Aram Aharonian
La candidatura a la reelección de Joe Biden inició el debate sobre la importancia de la edad de los presidentes: ¿puede ser un político viejo un peligro para la democracia? Los 80 años del ahora candidato se han convertido en un tema de campaña, y el 70% de los estadounidenses que creían que Biden no debería presentarse a un segundo mandato aseguran que la edad es su principal preocupación.
Pero hete aquí que la alternativa no es que sea mucho mejor: Donald Trump, más allá de sus ideas políticas, es un hombre de 76 años. «Si Donald Trump fuera tu padre, correrías hacia el neurólogo para una evaluación de su salud cognitiva», escribió el psicólogo John Gartner en USA Today.
Las imágenes del líder de la minoría republicana en el Senado, Mitch McConnel, de 81 años, paralizado en una rueda de prensa, han puesto el foco sobre un término que domina la política en Estados Unidos, la gerontocracia, y han reavivado un debate: ¿debería haber una edad límite para poder gobernar?
Estados Unidos es un país dividido entre la generación del «baby boom», que envejece y sigue teniendo un gran poder político, económico y social, y una población joven multicultural en rápido crecimiento con mucho menos peso político y económico. Los puntos de partida de esta división pueden verse en la creciente brecha generacional que se mide en las actitudes y el comportamiento de los estadounidenses de hoy.
McConnell no era el mayor de los senadores, pues el puesto de honor lo tenía la demócrata Dianne Feinstein, con 90 años. El republicano Charles E. Grassley tiene 89 y el que fuera precandidato a la presidencia, Bernie Sanders, 82. En la cámara baja destacan Grace Napolitano con 86, seguida de Eleanor Holmes, Harold Rogers y Bill Pascrell, con 85.
Decía Samuel Huntington que “Los intereses de una nación derivan directamente de su identidad. Pero sin un enemigo que lo desafíe, la identidad americana se ha desintegrado. Al faltarle una identidad nacional, América (EEUU) ha estado persiguiendo intereses comerciales o étnicos como base de su política exterior”.
Desde el principio, los estadounidenses han construido su identidad de creencias en contraste con un indeseable “otro”. Sus adversarios siempre son definidos como enemigos de la libertad y la democracia. Estados Unidos, quizá más que la mayoría de los países, parece necesitar el enfrentamiento con otro para mantener su unidad.
Los dueños de la democracia
La democracia en EEUU se enfrenta a grandes retos: el extremismo, el autoritarismo y la desinformación van en aumento. EEUU está viviendo un período de convulsiones políticas casi sin precedentes en su historia moderna. Por vez primera en la historia moderna del país, se cuestiona la solidez del sistema democrático, y cada vez hay más preocupación sobre el futuro democrático del país.
Hay también un deseo de que se realicen reformas electorales que garanticen el derecho al voto y que se establezca un derecho constitucional al mismo. También para la eliminación del Colegio Electoral y la elección directa del presidente; introducir mayor proporcionalidad para reducir la brecha de representación entre los estados grandes y los más pequeños; limitar el gasto en campañas electorales, reformando el sistema de financiación. Ninguna de estas propuestas tiene el consenso necesario y en muchas requerirían una enmienda Constitucional, lo cual parece altamente improbable.
EEUU solía ser presentado como un modelo de democracia en el mundo. Ahora el mundo se pregunta qué rumbo tomará un país donde se pueden visualizar tres grandes brechas: de género, geográfica y generacional. Se hacen necesarias políticas públicas que permitan a todos estar en la arena pública real o digital, ejercer el derecho a voto, liderar iniciativas sociales y equilibrar la representación en instituciones políticas. Una democracia de hombres blancos, con estudios superiores y buenos empleos manifiesta una visión muy pobre del mundo.
Crece la desigualdad entre territorios: hay ciudades de primera y de segunda, así como centros urbanos y espacios rurales. La territorialización de la desigualdad tendrá efectos en las infraestructuras (movilidad, educación, hospitales, agua, recogida de residuos), en la organización efectiva del poder en la última milla (redes de solidaridad social o mafias) y en el comportamiento electoral (voto populista y antiglobalizador).
Cada vez es más amplia la brecha generacional. Los jóvenes se incorporan tarde al mercado laboral y en malas condiciones, lo que retrasa su madurez social y afectiva. Crece la desafección por el sistema democrático, ya que no ofrece soluciones a sus problemas inmediatos. La digitalización deja atrás a colectivos de mayores que, sin competencias digitales, son dependientes de sus hijos para realizar tareas básicas (banco, supermercado, atención sanitaria).
