TeleSur
Si en el siglo XX una crisis daba pie al surgimiento del fascismo, numerosos analistas ven ahora, en la nueva crisis del capitalismo global, el principio de muchos comportamientos fascistas.
Para muchos, el mundo político contemporáneo evoca aspectos esenciales del fascismo. A pesar de que algunos historiadores repasan el concepto y niegan su presencia en el mundo actual, muchos otros -digamos que muchos más- muestran importantes similitudes entre el fascismo de hace cien años y ciertos comportamientos -autoritarios, discriminatorios, arbitrarios- de varios sistemas políticos del mundo actual.
Roger Griffin es uno de los mayores expertos en la historia del fascismo. Para él, “El fascismo es un género y una ideología política cuyo núcleo mitológico se basa, en sus diversas variaciones, en un renacido populismo ultranacionalista”.
El fascismo del pasado siglo -y en esto coinciden todos los analistas- mostraba rasgos muy peculiares: la exaltación de la simbología nacionalista, el rechazo al sistema democrático, el desarrollo del orden a través del uso de la fuerza y la oposición a un sistema internacional considerado injusto y opresivo.
A todo ello sumémosle dos características básicas: una ideología fundamentalmente autoritaria y un carácter esencialmente racista. Bajo esas premisas se cometieron los más horrendos crímenes. La pregunta, entonces, permite una creación de relaciones: ¿Esos rasgos del fascismo del siglo XX se manifiestan en los partidos políticos de la actualidad?
Era el año 2015 cuando Enrique Krauze, director en México de la revista Letras Libres, conversaba con la BBC; Trump, como percibimos, no era presidente. Pero Krauze se adelantaba: “no se trata de un populista más, como los ha habido en la historia de los Estados Unidos.
“Se trata de un hombre que tiene una patología sicológica muy particular. Los grados de megalomanía, paranoia, narcisismo, y la desvergüenza en sus posturas racistas y xenófobas son preocupantes”. Por aquellos días, el director de Letras Libres conversaba sobre los límites que le impondrían el congreso y el poder judicial, pero Krauze señalaba que Trump haría todo lo posible por cumplir estas posturas. Muchos consideran a Krauze un visionario.
Sin embargo, un ensayista y profesor de la universidad de Bolonia, Loris Zanatta, cree que Trump muestra una “obtusa incompetencia” y sería feliz -comenta- si Trump no figurara en el mapa político. No obstante, cree que el fascismo es “cosa antigua y cosa italiana”. Eso ha dicho al diario La Nación, y ha encontrado numerosos oponentes.
Y es que, según la mayoría de historiadores, no se trata de una “reedición” de Hitler -porque en la historia nada se manifiesta igual- pero sí creen que los pensamientos y acciones de Trump coinciden con las del fascismo.
Para ello proponen analizar el contexto contemporáneo y entender los vínculos: el nacionalismo fanático de Donald Trump, su obsesión por la pureza nacional, el culto a la personalidad y las purgas de limpieza nacieron allí, en las ideas fascistas del siglo XX –señalan-. Quienes asumen características racistas, antisemitas y xenófobas se adjudican comportamientos fascistas.
Un mismo origen: la crisis
Si en el siglo XX una crisis daba pie al surgimiento del fascismo, numerosos analistas ven ahora, en la nueva crisis del capitalismo global, el principio de muchos comportamientos fascistas. A medida que la crisis se profundiza, se toman entonces chivos expiatorios y sobre esa base se intentan recomponer estructuras de poder no solo económicas, sino también militares.
Muchos apuntan a la polarización social, el futuro incierto, la sostenibilidad y la sobreacumulación. Pero ¿por qué la mayoría de los que votan eligen a líderes nacionalistas, racistas y antisemitas? Las respuestas comienzan a armonizar. La crisis y su manipulación operan sobre los comportamientos de las grandes masas.
Es el mismo sistema cambiando de lenguaje y de propuestas. Muchos, en ese sentido, toman de prototipo al presidente brasileño Jair Bolsonaro. Hijo de militares y capitán retirado del ejército, Bolsonaro ha dicho en varias ocasiones que la dictadura militar (1964-1985) fue un buen momento para Brasil.
Declarado abiertamente homófobo, la gran mayoría de los analistas se preguntan cómo pudieron esas masas elegirlo, pero coinciden en que su elección es fruto de la crisis del propio sistema capitalista que ahora, paradójicamente, parece agravar bajo la elección de estas figuras de poder.
Otra de las fórmulas que defienden muchos investigadores es esta: cuando la dominación del capital no se mantiene por las leyes del mercado, se ejerce por la violencia directa. Veáse, además, el golpe en Bolivia.
Nuevamente Trump
En el año 2018, Adele M. Stan, columnista de American Prospect, escribía: “No sé si Trump se convierta en un asesino como Hitler, pero sí sé esto: Trump es un neofascista y es hora de que empecemos a nombrarlo así”.
