Lisboa. El 10 ya avisó de la tormenta que se venía y, sin embargo, no supo poner al equipo a resguardo de la adversidad, falto de rebeldía y humanamente más frágil, la cabeza gacha cuando pierde y erguida cuando gana, siempre consentido en el Camp Nou. Nadie ha tenido en cuenta sus desplantes ni nepotismo sino su capacidad para aguantar individualmente los distintos carteles del Barça.
Carteles de cartón piedra
Alrededor del rostro del mejor jugador del mundo y seguramente de la historia, se ha aguantado el póster del més que un club, el cartel del “mejor equipo del mundo” e incluso el eslogan del “estilo del Barça”. El cuerpo de Messi ya no aguanta más la propaganda del club y, para su propio currículo, necesita decidir si juega o camina, si se rinde o se reivindica, si está o se va, condicionado por un contrato que le permite negociar a partir de enero su futuro dentro o fuera del Camp Nou. Al rosarino, de 33 años, le conviene marcar distancias respecto a un vestuario viciado, el más viejo y mejor pagado de Europa, responsable también de la decadencia.
A un capitán se le exige que no señale a los que aborrece y se retrate con los que le gustan, amigos como Luis Suárez, Jordi Alba o Arturo Vidal, sino que se gane a los disidentes y cosa al vestuario con los que llegan para regenerar al equipo, futbolistas consagrados como De Jong o Griezmann o que han hecho carrera en el club, pocos como Ter Stegen. El vestuario es ingobernable desde que no solo impuso los hábitos de convivencia sino también de juego a diferencia de cuanto ocurrió con entrenadores intervencionistas —Cruyff o Guardiola—, hábiles —Luis Enrique— o pragmáticos —Valverde.
El ecosistema generado alrededor del 10 limita la operatividad de cualquier entrenador y secretario técnico, confundido como está Bartomeu. El presidente se equivocó cuando creyó que el fútbol era simplemente una cuestión de jugadores, un error tremendo si se tiene en cuenta el historial del Barça. No se trata simplemente de contratar a un técnico que tenga el aura de Jasikevicius. El baloncesto no tiene nada que ver con el fútbol y el Palau no es el Camp Nou. El problema del Barça es estructural y, por tanto, afecta a los distintos departamentos del club, incluso a los inmaculados, habitualmente distinguidos por la misma FIFA.
La ruina ya no solo es económica sino también deportiva y amenaza con ser moral para un club que predica con un catecismo futbolístico universal desde la aparición de Cruyff. El legado del holandés ha sido tan manoseado que a día de hoy se duda incluso de si tiene viabilidad el modelo implantado con el Dream Team y que tantas veces ha sido instrumentalizado en La Masia. El Barça se encuentra en la encrucijada de acabar como el Milan o renacer como el Bayern Múnich. Alcanza con comparar las alineaciones del viernes en Lisboa con la postal azulgrana de 2015 y la alemana de 2013.
Endeudados e hipotecados
La situación es tan extrema que demanda respuestas no solo futbolísticas sino también empresariales, y la directiva no tiene credibilidad ni autoridad y menos liderazgo para atender a ninguna de las dos, confundida y extraviada desde que salió vencedora con el tridente y el triplete de Berlín como antídoto al mandato y a la obra de Laporta.
No hay dinero, el club está muy endeudado, y todavía no se sabe muy bien qué pasó con el Barçagate. Hasta seis directivos, la mayoría vinculados al área económica, dimitieron mientras se discutía si alguien había metido la mano en la caja del Camp Nou. La réplica de la junta fue tan tibia como desconcertante, mitad verdad y mitad mentira, como la mayoría de explicaciones que ha dado a su política de gobierno desde el fichaje todavía judicializado de Neymar Junior.
Hay que remodelar la plantilla y también se impone reconstruir el Camp Nou en tiempos de carestía por la covid-19. Las atenuantes ya no sirven de excusa para una junta que a veces actúa como los trileros de La Rambla, sobre todo en asuntos capitales como el Espai Barça, pendiente de ser aprobado en un referéndum o en la asamblea de compromisarios, el órgano soberano del Barcelona.
A Bartomeu le costará defender sus proyectos después de un legado que ha descapitalizado al club y al equipo, falto de trazo e identidad después del 2-8. El mejor equipo de la historia cargará de por vida también con la peor derrota en el Barça. Las imágenes bucólicas de París 2006, Roma 2009, Wembley 2011 y Berlín 2015 han quedado obsoletas por el impacto de Lisboa 2020.
El tsunami desatado en Lisboa amenaza con destronar a Messi y precipitar la caída de Bartomeu después de sentenciar a Quique Setién. El fútbol viaja a la velocidad de vértigo para un club que juega a cámara lenta como el Barcelona. Ya no hay lugar para la indulgencia ni el enmascaramiento sino para la exigencia después de que el equipo haya caducado y el club colapsara en su apuesta por la Champions. El Barça nunca supo jugar ni quiso ser como el Madrid, razón de más para que sus crisis sean existenciales y no coyunturales, únicas en el mundo como su fútbol, ahora mismo perdido en el limbo del Camp Nou.
La junta decide mañana sobre las elecciones
Hasta mañana, a partir de las 11.00, cuando está previsto que se reúna la directiva del Barcelona, no se esperan noticias desde el Camp Nou. El anuncio de la destitución de Quique Setién podría ser una de las medidas adoptadas por el consejo de Bartomeu y se espera también que se explique el calendario electoral previsto: la duda está en si el presidente dimitirá y facilitará la formación de una junta gestora o agotará su mandato hasta inicios del 2021.