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La reciente cumbre de los BRICS en Sudáfrica marcó un hito en la historia de las relaciones internacionales, con la aprobación del ingreso de seis nuevos miembros al grupo. Esta verdadera revolución de los BRICS también representa una especie de revuelta del llamado Tercer Mundo contra las potencias centrales del sistema.
En primer lugar, es necesario recordar que el término Tercer Mundo se utilizó (vagamente) durante la Guerra Fría para referirse a los países económicamente menos desarrollados, pertenecientes a Asia, África y América Latina.
Dichas naciones tenían ciertas características comunes, como mayores niveles de pobreza, altos índices de desigualdad y dependencia económica de los países de Occidente.
Por su parte, el llamado Primer Mundo estaba compuesto por los Estados desarrollados, incluidos Estados Unidos, Canadá, Europa Occidental, Japón y países como Australia y Nueva Zelanda.
Mientras que el Segundo Mundo estaba compuesto por el bloque comunista liderado por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y los países de Europa del Este.
Sin embargo, con la desaparición de la URSS, el término Segundo Mundo ya no se utiliza para referirse a los países del espacio postsoviético, ni siquiera a la propia Rusia. Aun así, el título Tercer Mundo sigue utilizándose en muchos círculos académicos y políticos de todo el mundo.
La propia China, por ejemplo, a pesar de haberse desarrollado económicamente durante las últimas décadas, sigue siendo considerada parte del Tercer Mundo, junto con regiones como América Latina, África y la mayoría de los países asiáticos.
En los medios y la academia, cuando se discute si es Tercer Mundo o sur global, se señala que la culpa de su subdesarrollo se debe a que durante un largo periodo de la historia sus economías fueron distorsionadas por las potencias occidentales, haciéndolos dependientes de los grandes centros industrializados europeos y norteamericano.
Ante esto, se alentó a los países del Tercer Mundo a desempeñar el papel de meros exportadores de productos primarios al mundo desarrollado, absorbiendo al mismo tiempo estos productos manufacturados con mayor valor agregado.
Esta situación habría generado, a su vez, poca movilidad social, estructuras sociales y rurales tradicionalistas, además de una inadecuada distribución de la riqueza nacional. Países como Brasil, Argentina, la India y varios Estados africanos habrían asumido, en algún momento, exactamente estas características.
Ahora bien, dado que las economías de los países subdesarrollados de América Latina, Asia y África estaban orientadas hacia las necesidades de los países industrializados y, dado que su importancia política se vio disminuida en vista de esa condición, todas estas regiones están subrepresentadas en las instituciones multilaterales de toma de decisiones globales.
El control de estas organizaciones acabó entonces en manos de un pequeño grupo privilegiado de países (el llamado G-7), que pasó a utilizarlas para su propio beneficio. El bajo poder de voto de los países no occidentales en estas instituciones es una imagen clara de la falta de consideración de las potencias centrales hacia las economías emergentes que, durante la década del 2000, comenzaron a abogar por una mayor voz y representación dentro del sistema.
Fue entonces cuando, en 2009, surgió el grupo BRICS, una asociación política heterogénea que pretendía confrontar el carácter injusto de la arquitectura global bajo la dominación occidental, dando espacio a los países del Tercer Mundo para defender sus intereses en el sistema.
Si antes, durante las décadas de 1950, 1960 y 1970, las economías del Tercer Mundo se desarrollaban lentamente, en los años 2000 el crecimiento acelerado de varios países latinoamericanos, africanos y asiáticos señaló una nueva realidad económica global, una realidad que exigía importantes cambios políticos.
China y la India, por ejemplo, dos naciones con sistemas sociales y económicos muy diferentes, pero, aún considerados parte del Tercer Mundo, jugaron un papel fundamental en la promoción de este cambio sistémico que encontró su manifestación más clara en la formación y consolidación de los BRICS.
Como resultado, los BRICS no solo ganaron mayor autoridad a nivel internacional, sino que también comenzaron a operar en el formato BRICS+ con el objetivo de atraer la cooperación de terceros países en el ámbito de las reuniones del grupo.
Así, a medida que se invitó a otros Estados a discutir la agenda principal de la agenda global junto con los cinco miembros originales, los BRICS se fueron transformando gradualmente en una especie de foro para los países del Tercer Mundo.
Con creciente urgencia, los problemas del subdesarrollo, la falta de representación en las instituciones multilaterales dominadas por Occidente, así como el énfasis en la multipolaridad de las relaciones internacionales, se han convertido en el foco de debates permanentes dentro de los BRICS.
Por si fuera poco, a lo largo de los años se han ido gestando discusiones sobre la posibilidad de ampliar el grupo y culminaron con la esperada ampliación de los BRICS aprobada durante su más reciente cumbre en Sudáfrica.
Así, los BRICS demostraron que la unidad del Tercer Mundo es realmente posible y que puede expresarse a través de la cooperación en plataformas políticas alternativas e integrales, facilitando la defensa de sus intereses a nivel internacional.
Ciertamente, cualquiera que sea el desarrollo futuro del grupo a partir de ahora, el llamado Tercer Mundo (o, para quienes lo prefieren, el sur global) ya ha demostrado claramente su descontento con las estructuras de poder existentes.
Estas estructuras, dominadas por Occidente, además de ser radicalmente injustas, también son obsoletas, a juzgar por las nuevas realidades globales del siglo XXI. Por eso, además de simbólica, la cumbre de Sudáfrica representó una verdadera revuelta del Tercer Mundo y una revolución de los BRICS.