La intención de Biden de repetir mandato, despejó el panorama electoral del 2024 y puso nuevamente en el tape la pugna de septuagenarios de 2020, que cuatro años después y con la guerra en Ucrania y el genocidio de Gaza mediante, son ya más viejos. Las batallas en el Congreso por la aprobación de fondos y ayuda para Ucrania, los desacuerdos con republicanos en política migratoria y el conflicto en el Medio Oriente, estuvieron entre los principales desafíos de 2023 para la administración Biden.
Las presidenciales de 2024 prometen una contienda que la gran mayoría del electorado había preferido evitar, con los dos candidatos presidenciales más viejos en la historia de Estados Unidos. Pero los que están viejo no solamente los candidatos, sino el modelo estadounidense de democracia, que demuestra día a día señales de edad avanzada y deterioro.
El economista Michael Roberts señala que la economía estadounidense está en relativo declive, la industria manufacturera está estancada y el país se enfrenta a la amenaza del ascenso de China, lo que lo obliga a llevar a cabo guerras interpuestas a nivel mundial para preservar su hegemonía. Es probable que 2024 sea otro año de lo que he llamado la Larga Depresión que comenzó tras la Gran Recesión de 2008-2009.
Democracia en peligro
Que la democracia estadounidense está en peligro no es solo retórica. El sábado 6 de enero marcó el tercer aniversario del intento de golpe de Estado de miles de fanáticos de Trump con el propósito de interrumpir la certificación de la elección presidencial que él perdió –y que hasta la fecha se niega a reconocer– por el Congreso.
Más de 140 policías resultaron heridos, mientras algunos de los extremistas buscaban a legisladores y hasta al vicepresidente Mike Pence para colgarlos. Desde entonces, se acusó penalmente a más de mil 230 personas que participaron en el asalto al Capitolio en lo que es el caso de investigación criminal más grande de la historia del país.
El Departamento de Seguridad Interna y otras agencias federales han declarado que entre las amenazas de seguridad nacional más peligrosas para Estados Unidos, está la presentada por agrupaciones de derecha extrema y supremacistas blancos, y alertan contra la posibilidad de actos violentos en el ciclo electoral de 2024.
La semana pasada, el Council on Foreign Relations difundió su sondeo anual de expertos sobre política exterior estadunidense, sólo para descubrir que por primera vez, en los 16 años de este ejercicio, un tema interno está entre las tres principales preocupaciones globales para 2024: el terrorismo doméstico y los actos de violencia política.
No se puede olvidar que Trump es quien instigó un intento de golpe de Estado; el que sigue llamando patriotas a integrantes de milicias ultraderechistas; utilizando retórica fascista para amenazar a sus opositores, incluso a Biden en un mensaje donde afirma que usará al gobierno para perseguirlos judicialmente… si logra regresar a la Casa Blanca. Trump, es el primer candidato presidencial que hará campaña mientras enfrenta cuatro juicios criminales (un total de 91 cargos) más otros casos civiles.
Un editorial del diario mexicano, La Jornada, señala que las mentiras de Trump constituyen poco menos que un llamado a la subversión y reeditan el conato de descarrilar la de por sí deficiente democracia estadounidense que ya llevó a cabo el exmandatario después de perder las elecciones de noviembre de 2020.
Salvar el sistema
Y estos ataques cruzados es lo que la ciudadanía estadounidense recibe, ocultando la triste realidad del país en crisis. Mientras el presidente declara que la contienda electoral se centra en la defensa de la democracia frente a una amenaza existencial de autoritarios, Trump recita que la lucha es contra la izquierda radical que ha tomado el poder y está llevando al país al desastre.
Biden enfatizó que la verdad está bajo asalto en Estados Unidos. “Como consecuencia, también lo está nuestra libertad, nuestra democracia, nuestro país. Un movimiento extremista encabezado por nuestro expresidente está intentando robarse la historia ahora”, señaló, recordando al asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021, y advirtió que es lo que él está prometiendo para el futuro. Proclamó que la pregunta clave es si la democracia es aún la causa sagrada de Estados Unidos.
No todos los demócratas están entusiasmados por Biden: su discurso en Pensilvania fue interrumpido por críticos de su apoyo incondicional a Israel que exigían un alto el fuego inmediato: otro ejemplo de cómo el manejo de su política exterior en torno a Medio Oriente y Ucrania podría restarle votos.
Por su lado, Trump repite su mensaje de que Biden y la izquierda radical, marxistas, comunistas, anarquistas y, como siempre, los inmigrantes que, empleando una frase de la era nazi, “están envenenando la sangre del país, están destruyendo a la nación”, y que esta lucha electoral es la batalla final para rescatar a América.