Pero quizá la mayor sentencia que puede encontrarse en el texto de American Prospect es cuando la columnista advierte:
“Ni Hitler ni Mussolini cometieron las peores atrocidades en el principio de sus principales mandatos”. Lógicamente, la pregunta de todo lector avezado es esta: ¿será posible el segundo mandato de Donald Trump? ¿Esas -otras- atrocidades estarán reservadas para su segundo mandato?
Lo cierto es que las denuncias apuntan hacia el mismo sitio: la xenofobia substancial, la animadversión a los refugiados, y el racismo. Muchos creen que los fascistas del pasado siglo no disimulaban que lo eran; pero ahora, tanto en América como en Europa, se ocultan bajo posturas populistas y nacionalistas.
¿Se manifiesta el fascismo en Europa?
En Europa todas las miradas de quienes estudian las manifestaciones del fascismo contemporáneo apuntan al nuevo partido político VOX. Fundado en el año 2013, VOX está calificado por expertos como un partido de extrema derecha, ya en noviembre de 2019 había logrado 52 diputados y la pregunta es la misma en todas partes: ¿Cómo un partido definido como de extrema derecha o fascista ha logrado 52 diputados?
Para muchos observadores parece sencillo: su discurso es una clara oposición a ciertos principios del sistema de los que el pueblo está hastiado. Lo cierto es que, en su mayoría, muchos califican de abominable el discurso de VOX contra la población musulmana; y los analistas han advertido una exaltación al nacionalismo, como la han notado también en Estados Unidos.
En la revista Contexto y Acción de octubre de 2018, el periodista Gerardo Tecé interpreta los hechos: “Santi Abascal –presidente de VOX- se inventó que mi hermana, que vive en Alemania desde hace años porque aquí no encontraba un trabajo digno, se tuvo que ir porque otros con hambre se saltan una valla.
Allí, en Alemania, hay otro Santi Abascal que, gritando en alemán las mismas cosas que Abascal en castellano, provocará que un día a mi hermana, un imbécil alemán con problemas sociales y filia por los símbolos vacíos le pueda escupir por la calle”. Y quizá el autor menciona a Alemania porque otras voces se levantan contra movimientos similares en toda Europa.
En Hungría se menciona el nombre de Viktor Orban; en Austria, el de Heinz-Christian Strache; en Italia están la Liga del Norte de Matteo Salvini y el Movimiento Social Italiano, dirigido por una descendiente directa de Benito Mussolini. En Grecia, Amanecer Dorado, con presencia en el Parlamento, asume una postura fascista, xenófoba, racista, anticomunista, antisemita, y un odio descomunal a todo lo que signifique inmigración y refugiados.
En Francia sigue la familia nazi Le Pen con su Frente Nacional. En Holanda está el Partij voor de Vrijheid, con Geert Wilders y sus discursos esencialmente dirigidos a los musulmanes, porque, según él, son la nueva amenaza a la civilización occidental… La lista continúa, por eso, se alzan voces para que los pueblos europeos -y del mundo en general- no pierdan la memoria histórica.
Anna Frank, Valeria, Jakelin…
Quizá no estemos, exactamente, ante el fascismo de hace cien años; posiblemente -según diversas opiniones- esta versión esté mejor disfrazada, lo que sucede -y aquí coinciden los análisis- es que las victimas siguen siendo las mismas. En redes sociales se decía hace algún tiempo que Ana Frank, la niña que murió en 1945 en el campo de concentración de Bergen-Belsen, continuaba muriendo hoy en muchos sitios.
Una simple búsqueda parece dar la razón a quienes piensan que el fascismo se hace presente hoy, de diferentes formas. El 25 de junio de 2019, una niña llamada Gurupreet Kaur cruzó la frontera entre México y Estados Unidos. Poco antes de su séptimo cumpleaños, murió en el desierto de Arizona. La imagen de otra niña llamada Valeria, recorrió el mundo el pasado año.
La pequeña apareció flotando en el agua junto a su padre, de 25 años. Intentaban llegar a Estados Unidos. La foto, tomada por la periodista Julia Le Duc, apareció en el diario mexicano La Jornada. Otra niña, Jakelin Amei, murió el pasado 3 de diciembre, mientras iba en camino a Estados Unidos.
Cruzaron la frontera en una zona desértica de Nuevo México. Iba en un grupo de 163 inmigrantes que se entregaron a la Patrulla Fronteriza. Jakelin y su padre fueron trasladados de madrugada a un centro de detención a hora y media de allí. La niña comenzó a vomitar. Fue llevada con fiebre a un hospital de El Paso donde murió en la madrugada del 8 de diciembre.
Un informe de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) titulado Viajes Fatales revela que cerca de 1.600 niños murieron o desaparecieron entre 2014 y 2018 cuando intentaban llegar solos o junto a sus familias a un lugar que les ofreciera una vida mejor. Los niños forman parte de los 32 mil migrantes muertos o desaparecidos registrados en ese mismo periodo.
Entonces vuelven a preguntarse: ¿No estamos ante una espiral de desprecio? ¿No es esta una de tantas muestras del fascismo contemporáneo?