Más aún, insiste en que, como él es el único salvador del país, sus enemigos están usando al Estado –los tribunales, los fiscales, las agencias de inteligencia y más– para anularlo en lo que llama la mayor cacería de brujas en la historia.
Trump volvió a usar a los migrantes indocumentados como eje de su campaña para regresar a la Casa Blanca. Con una terminología filonazi, exigió el cierre de la frontera con México bajo el argumento de que las personas procedentes de América Latina, el Caribe, África o Medio Oriente ensucian la sangre de los estadounidenses.
Cuando están a punto de comenzar las primarias (elecciones internas) del Partido Republicano para seleccionar a su candidato, insiste en que la administración federal alienta a los migrantes para que entren en masa a EEUU de manera irregular, para registrarlos y que voten en la elección de 2024. El problema es que muchos, muchos le creen.
Apenas el 28% de los adultos dice estar satisfecho con la manera en que funciona la democracia, según la última encuesta de Gallup. En 1990, 61 por ciento expresaba satisfacción con la democracia. Lo que pasa es que en la democracia a la estadounidense no hay voto directo popular para elegir presidente.
El sistema estadounidense nunca ha sido una democracia plena: En dos oportunidades en los últimos años, el candidato que ganó el voto popular perdió la presidencia: en 2000, cuando el demócrata Al Gore obtuvo más sufragios, pero la Suprema Corte determinó que George W. Bush consiguió más votos electorales, y en 2016, cuando Hillary Clinton ganó el voto popular, pero perdió por el sistema anticuado del colegio electoral–, o sea, el sistema garantiza que los multimillonarios y la grandes corporaciones -alimenticias, cibernéticas, armamentistas, petroleras, bancarias, entre otras-, o sea los intereses del dinero, siguen teniendo un poder casi sin límite.
Según el expresidente Jimmy Carter, lo que antes definía a EEUU como un gran país por su sistema político, ahora es sólo una oligarquía, con el soborno político ilimitado siendo la esencia de conseguir las nominaciones para presidente o para elegir el presidente. Y lo mismo aplica en el caso de gobernadores, senadores y diputados estadounidenses.
¿Y la renovación?
¿Dónde estaba la renovación de las élites en un país que se pasa hablando de su juventud y de su capacidad de reinvención? El discurso político sigue estancado y todo indica que la democracia y no diferentes propuesta de gobierno, es lo que está en juego. Para Biden, la verdad está bajo asalto por un ex gobernante extremista”, pero el apoyo al genocidio de Israel resta simpatía al jefe de la Casa Blanca.
El jefe de los republicanos del Senado, Mitch McConnell, tiene 81 años, edad similar a la de muchos de sus colegas. El senador Chuck Grassley lleva 43 años de sus 90 años en el Senado, que tiene un promedio de 65,3 años. Si bien la Cámara de Representantes ha ido rejuveneciendo, sus altos cargos siguen en manos más curtidas.
Y estos días han vuelto a sonar voces como la de Nikki Haley, precandidata republicana a la presidencia, quien recordaba en una entrevista con Fox News una de sus propuestas: que cualquier político mayor de 75 años tenga que someterse a pruebas de competencia mental. “Ahora el Senado es el asilo de ancianos más privilegiado del país”, afirmó.
Cansados de que el Gobierno “se maneje como una gerontocracia” y de que “la juventud tenga poco que decir”, en 2017 surgió la organización Run for Something, que ayuda a jóvenes a postularse a cargos políticos. Tal y como está hoy diseñado el sistema, explican, hay “muchísimos obstáculos” para que los jóvenes se postulen a cargos políticos. “Nuestra misión es cambiar la política y construir las bases para una nueva generación de políticos que sí representen la diversidad de los estadounidenses”
Según una encuesta de NBC News, siete de cada diez estadounidenses no creía que Biden debiera presentarse a un segundo mandato. Pero quizá no sea problema sólo de políticos, ya que una cantidad de próceres del cine ya ni peinan canas.
Obviamente Hollywood no es EEUU, pero allí también Jeff Bridges y Liam Neeson siguen rompiendo cuellos; Harrison Ford, coetáneo de Biden, vuelve a encarnar a Indiana Jones, Tom Cruise aún pilotea aviones de combate y Keanu Reeves se mueve cada vez más trabajosamente en sus películas de John Wick.
Quizá a ninguno de ellos se les ocurriría siquiera mundializar la guerra y el genocidio, mantener el campo de concentración de Guantánamo, financiar los conflictos bélicos en nombre de la sacrosanta democracia, seguir apaleando negros. Pero, ¿por suerte? ninguno de ellos será candidato presidencial.
*Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Creador y fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)